domingo, 18 de octubre de 2015

OMEGA-3 LA SALUD INMEDIATA - Libro abierto gratuito (Entrega nº 9 y última)



 
Dar la vuelta a las enfermedades


       Con lo visto hasta ahora, estamos ya en condiciones de saber cómo podemos empezar a darle la vuelta a las enfermedades. O por lo menos a algunas de ellas verdaderamente importantes. Porque en realidad no importa tanto el nombre de estas enfermedades ni sus etiquetas, como comprender el porqué de ellas en relación con el propio enfermo. Una misma causa puede manifestarse de forma distinta según la persona, ya que cada uno tiene una constitución genética distinta, y lo que es más importante, una interacción con el ambiente que le rodea y unas manifestaciones distintas. Debemos por lo tanto, centrarnos más en el enfermo  que no en la propia enfermedad o síntoma, que tiene una función orientadora sobre el verdadero problema, pero que muchas veces, por las lógicas ganas que tenemos de encontrarnos bien, sucumbimos a la tentación del remedio fácil y rápido, y equivocamos la estrategia de salud.
      Pues bien, podemos empezar por aplicar los conocimientos que hemos adquirido sobre los Omega-3, de forma que éstos pueden ser una herramienta de inicio ideal para ayudar a promover cambios importantes en nuestro equilibrio orgánico, ya sea aportando sus propiedades directas, o neutralizando los efectos del exceso de Omega-6.
       Podemos empezar a pensar en las distintas enfermedades de una forma en que en lugar de contemplarlas como algo fortuito, ajeno a nosotros y misteriosamente complejo, las veamos como lo que son realmente: -manifestaciones claras de un organismo que se queja porque no se le ha dado lo que necesitaba o se le está perjudicando-, y que lo que debemos hacer es comenzar a corregir lo más rápidamente posible estos desequilibrios nutritivos que año tras año, pueden ir formando y provocando estos problemas que luego se van manifiestan bajo complejas y distintas formas patológicas.
       Este podría ser un buen comienzo para empezar a cambiar el presente y el futuro de nuestras enfermedades. Tomar Omega-3 y rebajar el consumo de Omega-6 es un gran primer paso, fácil y cómodo, que seguro se notará. Pero sería aún mucho mejor si en lugar de hacerlo de forma mecánica, como el que toma aspirinas, se haga de forma reflexiva y consciente, partiendo de la comprensión activa de lo que se está haciendo, los efectos que produce, y observando al mismo tiempo las reacciones de nuestro organismo, para escuchar y comprender sus quejas, reequilibrar sus descompensaciones, y potenciar sus reacciones curativas. Así como para saber y aprender qué es lo que nos perjudica y evitarlo en el futuro. Y éste sería el segundo paso, más costoso por supuesto, porque requiere más esfuerzo personal, el de modificar y mejorar nuestros hábitos de salud.
       Como ejemplo con base científica para estimular la realización de este segundo paso, veamos lo que ocurrió en una investigación realizada con enfermos de cáncer de próstata, que no se conformaron con un tratamiento convencional y modificaron su estilo de vida, movilizando y utilizando activamente sus defensas naturales.
       El Department of Medicine, Preventive Medicine Research Institute, University of California, en San Francisco (175), dio a conocer en el año 2005, un estudio realizado con 93 enfermos de cáncer de próstata en fase inicial. Bajo la supervisión de los oncólogos respectivos, los pacientes eligieron libremente no someterse a cirugía, y pasar simplemente a controlar de forma periódica, la marcha de su tumor. Fueron divididos al azar en dos grupos. El primero, que era el de control, no hizo nada más que vigilar sus tumores con revisiones periódicas, mientras que el segundo grupo, el experimental, realizó un amplio programa de salud, siguiendo un régimen vegetariano complementado con vitaminas, antioxidantes, minerales, Omega-3, ejercicio físico suave y paseos, así como clases de control del estrés, yoga, ejercicios respiratorios, meditación, visualización y relajación, además de reuniones grupales de apoyo semanales. ¿No les entran ganas de apuntarse?
