viernes, 31 de julio de 2015

OMEGA-3 LA SALUD INMEDIATA - Libro abierto gratuito (Entrega nº 4)




En el cáncer


       Epidemiológicamente –o sea, mediante la realización de extensos estudios de salud en poblaciones humanas-, se ha constatado que el cáncer es menos común en zonas donde se consumen grandes cantidades de animales marinos, considerándose responsable de ello, a los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3 como el EPA y el DHA. Es por esta causa que las mujeres japonesas, que comen mucho pescado, tienen una proporción muy baja de cáncer, mientras que por su parte, los hombres japoneses también tienen una tasa de cáncer de próstata también menor a la media. Igual ocurre si nos referimos a cánceres de estómago e intestino. También se ha comprobado que la quimioterapia es más eficaz cuando en la dieta del enfermo hay una mayor proporción de Omega-3. Con estas nociones previas, iniciamos el repaso sobre los probados beneficios de los Omega-3 sobre el cáncer.
       Un curioso fenómeno fue observado en un estudio realizado con 660 pacientes japoneses en el año 1989 (47). En occidente hay un porcentaje mucho más elevado de cánceres de próstata que en Japón, sin embargo, se comprobó en japoneses menores de 50 años, que tenían microtumores en la próstata que no se habían desarrollado, en una proporción similar a la media occidental. Este hallazgo sugirió que la diferencia podría estar en que el mayor consumo de Omega-3 entre los japoneses, aunque no evitaba el inicio de microtumores, reforzaba su sistema inmunitario e impedía el desarrollo del cáncer.
       El año 1989, el Department of Medicine, New England Medical Center Hospital, en Boston (48), comprobó que un exceso de Omega-6 producía reacciones de oxidación, provocando respuestas inflamatorias, al tiempo que verificaron que los Omega-3 reducían esta inflamación, así como su efecto inhibidor sobre la producción de interleuquina IL-1 y del factor de necrosis tumoral.   
       En posteriores investigaciones, se comprobó asimismo, que las dietas ricas en Omega-6 promueven la génesis tumoral, mientras que las dietas ricas en Omega-3, compensan la desproporción de aquellos y se convierten en un factor importante para evitar el desarrollo y la progresión de varios tipos de cánceres, dado que la mayoría de cánceres son condiciones inflamatorias en las que el mediador proinflamatorio interleuquina IL-8, producido por las células inmunes, desempeña un papel significativo, habiéndose verificado que en estos casos se encuentra en unos niveles más elevados, promoviendo además la formación de angiogénesis, es decir, la formación de vasos sanguíneos nuevos patológicos, que proveen al tumor de oxígeno y nutrición, favoreciendo de esta forma la proliferación celular y la metástasis.
       Efectivamente, este efecto inhibidor de la angiogénesis fue comprobado entre otras, en una investigación de la Division of Nutrition and Endocrinology, American Health Foundation, en Nueva York (49). Este centro ya había realizado estudios anteriores en los que había comprobado investigando con ratones, que los Omega-3 retardaban la progresión del cáncer de próstata (50).
       Científicos de la Universidad de Indiana (51), demostraron en el año 2004, que los Omega-3 tienen una doble facultad muy beneficiosa. Por una parte previenen la muerte celular programada –llamada técnicamente apoptosis-, especialmente la muerte prematura de las células cardiacas, neuronales y retinianas, pero por otra parte se muestran apoptóticas en las células cancerosas, es decir, que aceleran su muerte. Estos científicos recomendaron los Omega-3 como tratamiento complementario del cáncer debido a esta capacidad apoptótica para la célula cancerosa, unida a su capacidad antiinflamatoria. Además, los Omega-3 son muy útiles por su acción antidepresiva, especialmente el EPA, -cuestión que trataremos detalladamente más adelante-, y que es un trastorno que habitualmente aparece de forma concurrente con el cáncer, o incluso se desencadena con la misma comunicación del diagnóstico al paciente, contribuyendo a empeorar más el pronóstico de la enfermedad.
       En diversas investigaciones, se ha comprobado parte de este mecanismo apoptótico, en concreto la importante acción de las células NK –“natural killer”, o células asesinas naturales-, que son unos linfocitos que forman parte substancial de nuestro sistema inmunitario. Resulta que cuando estas células detectan virus, bacterias o células cancerosas, los atacan penetrando en su interior gracias a la “perforina”,  e introducen sus “granzima”, que es la que activa los mecanismos de autodestrucción programados, rompiendo posteriormente el núcleo de la célula cancerosa (52), (53). Pues bien, algunos estudios tan importantes como el realizado en Japón, por el Saitama Cancer Centre Research Institute (54), en el que se hizo un seguimiento de cohortes durante 11 años, demostró que cuanto mayor es la actividad de los glóbulos blancos NK, y consiguientemente mayor es la actividad del sistema inmunitario, menores son los riesgos de sufrir cáncer y mayores las posibilidades de supervivencia. Asimismo, se demostró la evidencia de que una baja actividad de las células NK, lo que equivale a una baja actividad de las defensas naturales, favorece el desarrollo de la metástasis (55)
       Otro hecho constatado es que las células inmunes son sensibles a nuestros sentimientos, y reaccionan positivamente ante estados emocionales de alegría y paz, mientras que un sentimiento de impotencia y falta de lucha se contagia también al sistema inmunitario, y éste no lucha. Por eso cuando una enfermedad concurre al mismo tiempo con depresión, el pronóstico de la enfermedad es siempre peor.
       En el Centro de Investigación Biomédica de Pennington, Lousiana State University (56), se llevó a cabo una investigación en la que se complementó con Omega-3, el tratamiento de quimioterapia convencional de diversos tipos de cánceres, incluidos los de pulmón, colon, mama y próstata. El resultado fue que la recuperación mejoró cuando la dieta incluía Omega-3, por lo que concluyeron que su utilización como suplemento es una alternativa útil para obtener un mejor resultado, retrasando o previniendo la recurrencia del cáncer, así como para aquellos pacientes con problemas hacia la toxicidad de los tratamiento estándar. El Dr. Hardman, considera que el consumo de Omega-3 después de la terapia adecuada, puede retrasar o detener el crecimiento de las células en la metástasis, aumentando la longevidad de los pacientes y mejorando su calidad de vida (57).
       Por su parte, el Dr. De Lorgeril, en su estudio titulado Mediterranean dietary pattern in a randomized trial. Prolonged survival and possible reduced cancer rate (58), realizado durante cuatro años sobre más de 600 pacientes, comprobó que una dieta mediterránea rica en Omega-3, además de ser cardioprotectora, también reduce el riesgo de cáncer, dando como resultado un 61% menos de muertes por cáncer en el grupo experimental en comparación con el de control. ¿Impresionante, no?
       Otra investigación sumamente interesante que refuerza la anterior, fue realizada en el año 2008 por el Department of Pathology, University of Pittsburgh School of Medicine, bajo el título Cyclooxygenase-2-derived prostaglandin E2 activates beta-catenin in human cholangiocarcinoma cells: evidence for inhibition of these signaling pathways by omega 3 polyunsaturated fatty acids (59). En ella se confirmó que el EPA y el DHA eran eficaces tanto en la prevención como en el tratamiento del cáncer, mientras que el AA no lo era, ya que evitan la proliferación de las células cancerosas gracias a la reducción de una proteína, la betacatenina, responsable del crecimiento celular en tumores, acción propiciada por mediación de las células T, además de inducir la apoptosis o muerte celular programada de las células cancerosas.
       Esta investigación se realizó con células cancerígenas de carcinoma  hepatocelular,  responsables de la gran mayoría de los cánceres de hígado, y también con células tumorales de colangiocarcinoma, que es un tipo de cáncer especialmente agresivo, obteniendo resultados positivos en ambos casos. Los responsables del estudio, afirmaron a modo de conclusión, que el tratamiento con Omega-3 parecía ser eficaz y seguro para el abordaje terapéutico de la quimioprevención y tratamiento del cáncer de hígado y del colangiocarcinoma.
       Sin embargo, no siempre todos los Omega-3 tienen siempre un efecto totalmente positivo, ni los Omega-6 son siempre absolutamente perjudiciales, ya que como se explicó al principio del libro, todos son importantes y positivos en pequeñas cantidades, siendo la clave, el equilibrio entre ambos. Pues bien, en este sentido resulta revelador un estudio realizado por la Nutritional Epidemiology Branch, Division of Cancer Epidemiology and Genetics, National Cancer Institute, National Institutes of Health, Department of Health and Human Services, en Bethesda (60). Se propusieron confirmar que los Omega-3 inhiben y los Omega-6 estimulan el riesgo de cáncer de próstata, y con este objetivo, se evaluaron prospectivamente la asociación entre la ingesta de Omega-3 y Omega-6 por separado, en concreto de ALA, EPA, DHA, AA, y el riesgo de cáncer de próstata.
       El estudio incluyó una cohorte de 47.866 hombres de Estados Unidos, con edades comprendidas entre 40 y 75 años, sin antecedentes de cáncer. Empezó en 1986, y duró 14 años. Durante el seguimiento, surgieron 2.965 nuevos casos de cáncer de próstata, de los cuales, 448 fueron cánceres en estado avanzado. El resultado de la investigación fue que el ALA –recordemos que es un Omega-3-, no se relacionaba con el riesgo total de cáncer de próstata, pero sin embargo, este ácido graso, que se encuentra abundantemente en la carne y productos lácteos, se relacionó mediante su ingesta multivariada en la alimentación, con el riesgo de cáncer avanzado. Por su parte, el EPA y el DHA, se relacionaron con un menor riesgo de cáncer de próstata avanzado, y en cuanto al AA, no se mostró relación con el riesgo de cáncer de próstata. La conclusión fue que el aumento de la ingesta diaria de ALA, puede aumentar el riesgo de cáncer de próstata avanzado, mientras que por el contrario, la ingesta de EPA y DHA puede reducir el riesgo total y de cáncer de próstata avanzado. Es decir, el ALA, un Omega-3, puede resultar finalmente pernicioso según la composición de la alimentación, y en cambio, el AA, un Omega-6, no mostró dicha acción. Estos resultados evidencian en cierto modo, que aún no se conoce suficientemente los mecanismos íntimos y la importancia de todos los ácidos grasos esenciales, y que por lo tanto, existen lagunas importantes aún por resolver. Pero además, la cuestión se complica cuando tenemos en cuenta que existen muchas variedades de cáncer, y que por lo tanto, esta diversidad combinada con la variabilidad que puede darse tanto interindividualmente como intraindividualmente, dificulta la generalización de los procesos.
       Según los resultados de estas investigaciones, parece pesar más la influencia beneficiosa de los Omega-3 sobre el cáncer ya desarrollado, que no de los Omega-6, que aparecen como más decisivos e influyentes en la iniciación y desarrollo gradual del mismo. Esta explicación a modo de hipótesis que quedaría por demostrar, se resumiría en que el exceso de Omega-6 ejerce una mayor influencia en la promoción inicial de los estados proinflamatorios, provocando al principio trastornos autoinmunes más leves como pueden ser eccemas, asmas o artritis, mientras que cuando esta situación se prolonga durante años, los trastornos pasan a un nivel más elevado y consolidado en los tejidos orgánicos, provocando mayor complicación y caos, como en el cáncer. Es decir, cuando el exceso de Omega-6 ha hecho su trabajo destructor, y se llega a un elevado nivel de desorganización celular, aunque se añada más cantidad de Omega-6, ya no se aprecia variación en el estado inflamatorio de los tejidos orgánicos y la respuesta autoinmune, por lo menos de forma rápida, mientras que los Omega-3, sí aportan una mejora ostensible en la situación, siempre que no hayan otras causas o que la gravedad de la situación lo impidan, como puede que ocurra en aquellas personas que no manifiestan mejora significativa alguna.
       Otra importantísima investigación llevada con mujeres de Signapur (61), podría ayudar a comprender un poco mejor todo esto. Se investigaron los efectos de cada uno de los ácidos grasos en el cáncer de mama, en un estudio prospectivo de 35.298 mujeres entre 45 y 74 años, que fueron reclutadas entre los años 1993 y 1998. Después de ir realizando los estudios, a finales del año 2000 se finalizó la prueba, reportando los 314 casos de incidente de cáncer de mama que se habían producido. Los resultados mostraron que no había asociación entre los Omega-6 y el riesgo de cáncer de mama, pero sin embargo, sí se vio un aumento significativo del riesgo en aquellas mujeres que consumían niveles bajos de Omega-3. ¿Confirmaría esto la hipótesis anterior, aunque sólo fuera parcialmente?
       Sea como fuere, el beneficio de tomar suplementos de Omega-3 en el cáncer está claro,  mientras que cuando se ha llegado a un nivel elevadísimo de daño orgánico, la disminución de Omega-6 apenas aporta mejoras evidentes y rápidas, pero puede ser indispensable para una posible recuperación del enfermo, porque si continuamos manteniendo los hábitos que promocionaron la situación patológica, ¿cómo podemos pretender que deje de producirse y cambie la situación?
       Está claro que los Omega-6 y el cáncer, tienen una clara relación causa-efecto, influyendo en su patogenia y desarrollo, de forma que estos ácidos grasos actúan como promotores proinflamatorios, afectando al sistema inmunitario. Por ese motivo se utiliza cada vez más por parte de los centros médicos especializados, para predecir el tiempo de supervivencia en los cánceres, la medición de los agentes inflamatorios en el cuerpo, en lugar de basarse en el propio estado del paciente, el cual puede inducir a engaño aparente. También se está haciendo cada día más evidente, la necesidad de contrarrestar este estado inflamatorio mediante modificaciones de la dieta, incluyendo especialmente entre otros nutrientes, los Omega-3 (62), dado que el sistema farmacológico de reducir las inflamaciones, si bien en momentos puntuales pueden ser muy necesarios y útiles, tal como se ha demostrado en distintas investigaciones (63), incluso con aspirinas, tienen el problema de que paralelamente provocan importantes efectos secundarios (64).