       Pues bien, al cabo de los doce meses que duró el experimento, el resultado final fue que de los 49 pacientes del grupo de control, que eran los que no habían cambiado sus hábitos de salud y solamente habían realizado los controles periódicos de su enfermedad, seis de ellos empeoraron el gravedad de su cáncer y tuvieron que sufrir una operación quirúrgica de extirpación, además de verse obligados a seguir con quimioterapia y radioterapia. En cambio, en el grupo experimental que modificó sus hábitos de salud, ¡ninguno de los 41 pacientes tuvo necesidad de intervención quirúrgica! Además, el grupo que no había realizado hábitos saludables tenía una media de crecimiento de su tumor, del 6%, mientras que en el grupo que modificó sus hábitos de salud, su media bajó un 4%, es decir, la mayoría de los pacientes habían experimentado una regresión de los tumores.
       Pero aún hay más. Resulta que se analizó la sangre de todos los pacientes, y se vio que los que habían cambiado su estilo de vida, tenían siete veces más capacidad para inhibir el crecimiento de las células cancerosas, que quienes no habían cambiado sus hábitos de vida. Viendo estos resultados, sinceramente, ¿por qué no se anima a cambiar su estilo de vida?
       Una cuestión también muy interesante para la reflexión la encontramos en el análisis de aquellos casos en los que se produce una curación espontánea de cáncer, difícilmente explicable por los médicos, o simplemente inexplicable. Estos casos aislados se cuentan por centenares, y cuando tenemos un conjunto con tal cantidad de casos personales hemos de pensar lógicamente, que tantas curaciones no pueden ser fruto de la casualidad. Hay algo.
       Que no sepamos como ocurren estas curaciones, porque desconocemos sus mecanismos íntimos, no significa más que eso, que ignoramos muchas cosas aún, y que tenemos que seguir observándolo y estudiándolo hasta que lo sepamos. Pero no por eso hemos de negar las evidencias, ya que éstas nos dicen de forma evidente, que esta capacidad autocurativa existe. Ciertamente la tenemos. Y muchos científicos están convencidos de que el secreto está en la estimulación de los procesos inmunológicos de nuestro organismo, según han podido comprobar en algunas de sus investigaciones sobre curaciones espontáneas del cáncer (176), así como también en  la potenciación de los factores mentales y psicológicos (177).
       Por eso, cuando hayamos entendido que la salud es algo que podemos conquistar activamente, y que nos puede hacer más resistentes a cualquier enfermedad. Cuando veamos claramente que nuestra salud depende fundamentalmente de nosotros mismos. Cuando hayamos comprendido que la mayoría de fármacos son soluciones sintomáticas que por lo general no solucionan las causas, y que de persistir éstas, los problemas se pueden ir agravando con el tiempo. Cuando tengamos claro que muchas veces no se justifica la toma de medicación, y están especialmente desaconsejados algunos efectos secundarios importantes en relación a los “beneficios” que aporta. Cuando tomemos conciencia de que disponemos de recursos naturales que podemos utilizar inteligente y eficazmente. Cuando aprendamos a escuchar lo que nos dice nuestro organismo, y a interpretar adecuadamente las señales que nos manda. Cuando seamos capaces de renunciar a una conducta que nos perjudica aunque nos resulte placentera. Cuando nuestra mente domine nuestro cuerpo y no sea nuestro cuerpo el que domine a nuestra mente. Y cuando recuperemos nuestro instinto de supervivencia, en armonía con la Naturaleza, estaremos entonces en condiciones de empezar a darle la vuelta a las enfermedades. Evidentemente no a todas, pero sí a muchas y muy importantes. Y especialmente estaremos en condiciones de prevenirlas. Podremos entonces empezar a gozar de una mejor y verdadera salud, y no solo un estado de “no enfermedad” o de “dependencia médica-farmacológica permanente”, como la que muchas personas tienen actualmente.
       No obstante, no existe una fórmula única para estar sano y para liberarse de las enfermedades. Cada uno debe hacer lo necesario para conseguirlo, estudiándose a si mismo e intentando comprender qué es lo que le beneficia y lo que le perjudica, pero una de las cosas más importantes, porque de ahí se deriva nuestra conducta,  es modificar y mejorar nuestro comportamiento mental, mediante un estilo de pensamiento más positivo, y más activo. Sin caer no obstante, en la trampa de no pensar ni en el pasado, ni en el futuro, bajo la premisa de no perder el tiempo en algo que no puede aprehenderse.
       El “aquí y ahora” que está tan de moda actualmente, es un arma de doble filo, muy adecuada y válida para conseguir “vivir” intensamente el presente, una forma de no pensar en los problemas pasados que nos agobian, y en un futuro incierto que nos angustia. Pero la otra cara de la moneda es que el “aquí y ahora” también incentiva un modelo de individuo autónomo y sumamente competitivo, que debe estar en condiciones de servir al límite como factor productivo y consumista. -El “progreso” exige sacrificios- dicen, pero lo cierto es que muchas veces se trata de un falso progreso, siendo en realidad un camino desenfrenado hacia no se sabe dónde.
      No podemos ni debemos olvidar las lecciones aprendidas de nuestro pasado, por dolorosas que hayan sido. Hemos de asimilarlas y a llevarlas como parte de nuestro bagaje personal. Y debemos recordar todo aquello que nos hizo felices en un momento de nuestra vida. No hemos de renunciar al esfuerzo y al sacrificio por un mañana mejor, pues eso nos motiva y otorga sentido a nuestra existencia, aunque signifique lucha y sacrificio. Es bueno tener un proyecto vital que nos distinga y que oriente nuestra vida. Vivir sólo el “aquí y ahora” puede resultar, a la larga, contraproducente, desorientador, creando individuos que llegan a sentir un gran vacío dentro de si, y a los que sólo les vale la continua evasión de una realidad que no les gusta y no pueden controlar. Debemos tener ilusiones futuras y luchar por ellas, y no abandonarnos totalmente en brazos de la intensa inmediatez, porque puede que este “aquí y ahora” no sea ni bueno ni placentero, y la única forma de cambiarlo y mejorarlo, es precisamente luchando por un futuro que nos permita mejorar el presente, y cómo no, darle la vuelta a las enfermedades.


Conclusiones de la segunda parte

       El objetivo primordial de esta segunda parte es llegar a entender qué es la verdadera salud, y consecuentemente comprender el sentido real de muchas enfermedades, al mismo tiempo que aprender a relacionarlo y armonizarlo con las leyes naturales que rigen nuestras vidas.
       La lección práctica aprendida con los Omega-3 en la primera parte, facilitaba el poder diferenciar entre las causas que provocan la mayor parte de enfermedades crónicas y degenerativas, y sus distintos síntomas o consecuencias, al igual que valorar adecuadamente la importancia de evitar o corregir dichas causas y prevenir sus efectos, de forma que con este proceder se evita dañar a nuestro propio sistema inmunitario, y eludir el desarrollo de ciertas enfermedades. En esta segunda parte, la lección ha continuado con un carácter más conceptual, para tener más claros cuáles son los componentes de la salud y cuál es la situación de ésta en nuestra sociedad actual, de forma que cada uno pueda formarse una idea más ajustada y crítica de esta realidad, condición indispensable para poder actuar consecuentemente, en defensa y promoción de su propia salud y la de los demás.
       Hemos aprendido a valorar la alimentación como causa fundamental de la mayoría de trastornos que lenta y silenciosamente se van convirtiendo en enfermedades crónicas y graves. Hemos aprendido a comprender la importancia de escuchar a nuestro propio cuerpo, cuando éste nos manda mensajes diciéndonos que algo marcha mal y debemos arreglarlo. Hemos aprendido a diferenciar las consecuencias de aplacar unos síntomas con medicamentos de acción sintomática, en lugar de atender a las verdaderas causas del problema. Hemos aprendido a ver positivamente la posibilidad de utilizar distintos agentes y técnicas naturales para solucionar estos problemas, dado que nos aportan más beneficios  sin efectos secundarios, que muchos de la mayoría de fármacos utilizados. Hemos aprendido a pensar en la necesidad de modificar nuestros hábitos de salud si no queremos seguir recogiendo más de lo mismo. Hemos aprendido a distinguir entre nuestras verdaderas necesidades y las que en realidad son superfluas o interesadas, y que en realidad nos causan más problemas que beneficios. Hemos aprendido en definitiva, a darle la vuelta a las enfermedades y verlas de forma lógica y razonable en función de nosotros como enfermos, y no en función de las enfermedades con sus numerosísimas divisiones y etiquetas que la medicina convencional realiza para preservar su sofisticado y exclusivo sistema de diagnóstico-receta, que por otro lado, no impide el permanente aumento de la mayor parte de enfermedades crónicas y degenerativas. Y también hemos aprendido que una salud dependiente de fármacos, no es salud verdadera, ni tiene futuro.