En la diabetes tipo 2 


       Según el Atlas de las cardiopatías y accidentes cardiovasculares, editado por la Organización Mundial de la Salud, España es uno de los países con más prevalencia de personas que sufren diabetes asociada al riesgo cardiovascular. Estamos hablando pues, de un problema de vital importancia en la salud pública, y de gravísimas consecuencias para muchísima gente. En el año 2005, cerca de 1,1 millones de personas en todo el mundo, murieron por causas relacionadas con la diabetes.
       Dicho esto, hemos de saber también que una de las características generales de los diabéticos tipo 2 -llamada también “diabetes del adulto”-, es que antes de ser diagnosticados como tales, suelen atravesar una larga etapa prediabética, de la que casi nadie es consciente, y en la que silenciosamente se va desarrollando la enfermedad, debido mayormente, al consumo excesivo de carbohidratos refinados, de bebidas con edulcorantes y aditivos artificiales totalmente antinaturales, capaces de desconcertar a nuestro propio organismo, de grasas saturadas, etc.
       Pues bien, este exceso de azúcares que se suele ingerir, dificulta la actividad de la enzima delta-6 desaturasa –una enzima cuya función es la de facilitar las transformaciones de los distintos ácidos grasos de nuestro organismo-, provocando así, la rotura del equilibrio entre eicosanoides positivos y eicosanoides negativos, y a su vez, propiciando un terreno favorable a desequilibrios hormonales -eje insulina-glucagon-. Dicho de otro modo, los picos de insulina que se originan por una ingesta alta de carbohidratos, activan las desaturasas, de forma que el Omega-6 se metaboliza hasta AA –o sea, produciendo eicosanoides negativos- en lugar de detenerse en GLA –que aportaría eicosanoides positivos-. Ello comporta la promoción de una situación proinflamatoria, y de ahí se derivan desequilibrios circulatorios, inflamatorios o incluso inmunológicos, tal como se constató recientemente en un estudio científico realizado en el Joslin Diabetes Center, de Boston (65), en el que se estudió el comportamiento de las células T reguladoras, que abundan en el tejido adiposo abdominal en las personas con peso normal, observando que en las obesas, y también en las diabéticas, su presencia está muy reducida o ausente, provocando resistencia a la insulina.
       Este equipo científico afirmó que había que empezar a pensar en la diabetes como una enfermedad inmunológica, en lugar de una enfermedad metabólica como se ha pensado hasta ahora, así como en potenciar las propiedades antiinflamatorias de las células T. Como vemos, este estudio no hace más que confirmar lo que ya habíamos visto hasta ahora, que la diabetes de tipo 2, al igual que otras enfermedades tiene en su base patogénica, un nexo común producido por el exceso de ácido araquidónico que promueve una situación proinflamatoria sostenida en el tiempo, y que por lo tanto, aunque se desarrolla y se mantiene por vía metabólica, favorecida por el exceso de Omega-6, genera luego una situación que llega a provocar cambios inmunitarios, desencadenando en las personas genéticamente predispuestas, insulinorresistencia y diabetes de tipo 2.
       Un factor fundamental para comprender la importancia de la composición de los ácidos grasos de las membranas celulares, es este síndrome de resistencia a la insulina –la insulinorresistencia-, una importante alteración que forma parte del llamado síndrome metabólico, que propicia la aparición de la diabetes-2. Consiste en la dificultad de unión entre la insulina secretada por el páncreas y los receptores celulares, dependiendo esta dificultad, de la plasticidad o rigidez de la membrana celular, y teniendo en estos casos, una menor capacidad de unión de la insulina con su receptor, lo que conlleva una mayor resistencia a la insulina, provocando finalmente un aumento de azúcar en la sangre. Por consiguiente, es necesario mejorar la fluidez de la membrana celular rebajando los ácidos grasos saturados, que la tornan rígida, así como los Omega-6 directos, o producidos indirectamente por el exceso de hidratos de carbono, y aumentar al mismo tiempo, la ingesta de Omega-3.
       La obesidad suele ser una de las constantes más habituales en los diabéticos-2. En una investigación efectuada con ratas, llevada a cabo por el Institute for Cellular and Molecular Biology and the Division of Nutritional Sciences, The University of Texas, en Austin (66), se comprobó que al grupo que se le administró Omega-3 añadido a su alimentación, las ratas mostraron al final de estudio, estar un 25% más delgadas que las del otro grupo al que se le dio exactamente la misma cantidad de calorías, pero sin Omega-3. –confirmamos así, que cuando alguien dice que los Omega-3 le engordan, no es cierto, aunque pueda parecerlo o indirectamente favorecerla si se combina con hábitos alimenticios inadecuados-. Asimismo, se comprobó que existía una importante relación entre la alimentación de los últimos meses de gestación y lactancia, y el desarrollo posterior de la obesidad.
       Efectivamente, otra investigación también realizada también con ratones en el año 2003 (67), corroboró que demasiado Omega-6 y poco Omega-3 en periodos vitales como son los últimos meses de gestación y la lactancia, favorecía la adipogénesis –desarrollo excesivo de adipocitos, que son acumuladores de lípidos-, y por lo tanto, se favorecía la futura obesidad.
       Algunas investigaciones han demostrado que las mujeres con diabetes mellitus –que es la diabetes de tipo 1 insulinodependiente-, tienen un mayor riesgo de incidencia de cáncer de endometrio y de mama. Recordemos no obstante, que lejos de la apariencia de tratarse de enfermedades totalmente distintas, pueden surgir del nexo común proinflamatorio que favorece el exceso de Omega-6, y lo único que ocurre en estos casos, es que esta relación se hace más evidente (68).
       Otros estudios, como el titulado Dietary glycemic load, carbohydrate, sugar, and colorectal cancer risk in men and women (69), han demostrado que un alto consumo de glucosa, fructosa y sacarosa, se relacionaba con un mayor riesgo de sufrir cáncer colorrectal entre los hombres, mientras que no aumenta en las mujeres, las cuales tienen una mayor tendencia a otros tipos de cáncer, tal como hemos visto en el párrafo anterior, así como también, una mayor propensión al cáncer de páncreas, según un estudio realizado en Estados Unidos en el año 2005 (70). Existen por lo tanto, diferencias de género en cuanto a la prevalencia de los diferentes tipos de cáncer.
       Una investigación prospectiva se llevó a cabo, para relacionar el consumo de pescado con el riesgo de cardiopatía coronaria y la mortalidad entre pacientes diabéticos tipo 2. Se analizaron los datos entre los años 1980 y 1996, de más de cinco mil enfermeras diagnosticadas con esta enfermedad. Los resultados fueron concluyentes, pues se pudo comprobar que un mayor consumo de pescado con Omega-3, se asociaba con una menor incidencia en la cardiopatía coronaria y la mortalidad total entre las mujeres diabéticas (71).
       Como ya han leído al principio, los diabéticos tienen un elevado riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares. En este sentido, la revista Diabetes Care (72), informó que el aceite de pescado altamente purificado E-EPA, reducía varios factores de riesgo cardiovascular en diabéticos con síndrome metabólico de tipo 2, según un estudio realizado en un centro médico y hospital de Tokio, en el que se dividió a los participantes en dos grupos, los cuales recibieron todos una dieta estándar adecuada para la enfermedad cardiovascular. Un grupo recibió además de la dieta, 1,8 g/día de E-EPA durante tres meses, y el otro grupo siguió tomando solamente la dieta. Antes y después del tratamiento midieron el índice de masa corporal -IMC-, la concentración en el suero de EPA y de AA, así como los triglicéridos, el colesterol y algunas de sus subclases. Pues bien, al finalizar el estudio, en el grupo EPA, el nivel de EPA en el suero era más elevado, mientras que el de AA había disminuido, y por lo tanto, el ratio AA/EPA, -proporción Omega-6/3-, se había equilibrado favorablemente, además de observar que todos los factores de riesgo cardíaco habían bajado sensiblemente en comparación con el grupo de control con la dieta solamente, y que correlacionaba positivamente con reducciones de colesterol y triglicéridos. Los autores concluyeron que los resultados demostraban que el EPA altamente purificado, reduce potencialmente el desarrollo de arteriosclerosis coronarias en los pacientes con el síndrome metabólico.
       Otra interesantísima investigación referida a la arteriosclerosis (73), fue llevada a cabo con 81 japoneses con diabetes tipo 2. Se les asignó aleatoriamente al grupo tratado con 1,8g/día de E-EPA –que era el grupo experimental-, o al grupo de control. Utilizando técnicas de ultrasonido, se evaluó el estado de las arterias antes y después del estudio, midiendo el grosor de la arteria carótida y la velocidad de la onda del pulso en la arteria braquial-tobillo. Al cabo de dos años, 60 pacientes terminaron el estudio, 30 del grupo EPA, y 30 del grupo de control. Los resultados mostraron una disminución significativa del grosor de la arteria en el grupo EPA, en comparación con los del grupo de control. La velocidad de la onda del pulso también mejoró perceptiblemente en el grupo EPA respecto al grupo de control. Concluyeron los autores que según estos resultados, el E-EPA puede recuperar la arteriosclerosis y la angiopatía en diabéticos de tipo 2.
       Este estudio complementa otros que demuestran también, que el E-EPA normaliza la función de las células endoteliales (74). Esta circunstancia resulta de vital importancia, tal como demostró la Universidad de Southampton (75), cuando comprobó que los trozos liberados de las placas en las arterias, causan la mayor parte de los infartos de miocardio y cerebrales, ya que al liberarse, pueden viajar hasta el cerebro y bloquear los vasos sanguíneos que le proporcionan riego.
       Con esta muestra de estudios, se visualiza claramente el beneficio general que pueden aportar los Omega-3 a los diabéticos de tipo 2.