       El problema sin embargo, es que la alternativa lógica y natural requiere un mayor trabajo y esfuerzo por parte de cada uno de nosotros. Se ha llegado a la situación actual, entre otros motivos, porque se ha institucionalizado la ley del mínimo esfuerzo, y por eso nos cuesta muchísimo renunciar a la comodidad de hacer lo que nos place y nos gusta, y en caso de problema acudimos al médico en busca del “remedio” inmediato. Pero también les habrá quedado muy claro a los lectores que el esfuerzo por preservar y potenciar una buena salud, compensa de largo todos los inconvenientes soportados. En realidad, el principal problema es saber qué es lo que hay que hacer, y cómo hacerlo. O como mínimo, saber qué es lo que no hay que hacer. Bajo estas premisas, actuar es más fácil. Y por supuesto, tanto mejor si se cuenta con el consejo y soporte de un buen terapeuta. Si nos apoyamos en él, reforzaremos nuestras posibilidades de tener una mejor salud.
       Finalmente, decirles a quienes buscan más allá de lo convencional, que el solo hecho de observar y saber, derivado del aprendizaje activo, es capaz de modificar el futuro transcurso de los acontecimientos. En un Universo que está de dejando de ser unitario, y dejando paso a los “multiversos”, la física cuántica nos está facilitando elevar el umbral de comprensión de fenómenos hasta ahora inexplicados racionalmente, y por eso, no debe extrañarnos que “incomprensiblemente” se produzcan curaciones “milagrosas”, a partir de momentos claves en que la persona induce –la mayoría de veces, inconscientemente-, un cambio bioenergético y mental tan potente y capaz de darle la vuelta a las enfermedades.


EPÍLOGO

      
       Muchos lectores están aún a tiempo de prevenir y resolver algunos de sus problemas de salud. Por eso este libro, intenta darles la oportunidad de descubrir y reevaluar algunas de los conceptos y las consecuencias que comportan ciertos hábitos, especialmente los alimenticios, para la salud y a la enfermedad, ayudándoles a profundizar y ser más críticos y activos, en pos de un axioma básico: -La salud empieza por uno mismo-. ¡Y en muchos casos puede empezar fácilmente tomando Omega-3!
       Un problema generalizado en nuestra sociedad actual, es que nos hemos acostumbrado a realizar valoraciones superficiales de todo aquello que nos rodea, perdiendo una buena parte de nuestra capacidad para analizar y profundizar en las causas de los fenómenos que acaecen. Escogemos la vía más rápida, la más cómoda para resolver nuestros problemas, aunque ello signifique sólo un aplazamiento y los problemas queden por resolver. Por ello, cuando los problemas se tornan graves, nos encontramos indefensos, impotentes, y no sabemos qué hacer. Creemos que los problemas se resolverán por si mismos, o que pagando a un profesional, éste lo arreglará todo. Grave error. La solución normalmente se encuentra en nuestras manos cuando aún estamos a tiempo. Pero a veces no lo vemos, o no lo sabemos ver.
       Así que, ante un futuro que se presenta amenazador, en el que permanentemente van saliendo enfermedades “nuevas”, con más y recombinados factores ambientales negativos que provocarán sin duda, importantes alteraciones de la salud, parece que el “mañana” de la salud pase necesariamente por la elaboración de fármacos que “controlen” todas y cada una de las variantes patológicas que puedan haber y existir,  ya sea anulando sus efectos, o modificando nuestra respuesta genética de forma que los evite o resista. Ante estas perspectiva, corremos el riesgo de no poder vivir sin administrarnos todas las vacunas o fármacos altamente sofisticados, que prevengan, minimicen o resuelvan los daños de esta infinidad de factores potencialmente patógenos que nos van a poner en situación de permanente riesgo.
       Esta situación no tendría nada que ver con un verdadero concepto de salud en el que se potencien nuestras capacidades defensivas e inmunitarias, y se disminuyan los riesgos ambientales, sino que tendría más bien que ver con la total implantación de un sistema global de “salud controlada”, sometiendo a los individuos a milimétricos cambios artificialmente inducidos para “defenderlo” de los distintos “riesgos”, lo que significaría asimismo, una pérdida gradual de la eficacia natural de nuestro sistema inmunitario y una dependencia total del sistema y una anulación de nosotros como personas. Porque no lo olvidemos, cuando alguien está enfermo, pierde sus atributos, pierde su poder, pierde el nombre y queda desnudo ante la enfermedad y la muerte. Si esto sigue así, es evidente que no se potenciará la verdadera “salud”, sino la dependencia permanente de fármacos para “no estar enfermos”.