En retinopatías, degeneración macular


       Entre el 30-40% de la composición de los ácidos grasos en los fotorreceptores de la retina del ojo humano es DHA (76). Las evidencias muestran que este ácido graso poliinsaturado, juega un papel muy importante en el desarrollo y función visual del niño, y también a lo largo de la vida del adulto (77), siendo fundamental no solo para la correcta formación de la retina, sino también del cerebro, así como para las funciones neuronales cognitivas durante la etapa gestacional y postnatal (78). De ahí que hayan sido varios los autores que han comprobado en sus estudios, la importancia de que el niño reciba en el periodo de gestación y lactancia –a través de la propia madre-, la cantidad suficiente de Omega-3, especialmente DHA (77).
       No debe extrañar por lo tanto, que se haya demostrado que existe una fuerte correlación entre unos niveles bajos de DHA en pacientes con retinopatía, y la severidad de su enfermedad (79). El equipo de investigación del Department of Ophthalmology, Harvard Medical School, Children's Hospital Boston, publicó en Nature Medicine en el año 2007 (80), un estudio que demostró que los Omega-3 previenen la aparición de problemas oculares, fundamentalmente la retinopatía, ya que ayudan a controlar la angiogénesis, limitan el crecimiento anormal de los vasos sanguíneos del ojo, y además suprimen el factor de necrosis tumoral alfa.
      Por otra parte, la degeneración macular de los ojos, es la principal causa de ceguera para las personas de más de 55 años de edad en el mundo occidental. Pues bien, en el año 2001, en Archives of Opthalmology (81), publicó un estudio realizado con más de 850 participantes, en el que se comprobó que una dieta lo más rica posible en Omega-3, y al mismo tiempo más baja en Omega-6, se traducía en un menor riesgo de sufrir degeneración macular. Otra investigación realizada por la London School of Hygiene & Tropical Medicine, y publicado por American Journal of Clinical Nutrition (82), comprobó que las personas que consumían al menos 300mg diarios de DHA y EPA, tenían un 70% menos probabilidades de tener degeneración macular húmeda que aquellos que consumían menor cantidad. Y en cuanto a la llamada degeneración macular seca, también un estudio realizado el año 2008, en Maryland (83), demostró que los Omega-3 contribuían a reducir positivamente el riesgo de progresión de drusas bilaterales.


En la esteatosis hepática no alcohólica, hepatitis C


       La llamada enfermedad del hígado graso o esteatosis no alcohólica, es una enfermedad que puede ser causa de cirrosis hepática, y cuyo origen se estima que puede provenir de la obesidad, diabetes o hiperlipemia. Pues bien, en una interesante investigación japonesa, titulada Highly purified eicosapentaenoic acid treatment improves nonalcoholic steatohepatitis, publicada por el Journal of clinical gastroenterology en el año 2008 (84), se comprobó la eficacia y seguridad del E-EPA con 23 pacientes afectados de esteatosis hepática, a los que se le administraron 2,7g/día de E-EPA durante 12 meses. Todos los pacientes completaron la prueba sin efecto adverso y mostrando una aceptable tolerancia al E-EPA. Al cabo de este tiempo, los niveles de alanina aminotransferasa habían mejorado significativamente, y también los niveles de ferritina y tiroxina, los cuales revelan el estrés oxidativo hepático. El peso, la glucemia, la insulina y la concentración de la hormona adiponectina permanecieron sin cambios. Una biopsia de hígado realizada posteriormente en 7 de los 23 pacientes, mostró mejoras en 6 pacientes, rebajando la esteatosis, la fibrosis hepática y la inflamación lobular, por lo que se concluyó que el tratamiento con E-EPA resultaba tener propiedades antiinflamatorias y antioxidantes, y parecía seguro y eficaz para pacientes con esteatosis hepática no alcohólica.
       En este mismo sentido se pronunciaron los investigadores del Department of Pathology, University of Pittsburgh School of Medicine (59), cuando en el año 2008 publicaron un trabajo sobre el cáncer de hígado. Después de obtener unos resultados muy positivos con EPA y DHA, sugirieron que podían ser un excelente medio para prevenir la esteatosis hepática no alcohólica.
       Por su parte, la hepatitis C, una de las variedades de hepatitis vírica existente, que sólo en España afecta a casi un millón de personas, aunque no todos desarrollan la enfermedad, y que puede conducir a sufrir cirrosis, cáncer de hígado, insuficiencia hepática y muerte, se suele tratar con fármacos antivirales e interferón, desapareciendo los virus de la sangre aproximadamente en un 54% de los pacientes, pero con importantes efectos secundarios por intolerancia. Pues bien, en la Universidad de Nara (85), se estudió un grupo de 24 pacientes de hepatitis C crónica, que estaban tratándose con una combinación de interferón alfa-2b pegilado, ribavirina, 300mg de vitamina E y 600mg de vitamina C. Se dividieron en dos grupos, el de control, con 12 individuos que siguieron con el mismo tratamiento, y el grupo EPA, con 12 individuos a los que se les administró además del tratamiento habitual, 1,8g/día de E-EPA. La investigación se mantuvo durante 48 semanas. A las 12 semanas de empezar el tratamiento, la enzima alanina aminotransferasa del suero, se normalizó en 8 de 12 pacientes del grupo EPA, y en 6 del grupo de control. Los linfocitos T helper -Th1- -que son unas células colaboradoras para maximizarlas capacidades defensivas de nuestro sistema inmunitario-, decrecieron después de 4 semanas en el grupo de control, pero no en el grupo EPA. Los niveles de Th1/Th2 fueron incrementados en 9 de 12 pacientes en el grupo EPA, y en 3 de 12 pacientes en el grupo de control en 8 semanas. A la vista de los resultados, los autores sugirieron que la suplementación de EPA puede ser muy útil en la terapia para la hepatitis C crónica.


En la dermatitis, psoriasis


       En el Centro de Dermatología y Andrología de la Universidad Justus-Liebig, en Giessen (86), se llevó a cabo en el año 1988, una importante investigación a doble ciego y aleatoriezada, participando paralelamente 8 centros europeos y 83 pacientes hospitalizados con psoriasis crónica grave. Divididos los pacientes en dos grupos aleatoriamente, se les administró por vía intravenosa durante 14 días, una preparación de Omega-3 a un grupo, mientras que al otro grupo se les administró Omega-6. Los resultados llevaron al equipo investigador, a la conclusión de que la administración intravenosa de Omega-3 era eficaz en el tratamiento de la placa de psoriasis crónica, estando relacionado este efecto con la generación de eicosanoides positivos con efectos antiinflamatorios.
      Esta misma institución (87) realizó en el año 2002, una investigación con pacientes con dermatitis atópica, en los que se había observado un aumento de AA, con la intención de verificar si el EPA podía tener un efecto antiinflamatorio debido a su antagonismo con el AA. Para ello, se realizó un estudio doble ciego, aleatoriezado y controlado con placebo, en 22 pacientes hospitalizados con dermatitis atópica moderada a severa, durante 10 días. Fueron divididos al azar, en dos grupos. En uno se les administró Omega-3, y al otro grupo Omega-6, mientras que el tratamiento tópico se limitó a emolientes. La enfermedad fue evaluada a diario con puntuación de eritema, infiltración, descamación y apreciación subjetiva del paciente. Además, se controlaron los parámetros de los ácidos grasos en plasma y en la membrana de las células sanguíneas, así como la activación de linfocitos.
       Al término de la investigación, 20 pacientes completaron el ensayo, y en ambos grupos de observaron mejoras, pero la mejora a partir del sexto día, obtuvo una mayor puntuación en el grupo Omega-3 en comparación con el Omega-6. El ácido araquidónico libre en el plasma, no cambió sustancialmente en los dos grupos, mientras que el EPA libre en el plasma aumentó, y se equilibró la proporción AA/EPA de las membranas en el grupo EPA. Los linfocitos no obtuvieron variación. Los investigadores concluyeron que el Omega-3 es muy eficaz a corto plazo, en la mejora de la severidad de la dermatitis atópica.