       Pero la opción que tenemos, es defender nuestro derecho a esta salud verdadera y a la no manipulación masiva, en la que demasiado a menudo se oculta o se desvirtúa la verdad. Exigirá no obstante, un gran esfuerzo, y este esfuerzo hemos de empezar a hacerlo nosotros mismos individualmente, para ser capaces de crear una nueva conciencia capaz de potenciar nuestras propias fuerzas defensivas y sistemas autocurativos naturales, y observando además, las leyes naturales de la vida, mediante la promoción de unos hábitos de vida más naturales y responsables, que sean más respetuosos con nosotros mismos y con cuanto nos rodea.
       Vivir mirando a la cara de una Naturaleza a la que el ser humano está despojando de sus recursos, y desequilibrando con su desmedida ambición por el “progreso”. Una Naturaleza cada día más dañada y enferma, que nos transmite su dolor, sin que le hagamos caso ni rectifiquemos nuestro comportamiento para con ella. Una Naturaleza que ha sido inconscientemente menospreciada por el ser humano, cuando en realidad, sin ella no podemos vivir. Una Naturaleza degradada por el caos a la que estamos sometiendo, y que en lugar de devolvernos vida, nos está empezado a devolver enfermedad y miseria. Somos parte de esta Naturaleza, y debemos rectificar nuestro comportamiento si queremos seguir viviendo en ella y con ella.
       Es inmensamente mucho más sencillo adaptar nuestros hábitos a nuestras necesidades genéticas, armonizándolos, que no adaptar nuestros genes, a unos hábitos que nos vienen dados por los cánones y necesidades industriales y consumistas. ¡Sólo tenemos que vivir en armonía con nosotros mismos y con la Naturaleza! No al revés.
       Tras leer estas páginas, los lectores tendrán más fácil comprender cuál es nuestra responsabilidad en la salud y la enfermedad, y tendrán una idea más clara de cómo actuar positiva y activamente a su favor: -Ante todo, aprendiendo y reflexionando-. Los factores genéticos no pueden seguir siendo una excusa para hacernos las víctimas impotentes de las enfermedades, ni la excusa de los “bichitos” tampoco. No podemos mantener durante más tiempo nuestra ceguera y sordera, ante la razón y el conocimiento que nos aconseja que tengamos un comportamiento más responsable con nuestro organismo, en lugar de maltratarlo como estamos haciendo. Lo tenemos fácil, si queremos.
      La salud de verdad, no es un milagro, está en nuestras manos…, y en especial, en nuestra mente.



REFERENCIAS
1. Simopoulos AP. Omega-3 fatty acids in inflammation and autoimmune diseases. J Am Coll Nutr. 2002 Dec;21(6):495-505.
2. Zamaria N. Alteration of polyunsaturated fatty acid status and metabolism in health and disease. Reprod Nutr Dev. 2004 05;44(3):273-82.
3. Lee S, Gura KM, Kim S, Arsenault DA, Bistrian BR, Puder M. Current clinical applications of omega-6 and omega-3 fatty acids. Nutr Clin Pract. 2006 Aug;21(4):323-41.
4. Sanders TA, Lewis F, Slaughter S, Griffin BA, Griffin M, Davies I, et al. Effect of varying the ratio of n-6 to n-3 fatty acids by increasing the dietary intake of alpha-linolenic acid, eicosapentaenoic and docosahexaenoic acid, or both on fibrinogen and clotting factors VII and XII in persons aged 45-70 y: The OPTILIP study. Am J Clin Nutr. 2006 Sep;84(3):513-22.
5. Jabbar R, Saldeen T. A new predictor of risk for sudden cardiac death. Ups J Med Sci. 2006;111(2):169-77.
6. Ailhaud G, Guesnet P. Fatty acid composition of fats is an early determinant of childhood obesity: A short review and an opinion. Obes Rev. 2004 Feb;5(1):21-6.