domingo, 19 de julio de 2015

OMEGA-3 LA SALUD INMEDIATA - Libro abierto gratuito (Entrega nº 3)







Los Omega-3 en enfermedades físicas

       Hemos tenido oportunidad de comprobar en algunos de los estudios revisados, que los beneficios para la prevención y el tratamiento de algunas enfermedades deriva de las propiedades directas de los Omega-3, o de su acción indirecta compensando y neutralizando los efectos negativos del exceso de Omega-6. A continuación analizaremos más detenidamente, los beneficios que pueden aportar en enfermedades físicas concretas, repasando brevemente algunas de las principales investigaciones realizadas, no sin antes efectuar una pequeña reflexión: -Debemos tener en cuenta que los datos estadísticos son siempre limitados en su aplicación real. Cuando se experimenta con personas, puede ocurrir que las diferencias individuales no puedan ser controladas totalmente, contribuyendo ello, a que ocasionalmente se produzcan resultados estadísticamente discrepantes o contradictorios. En muchos estudios no se diferencia si las personas de la muestra se conforman pasivamente, o por el contrario luchan y movilizan sus propias defensas físicas y mentales más allá de lo que hacen otras. Por esa razón, en medicina no siempre dos más dos son cuatro. Y por esa razón también, debemos obrar con cautela cuando se analizan los resultados de las investigaciones y las estadísticas, teniendo en cuenta que son datos relativos, pero no absolutos, orientadores pero no determinantes a nivel individual-.


Los Omega-3 en trastornos cardiovasculares


       Los problemas cardiovasculares se han convertido en la primera causa de muerte en la sociedad moderna. Es justo pues, empezar por ellos.
       En un estudio comparativo de la dieta de 50 esquimales que se realizó en el año 1976, y que fue publicado en el año 1980 por The American Journal of Clinical Nutrition (10), se observó que los esquimales tenían menos problemas cardiovasculares que otras poblaciones. En ese mismo año 1980, los científicos daneses Kromann y Green comprobaron que en Groenlandia, los esquimales tenían una prevalencia de accidente cardiovascular que era ocho veces menor a la de los esquimales que habían ido a vivir a Dinamarca, hallando la causa de esta diferencia en los altos niveles de Omega-3 presentes en la sangre de los esquimales que no habían emigrado, debido a su alto consumo de pescado.  
      A partir de entonces se empezó a investigar más intensamente el posible beneficio de los Omega-3 en la prevención de la arteriosclerosis y problemas cardiovasculares, dado que estos trastornos se estaban convirtiendo en la mayor plaga para el mundo moderno.
       Las investigaciones que se realizaban, iban confirmando estas propiedades una tras otra, publicándose en todas las revistas científicas del mundo. Por ejemplo, el año 1982 en el Journal of Nutrition Science of Vitaminologye (11), se hacían eco de los estudios que confirmaban que la alta longevidad de los japoneses y su baja prevalencia de las enfermedades cardiovasculares, se debían al alto consumo de ácidos grasos Omega-3 en su dieta, a través del consumo de pescado. O como en 1989, cuando la revista científica Lancet (12) confirmaba tras una investigación realizada por científicos, que la ingesta moderada de pescado (dos o tres veces a la semana), aportaba una reducción significativa en la mortalidad de pacientes que habían sufrido un infarto de miocardio.
       Pero como suele suceder en el ámbito científico, unas investigaciones eran más amplias que otras, tenían objetivos y resultados distintos, utilizaban diferentes diseños, hipótesis y criterios evaluadores, de forma que los resultados no siempre eran del todo concordantes, fiables y concluyentes. Así las cosas, el equipo investigador danés de la Research Department of Human Nutrition, Royal Veterinary and Agricultural University, en Frederiksberg (13), realizó en 1999 un metaanálisis –que es un análisis de análisis en el que se estudian y homogeneizan las características de diseño y resultados de distintos estudios e investigaciones realizados anteriormente-, mediante el cual pudieron comprobar, que efectivamente, el consumo de pescado reducía de forma eficaz y real el riesgo de la mortalidad por accidente coronario, especialmente en aquellas poblaciones de alto riesgo, como por ejemplo la norteamericana.
       Por su parte, el Department of Nephrology, Aalborg Hospital (14), comprobó en el 2001, que los Omega-3 reforzaban la frecuencia del ritmo cardíaco, lo protegían de las arritmias, confirmando además, que reducía las posibilidades de muerte súbita cardiaca.
       Los estudios iban acumulándose, hasta que en el año 2005, ante tal avalancha de investigaciones con resultados positivos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no tuvo más remedio que recomendar oficialmente, la ingesta de ácidos grasos Omega-3, en especial EPA y DHA, para la prevención de las enfermedades cardiovasculares. Hay que tener muy en cuenta, que la propia OMS ha previsto que en el año 2020, las enfermedades cardiovasculares serán la primera causa de muerte y de incapacidad en el mundo. Por lo tanto, cumplir o no esta recomendación resultará crucial, dentro de unos años, para millones de personas.
        Pero siguiendo en el ámbito de las recomendaciones, la American Heart Association/American College of Cardiology y la European Society of Cardiology, también sugirieron la ingesta de 1g/día de los dos ácidos grasos Omega-3, el EPA y el DHA, para la prevención secundaria cardiovascular –se llama así al tratamiento posterior a un infarto de miocardio- y para la prevención de la muerte súbita de causa cardiaca. Asimismo, para reducir los niveles elevados de triglicéridos, recomendó tomar entre 2g y 4g de Omega-3 al día. Y aún otra recomendación más reciente, realizada por el Department of Cardiovascular Diseases, Ochsner Medical Center, de Nueva Orleans en 2009 (15). Según sus estudios, realizados con más de 40.000 participantes, para asegurar una eficiente protección cardiovascular es necesario ingerir diariamente un mínimo de 500mg de EPA+DHA como prevención primaria, en aquellas personas sin enfermedad subyacente conocida, y un mínimo de 800mg a 1.000mg como prevención secundaria, en aquellas personas con enfermedad coronaria conocida, o infarto de miocardio.
       La Japan Eicosapentaenoic Acid -EPA- Lipid Intervention Study, más conocida como JELIS (16), es el más amplio y exhaustivo estudio efectuado con Omega-3, realizado durante 4,6 años, con 18.600 pacientes japoneses, hombres y mujeres, afectados de hipercolesterolemia, con antecedentes de enfermedad de la arteria coronaria y otros con episodios de infarto de miocardio. El procedimiento de esta investigación consistió, tras dividir aleatoriamente a los participantes en dos grupos, en administrar estatinas como monoterapia al primer grupo, que sería el grupo de control –las estatinas son medicamentos para bajar el colesterol-, o administrando estatinas más E-EPA, a razón de 1,8g/día, al segundo grupo, que seria el grupo experimental EPA.
       Al finalizar el estudio se pudo comprobar en los resultados, que añadir E-EPA como complemento a los tratamientos con estatinas, reducía los efectos cardíacos adversos, tanto en la prevención primaria, es decir, antes de que aparezca un proceso patológico grave, como en la prevención secundaria, cuando ya se ha manifestado dicho proceso. Además, se comprobó que el E-EPA administrado, había reducido el riesgo de enfermedades coronarias en un 53%, los infartos de miocardio en un 19%, la angina de pecho en un 24% y la recaída del ictus, en un 20%. Las conclusiones de los investigadores fueron claras. Una de ellas es que se puede reducir el riesgo de enfermedad coronaria en la población occidental, especialmente en individuos con antecedentes de infarto de miocardio, complementando los tratamientos médicos convencionales con una ingesta adicional de E-EPA, ya que los efectos de éste se añaden a los de las estatinas, sin que se alteren los niveles de las lipoproteínas. Hay que tener en cuenta que la investigación se realizó sobre ciudadanos japoneses, los cuales consumen habitualmente Omega-3 a través del pescado, en una cantidad aproximadamente 8 veces mayor que un ciudadano típico de la cultura occidental, por lo que era fácil deducir que en poblaciones con menor consumo de pescado, el efecto protector podía ser aún mayor.
       Otra conclusión fue que el E-EPA actúa positivamente induciendo la reducción de las placas arteriales inflamadas. Y otra más, también importantísima, que los efectos del E-EPA se manifiestan al cabo de muy poco tiempo de haber iniciado la terapia, independientemente de la dieta, y también con independencia de si se trata de prevención primaria o secundaria. Todo ello reforzó aún más si cabe, la clarísima conveniencia de la utilización de suplementar la dieta con Omega-3 (17).  