7. Simopoulos AP. Evolutionary aspects of diet, the omega-6/omega-3 ratio and genetic variation: Nutritional implications for chronic diseases. Biomed Pharmacother. 2006 Nov;60(9):502-7.
8. Adams PB, Lawson S, Sanigorski A, Sinclair AJ. Arachidonic acid to eicosapentaenoic acid ratio in blood correlates positively with clinical symptoms of depression. Lipids. 1996 Mar;31 Suppl:S157-61.
9. Kairaluoma L, Narhi V, Ahonen T, Westerholm J, Aro M. Do fatty acids help in overcoming reading difficulties? A double-blind, placebo-controlled study of the effects of eicosapentaenoic acid and carnosine supplementation on children with dyslexia. Child Care Health Dev. 2008 Oct 22.
10. Bang HO, Dyerberg J, Sinclair HM. The composition of the eskimo food in north western greenland. Am J Clin Nutr. 1980 Dec;33(12):2657-61.
11. Kagawa Y, Nishizawa M, Suzuki M, Miyatake T, Hamamoto T, Goto K, et al. Eicosapolyenoic acids of serum lipids of japanese islanders with low incidence of cardiovascular diseases. J Nutr Sci Vitaminol (Tokyo). 1982;28(4):441-53.
12. Burr ML, Fehily AM, Gilbert JF, Rogers S, Holliday RM, Sweetnam PM, et al. Effects of changes in fat, fish, and fibre intakes on death and myocardial reinfarction: Diet and reinfarction trial (DART). Lancet. 1989 Sep 30;2(8666):757-61.
13. Marckmann P, Gronbaek M. Fish consumption and coronary heart disease mortality. A systematic review of prospective cohort studies. Eur J Clin Nutr. 1999 Aug;53(8):585-90.
14. Christensen JH, Schmidt EB. N-3 fatty acids and the risk of sudden cardiac death. Lipids. 2001;36 Suppl:S115-8.
15. Lavie CJ, Milani RV, Mehra MR, Ventura HO. Omega-3 polyunsaturated fatty acids and cardiovascular diseases. J Am Coll Cardiol. 2009 Aug 11;54(7):585-94.
16. Yokoyama M, Origasa H, JELIS Investigators. Effects of eicosapentaenoic acid on cardiovascular events in japanese patients with hypercholesterolemia: Rationale, design, and baseline characteristics of the japan EPA lipid intervention study (JELIS). Am Heart J. 2003 Oct;146(4):613-20.
17. Matsuzaki M, Yokoyama M, Saito Y, Origasa H, Ishikawa Y, Oikawa S, et al. Incremental effects of eicosapentaenoic acid on cardiovascular events in statin-treated patients with coronary artery disease. Circ J. 2009 May 8.
18. Iribarren C, Markovitz JH, Jacobs DR,Jr, Schreiner PJ, Daviglus M, Hibbeln JR. Dietary intake of n-3, n-6 fatty acids and fish: Relationship with hostility in young adults--the CARDIA study. Eur J Clin Nutr. 2004 Jan;58(1):24-31.
19. Harris W. Omega-3 fatty acids: The "japanese" factor? J Am Coll Cardiol. 2008 Aug 5;52(6):425-7.
20. Cleland LG, Caughey GE, James MJ, Proudman SM. Reduction of cardiovascular risk factors with longterm fish oil treatment in early rheumatoid arthritis. J Rheumatol. 2006 Oct;33(10):1973-9.
21. de Lorgeril M, Salen P, Martin JL, Monjaud I, Delaye J, Mamelle N. Mediterranean diet, traditional risk factors, and the rate of cardiovascular complications after myocardial infarction: Final report of the lyon diet heart study. Circulation. 1999 Feb 16;99(6):779-85.
22. Dietary supplementation with n-3 polyunsaturated fatty acids and vitamin E after myocardial infarction: Results of the GISSI-prevenzione trial. gruppo italiano per lo studio della sopravvivenza nell'infarto miocardico. Lancet. 1999 Aug 7;354(9177):447-55.
23. Gissi-HF Investigators, Tavazzi L, Maggioni AP, Marchioli R, Barlera S, Franzosi MG, et al. Effect of n-3 polyunsaturated fatty acids in patients with chronic heart failure (the GISSI-HF trial): A randomised, double-blind, placebo-controlled trial. Lancet. 2008 Oct 4;372(9645):1223-30.