       La Unidad de Lípidos de la Fundación Jiménez Díaz y el Departamento de Nutrición de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid   (18), confirmaron por su parte, en el año 2004, que el consumo habitual de EPA y DHA, disminuye el riesgo de muerte súbita y previene las arritmias. Estimaron, que muchas de las muertes por causa coronaria son consecuencia de la inestabilidad eléctrica del músculo del miocardio, que genera un paro cardíaco -fibrilación ventricular-, y que las propiedades antiarrítmicas de los Omega-3 se deben precisamente, a la capacidad de estos ácidos grasos para estabilizar la contracción de la célula muscular cardiaca. Asimismo, sus propiedades antitrombóticas eran patentes, ya que contribuyen a la disminución de la agregación plaquetaria que se produce en los vasos sanguíneos, mejorando la función endotelial o capacidad vasodilatadora, y evidenciando su beneficiosa acción en la isquemia coronaria o disminución del flujo sanguíneo.
       Por su parte, la Escuela de Graduados de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Hiroshima (19), estudió en el año 2008 la prevalencia del síndrome metabólico –que es una condición caracterizada por la acumulación de múltiples factores de riesgo para la aterosclerosis-, haciendo una comparación entre el japonés nativo, y el japonés americano. Después de realizar la investigación con 416 japoneses nativos de Hiroshima, y 574 japoneses de Los Ángeles, hallaron una prevalencia en los nativos, del 13,9% en el caso de los hombres, y del 2,7% en las mujeres, mientras que en el grupo de “japoneses americanos”, la prevalencia fue de 32,7% en los hombres, y del 3,4%  en las mujeres. Hubo diferencias muy significativas en los hombres, pero no así en las mujeres. Ello vino a demostrar, que la “occidentalización” del estilo de vida, aumentaba la prevalencia del síndrome metabólico entre los hombres “japoneses americanos” en relación con los japoneses nativos.
       En algunas ocasiones, los trabajos científicos realizados también han estudiado la asociación entre varias enfermedades. Por ejemplo, la artritis reumatoide se asocia con un mayor riesgo cardiovascular, por lo que la Unidad de Reumatología del Royal Adelaide Hospital (20), realizó una investigación para demostrar que el aceite de pescado reducía los síntomas de la artritis reumatoide, al mismo tiempo que los de riesgo cardiovascular. Con un programa que incluía quimioterapia para pacientes con artritis reumatoide temprana, se distribuyó un grupo de control, que siguió el tratamiento estándar, y otro grupo que tomó EPA. Pues bien, al cabo de 3 años, se examinaron los resultados y se comprobó que en el grupo EPA, la presencia de AA (ácido araquidónico) fue un 30% menor en las plaquetas, y un 40% menor en las células mononucleares. Asimismo, que el tromboxano B2 también fue un 35% inferior, y la prostaglandina E2 un 41% menos –recordemos que se trata de eicosanoides negativos-. Los pacientes del grupo EPA, tuvieron cambios favorables en los lípidos en sangre, mientras que el grupo de control no los tuvo. La remisión de síntomas fue del 72% en el grupo EPA, y solo del 31% en el grupo de control. En base a estos resultados, los investigadores concluyeron el estudio confirmando, que el aceite de pescado reducía el riesgo cardiovascular en pacientes con artritis reumatoide, al tiempo que también era beneficiosa para ésta.
       Observamos en este estudio, la confirmación de la existencia de el nexo común entre estos trastornos aparentemente distintos, lo que nos reafirma en la importancia fundamental del equilibrio Omega-6/3 en la génesis de patologías aparentemente muy diferentes entre si, de tal forma que mediante los Omega-3, en este caso concreto EPA, se puede obtener mejora en todas ellas ya que comparten este nexo causal común.
       Otras investigaciones han estudiado los efectos protectores cardiovasculares de una nutrición tipo dieta mediterránea enriquecida con Omega-3. Un importante trabajo se llevó a cabo con 600 pacientes infartados, seguidos durante una media de 46 meses (21). El resultado fue espectacular, pues todos los riesgos cardiovasculares, tanto de fallecimiento, muerte cardiaca, nuevo infarto y demás complicaciones coronarias, se redujeron entre un 50% y un 70% en función de sus complicaciones específicas.
       El Gruppo Italiano per lo Studio della Sopravvivenza nell’Infarto miocárdico  GISSI-, ha realizado importantísimas investigaciones que han sido publicadas en The Lancet (22). En el año 1999, publicaron un ensayo, en el que participaron 11.324 pacientes que habían sobrevivido a un infarto de miocardio. Se les administró 1g diario de EPA + DHA, durante 3 años y medio. Pues bien, al cabo de ese tiempo, los resultados constataron una reducción de la mortalidad por problemas cardíacos, en un 30%, mientras que la mortalidad súbita debida a problemas del ritmo ventricular, se había reducido en un 45%. En el año 2008, realizaron otro ensayo (23) en el que administraron 1g diario de Omega-3 -EPA+DHA- de forma aleatoria a la mitad de 6.975 pacientes con insuficiencia cardiaca crónica, y placebo a la otra mitad, durante en periodo de 3,9 años. Al cabo de este tiempo, se verificó que había un 9% menos de muertes en el grupo Omega-3 que en el grupo placebo, y un 8% menos de ingresos hospitalarios.
       En el Toyama University Hospital (24), realizaron una investigación en la que administraron 1,8g diario de EPA a un grupo de 9.326 pacientes –que sería el grupo experimental EPA-, mientras que a 9.319 pacientes se les administró placebo –que sería el grupo de control placebo-. Al cabo de 5 años, se comprobó en los pacientes que habían sufrido infartos, que en el grupo EPA hubo un episodio de repetición del 6,8 por ciento, mientras que en el grupo placebo las repeticiones subieron hasta el 10,5 por ciento, además de observarse en el grupo EPA una bajada del colesterol y de las arritmias. Lógicamente, los investigadores concluyeron que el EPA era beneficioso para la salud cardiovascular. Fíjense los lectores –porque a veces los números pueden desorientar-, que la diferencia entre el 6,8 por ciento y el 10,5 por ciento de cada grupo, aparentemente pequeña, en realidad significa un 35% menos de posibilidades de sufrir una repetición de infarto si se tomaba EPA con respecto a si no se tomaba. En ese mismo año, el Current Vascular Pharmacology (25) (26), publicó que de entre todas las propiedades cardiovasculares de los Omega-3, la más clara acción beneficiosa a corto plazo, es su capacidad para prevenir la muerte súbita cardiaca.
       Y hablando de acciones a corto plazo, otra más. El Department of Medicine, University of Western Australia, and the West Australian Heart Research Institute, en Perth (27), realizó en el ámbito ambulatorio durante el año 1999, un estudio doble ciego controlado por placebo, comparando los efectos que sobre la presión arterial y la frecuencia cardiaca, podían ejercer el DHA, EPA y el aceite de oliva como placebo. Pues bien, los resultados mostraron que el DHA tenía un efecto reductor más rápido y significativo sobre la presión arterial y la frecuencia cardiaca en 24 horas, que el EPA y el placebo. En el 2009, otro estudio (28) confirmó asimismo, el notable papel de los Omega-3 en la mejora de la hipertensión en dislipémicos, diabéticos y ancianos, con la excelentísima ventaja que supone poder rebajar entonces la cantidad de fármacos administrada a este tipo de pacientes.
       Para finalizar este clarificador viaje cardiovascular, fijemos la atención en un estudio especial de casos y controles realizados en Seattle en el año 2007 (29) (30). Se comprobó, relacionando análisis sanguíneos con la salud cardiaca de varios pacientes, que los individuos con 6,5% de ácidos grasos Omega-3 en las membranas de los eritrocitos de su sangre, presentaban un impresionante 90% menos de riesgo de muerte súbita de tipo cardíaco, en comparación con aquellos tenían un nivel un 3,3% de Omega-3, lo que vino a significar, que el nivel de Omega-3 en la sangre se relaciona en el riesgo de sufrir un paro cardíaco, de forma que si elevamos su consumo tenemos muchísimas menos posibilidades de sufrir un ataque.
      

En colitis ulcerosas, enfermedad de Crohn


       Los trastornos o inflamaciones intestinales han aumentado en los últimos años en la población. El cáncer de colon es uno de los más frecuentes. ¿Qué misterio esconde este fenómeno que afecta a una zona de nuestro cuerpo, el sistema digestivo, que lógicamente es una de las partes orgánicas más directamente relacionada con lo que comemos? Veamos qué ocurre cuando se implican los Omega.
       En el año 1990, el Departamento de Medicina de Mount Sinai School of Medicine, en Nueva York  (31), realizó un ensayo abierto de 10 pacientes con colitis ulcerosa moderada, en los que había fracasado el tratamiento farmacológico convencional con esteroides. Se les suministró 2,7g/día de EPA, dividido en tres tomas diarias, durante 8 semanas. Los resultados mostraron que siete pacientes obtuvieron una notable mejoría, y la dosis de esteroides que tomaban pudo reducirse en cuatro de los cinco pacientes tratados con prednisona –un corticoesteroide que también se utiliza en el asma, lupus o artritis reumatoide-, mientras que tres pacientes obtuvieron poca o ninguna mejora, pero ninguno empeoró. En el estudio se constató además, que todos los pacientes habían tolerado el bien aceite de pescado, sin provocar ninguna alteración en los análisis de sangre rutinarios. Estos resultados mostraron claras ventajas y ninguna desventaja en la administración de Omega-3 a estos enfermos, en este caso EPA, verificando que es un producto seguro.
       Posteriormente, en California (32), se llevó a término una investigación de título Fish oil fatty acid supplementation in active ulcerative colitis: a double-blind, placebo-controlled, crossover study, realizada con pacientes afectados de colitis ulcerosa activa leve o moderada, en los se había observado que sus niveles de leucotrieno B4 en la mucosa rectal habían aumentado, contribuyendo a la diarrea y a la inflamación, y correlacionando así, con la severidad de la enfermedad. La hipótesis a confirmar era en principio, que los Omega-3 como inhibidores de la síntesis de los leucotrienos podían ser beneficiosos para la colitis ulcerosa. En el estudio, controlado con placebo y a doble ciego, se administró durante 8 meses a 11 pacientes, suplementos dietéticos con aceite de pescado, que proporcionaba alrededor de 4,2g/día de Omega-3. Pues bien, al término de la investigación, la media de índice de actividad de la enfermedad disminuyó un 56% en los pacientes que recibieron aceite de pescado, y sólo un 4% en los pacientes con placebo, confirmándose el beneficio de los Omega-3. Pero no hubo sin embargo, diferencias estadísticamente significativas en las puntuaciones histopatológicas del nivel del leucotrieno B4 en la mucosa colónica. Todos los pacientes toleraron bien la ingestión de aceite de pescado, y no se mostró ninguna alteración en los análisis de sangre rutinarios. Ningún paciente empeoró, y los antiinflamatorios pudieron reducirse o eliminarse en 8 pacientes (72%) del grupo Omega-3. Los investigadores concluyeron que, efectivamente, el aceite de pescado mejoraba el estado de la colitis ulcerosa, pero no se asoció con una reducción significativa de la producción en la mucosa del leucotrieno LTB4.
       Este resultado, aporta por una parte la evidencia de que los Omega-3 poseen propiedades que influyen directamente en la mejora de enfermedad, pero por otra parte, muestra la gran dificultad de conseguir reducir los niveles orgánicos de los eicosanoides negativos –en ese caso el leucotrieno LTB4-, lo que nos muestra la necesidad de prevenir los daños que causa, disminuyendo la ingesta de Omega-6.
       Por su parte, en el Department of Pediatrics, Juntendo University, School of Medicine, en Tokio (33), se investigó también la utilidad del E-EPA en niños de entre 8 y 16 años con colitis ulcerosa en remisión. Se constató que una dosis de 1,8g/día de E-EPA era bien tolerada y sin ningún efecto secundario durante dos meses. La investigación permitió comprobar además, que no había diferencias significativas en los resultados de laboratorio en cuanto a la puntuación histológica antes y después de la  mucosa, pero sí que hallaron diferencias significativas en el nivel de EPA en los eritrocitos de las membranas, que era más alto, y una disminución del leucotrieno LTB4, que interviene en la producción de citoquinas proinflamatorias. Vemos que al igual que en la anterior investigación, no se produjo reducción de los leucotrienos a nivel histológico –es decir, a nivel de tejido intestinal-, pero sí que lo hizo en la sangre. Esto nos confirma que recuperar los daños físicos que afectan los tejidos es dificultosos y requiere proporcionalmente un tiempo tanto más largo cuanto más extenso haya sido el tiempo que ha estado expuesto este tejido a los efectos dañinos de los eicosanoides negativos derivados de los Omega-6, mientras que las mejoras funcionales o sintomáticas, pueden ser muy evidentes en un plazo de tiempo infinitamente más corto e inmediato.
       En el año 2009 se llevó a cabo en el Reino Unido, un macro estudio de cohortes de carácter prospectivo, titulado Linoleic Acid, a Dietary N-6 Polyunsaturated Fatty Acid, and the Aetiology of Ulcerative Colitis - A European Prospective Cohort Study (34), el cual se extendió a Suecia, Alemania, Dinamarca e Italia, y abarcó a más de 200.000 pacientes, hombres y mujeres de 30 a 74 años. Pues bien, los resultados fueron tan rotundos, que los responsables de la investigación afirmaron que se había probado que los Omega-6, que se metabolizan en forma de AA, tenían un papel predominante en la etiología y el aumento de riesgo de la colitis ulcerosa. Es decir, confirmaron su más que probable responsabilidad en la generación de la enfermedad.
       Por su parte, el profesor Ángel Gil, de la Universidad de Granada (35), ya había recomendado también en el año 2003, el E-EPA para pacientes con colitis ulcerosa, mientras que en el año 2005, unos estudios realizados en Estados Unidos  por investigadores de la Universidad Harvard en Boston (36), posibilitaron la identificación de un nuevo lípido bioactivo, la resolvina RvE1, de la que el EPA es precursor, pudiendo comprobar que era muy beneficiosa en las enfermedades inflamatorias crónicas intestinales, que son las que causan ulceraciones e inflamaciones de diversas áreas del intestino, y cuya mayor parte se clasifican como colitis ulcerosa, o enfermedad de Crohn.
       En el año 1996, The England journal of medicine (37), publicó una investigación realizada con 78 pacientes con la enfermedad de Crohn, en la que fueron divididos en dos grupos al azar, administrándole al grupo experimental, 2,7g diarios de Omega-3 en cápsulas, y placebo diario al grupo de control. Al cabo de un año los resultados mostraban que el 59% de los pacientes del grupo Omega-3 mostraban remisión en la enfermedad, mientras que sólo un 26% del grupo placebo habían mejorado.
       Vemos por lo tanto, que independientemente del mecanismo íntimo mediante el cual actúen los Omega-3, la evidencia sobre el beneficio que aportan en este tipo de patologías, en especial el EPA, así como buena tolerancia, está suficientemente probado.


En artritis reumatoide


       En el año 2003, desde la Unidad de Reumatología del Royal Adelaide Hospital (38),  el Dr. Cleland (39) se lamentaba de que a pesar de que los beneficiosos efectos antiinflamatorios de los Omega-3 habían sido suficientemente comprobados de forma científica, mediante estudios aleatoriezados a doble ciego y controlados con placebo, consiguiendo evitar o disminuir los efectos de las citoquinas proinflamatorias y la degradación del cartílago, muchos médicos seguían ignorando esta bioquímica en sus tratamientos terapéuticos, formulas, principios de aplicación y modificaciones de la dieta, negando así un beneficio más que probado a sus pacientes.
       Efectivamente, la eficacia de los Omega-3 en la artritis reumatoide ha sido comprobada y reafirmada por diversas investigaciones realizadas por prestigiosos doctores e instituciones, que han recomendado su utilización. Por ejemplo, el Dr. Kremer, de la Division of Rheumatology, Albany Medical College, en Nueva York (40), el cual demostró en el año 2000, que la ingesta diaria de suplementos de Omega-3, concretamente EPA y DHA, combinados con los medicamentos, mejoraban la artritis reumatoide. Por su experiencia profesional e investigadora, valoraba en 3g/día la dosis mínima necesaria para obtener los beneficios deseados, siendo en general bien tolerada y sin efectos tóxicos.
       En el año 2007, la American Heart Association/American College of Cardiology y la European Society of Cardiology (41), recomendaba tomar 1g/día de Omega-3, para reducir la rigidez matinal y la inflamación de las articulaciones en pacientes con artritis reumatoide. Otros estudios demostraron asimismo, que una dosis de 2,6g/día o más de EPA+DHA, reducía los síntomas de la artritis reumatoide después de 12 semanas, y que consumir una dosis mayor podía incluso reducir este período de latencia (42). Precisaron también, que el mecanismo de mejora era debido a una disminución de la inflamación debido a la capacidad del EPA de inhibir las prostaglandinas de los Omega-6 –o sea, de inhibir eicosanoides negativos de efectos proinflamatorios-.


En el asma y bronquitis asmática


       El exceso de Omega-6 y la falta de Omega-3, según han demostrado diferentes investigaciones, no solo parece actuar positivamente en el asma, sino también sobre el enfisema pulmonar y la bronquitis crónica, especialmente la derivada del tabaquismo (43).
       El año 2005 la Human Performance and Exercise Biochemistry Laboratory, Department of Kinesiology, Indiana University (44), tras reflexionar sobre el hecho de que a pesar del progreso que se ha hecho en el tratamiento del asma, la prevalencia y la carga de esta enfermedad había seguido aumentando, y además de ello, aunque los medicamentos suelen ser eficaces, pueden tener efectos secundarios importantes, quisieron investigar si las terapias alternativas podrían disminuir las dosis farmacológicas, y reducir así, el coste de esta enfermedad para la salud pública. Partiendo de la evidencia de que los factores dietéticos podían desempeñar un papel preponderante en el aumento de la incidencia de asma en las sociedades occidentales, debido al exceso de Omega-6 en la dieta, que tiene efectos proinflamatorios, realizaron un estudio titulado Protective Effect of Fish Oil Supplementation on Exercise-Induced Bronchoconstriction in Asthma. Analizaron los efectos de una ingesta suplementaria de Omega-3 sobre el asma y la broncoconstricción inducida por el ejercicio físico, sometiendo a investigación un grupo de 16 deportistas asmáticos con broncoconstricción, los cuales fueron divididos en dos grupos, administrándoles aleatoriamente suplementos de aceite de pescado o placebo durante 3 semanas.
       Al finalizar el estudio se observó que el grupo experimental, el que había tomado aceite de pescado, mejoró la función pulmonar y previno que se produjera broncoconstricción después de la realización de los ejercicios, mostrando al mismo tiempo,  una notable reducción del estrechamiento en las vías respiratorias, así como también, una disminución en el uso de los medicamentos broncodilatadores. Vistos estos resultados, la conclusión fue que la suplementación dietética con Omega-3 podía ser una modalidad de tratamiento muy beneficiosa y viable para la prevención y tratamiento de esta enfermedad, pudiendo contribuir además, a rebajar su prevalencia y la carga económica que supone para la sanidad pública.
       Y ya que hablamos de prevención, precisamente ésta fue el objetivo principal de una interesantísima investigación que se llevó a cabo en la Maternal Nutrition Group, Department of Epidemiology Research, Statens Serum Institut, de Copenhagen, en el año 2008 (45), confirmando sus resultados, que no hay mejor inversión en la salud, que la prevención.  El estudio fue el que sigue.
       Se realizó con más de 500 mujeres embarazadas, con la intención de comprobar si la ingesta de Omega-3 durante el embarazo a partir de la semana 30 podría tener efectos inmunomoduladores futuros en el niño, y afectar a la descendencia del riesgo de asma. Se inició en el año 1990, con una muestra de 533 mujeres con embarazos normales, en torno a las 30 semanas de gestación, que fueron asignadas aleatoriamente en tres grupos. El primer grupo de 266 mujeres recibió  2,7g/día de Omega-3, en el segundo grupo, 136 mujeres recibieron aceite de oliva, y en el tercer grupo, 131 mujeres recibieron placebo sin aceite, hasta el último día de gestación.
       Pues bien, 16 años después, en agosto de 2006, de entre los 531 niños nacidos vivos, 528 fueron identificados, y se comprobó que 523 seguían vivos en aquella fecha. Entre éstos últimos, había 19 niños que habían recibido diagnóstico de asma, y 10 más diagnóstico de asma alergia asmática. Se observó que había una reducción del 63% de la tasa de riesgo de asma y de un 87% en el riesgo de alergia asmática en el grupo Omega-3 respecto al grupo aceite de oliva, por lo que los investigadores concluyeron que el aumento en la ingesta de Omega-3 en la última etapa del embarazo, tiene un importante potencial profiláctico en relación con el asma de los niños, y por tanto podía ser utilizado con ventaja para prevenirla.
       Además de ello, en caso de que los niños ya hayan desarrollado asma bronquial, también los suplementos de Omega-3 han demostrado su eficacia, tal como se comprobó en el estudio llevado a cabo con 29 niños en el año 2000 (46). Los resultados mostraron una significativa mejora en los síntomas del asma en los niños que tomaron Omega-3, así como una ausencia total de efectos secundarios.
       Con estos datos, seguro que las madres y futuras madres lectoras, ya saben qué tienen que preguntar al pediatra. ¿Verdad?