24. Tanaka K, Ishikawa Y, Yokoyama M, Origasa H, Matsuzaki M, Saito Y, et al. Reduction in the recurrence of stroke by eicosapentaenoic acid for hypercholesterolemic patients: Subanalysis of the JELIS trial. Stroke. 2008 Jul;39(7):2052-8.
25. Leaf A. Historical overview of n-3 fatty acids and coronary heart disease. Am J Clin Nutr. 2008 Jun;87(6):1978S-80S.
26. Leaf A, Kang JX, Xiao YF. Fish oil fatty acids as cardiovascular drugs. Curr Vasc Pharmacol. 2008 Jan;6(1):1-12.
27. Mori TA, Bao DQ, Burke V, Puddey IB, Beilin LJ. Docosahexaenoic acid but not eicosapentaenoic acid lowers ambulatory blood pressure and heart rate in humans. Hypertension. 1999 Aug;34(2):253-60.
28. Cicero AF, Ertek S, Borghi C. Omega-3 polyunsaturated fatty acids: Their potential role in blood pressure prevention and management. Curr Vasc Pharmacol. 2009 Jul;7(3):330-7.
29. von Schacky C. Omega-3 fatty acids and cardiovascular disease. Curr Opin Clin Nutr Metab Care. 2007 Mar;10(2):129-35.
30. von Schacky C, Harris WS. Cardiovascular risk and the omega-3 index. J Cardiovasc Med (Hagerstown). 2007 Sep;8 Suppl 1:S46-9.
31. Salomon P, Kornbluth AA, Janowitz HD. Treatment of ulcerative colitis with fish oil n--3-omega-fatty acid: An open trial. J Clin Gastroenterol. 1990 Apr;12(2):157-61.
32. Aslan A, Triadafilopoulos G. Fish oil fatty acid supplementation in active ulcerative colitis: A double-blind, placebo-controlled, crossover study. Am J Gastroenterol. 1992 Apr;87(4):432-7.
33. Shimizu T, Fujii T, Suzuki R, Igarashi J, Ohtsuka Y, Nagata S, et al. Effects of highly purified eicosapentaenoic acid on erythrocyte fatty acid composition and leukocyte and colonic mucosa leukotriene B4 production in children with ulcerative colitis. J Pediatr Gastroenterol Nutr. 2003 Nov;37(5):581-5.
34. Hart AR. Linoleic acid, a dietary N-6 polyunsaturated fatty acid, and the aetiology of ulcerative colitis - A european prospective cohort study. Gut. 2009 Jul 23.
35. Gil A. Is eicosapentaenoic acid useful in the treatment of ulcerative colitis in children? J Pediatr Gastroenterol Nutr. 2003 Nov;37(5):536-7.
36. Serhan CN. Novel eicosanoid and docosanoid mediators: Resolvins, docosatrienes, and neuroprotectins. Curr Opin Clin Nutr Metab Care. 2005 Mar;8(2):115-21.
37. Belluzzi A, Brignola C, Campieri M, Pera A, Boschi S, Miglioli M. Effect of an enteric-coated fish-oil preparation on relapses in crohn's disease. N Engl J Med. 1996 Jun 13;334(24):1557-60.
38. Cleland LG, James MJ, Proudman SM. The role of fish oils in the treatment of rheumatoid arthritis. Drugs. 2003;63(9):845-53.
39. Cleland LG, Proudman SM, Hall C, Stamp LK, McWilliams L, Wylie N, et al. A biomarker of n-3 compliance in patients taking fish oil for rheumatoid arthritis. Lipids. 2003 Apr;38(4):419-24.
40. Kremer JM. N-3 fatty acid supplements in rheumatoid arthritis. Am J Clin Nutr. 2000 Jan;71(1 Suppl):349S-51S.
41. von Schacky C, Harris WS. Cardiovascular benefits of omega-3 fatty acids. Cardiovasc Res. 2007 Jan 15;73(2):310-5.
42. Stamp LK, James MJ, Cleland LG. Diet and rheumatoid arthritis: A review of the literature. Semin Arthritis Rheum. 2005 Oct;35(2):77-94.
43. Schwartz J. Role of polyunsaturated fatty acids in lung disease. Am J Clin Nutr. 2000 Jan;71(1 Suppl):393S-6S.
44. Mickleborough TD, Rundell KW. Dietary polyunsaturated fatty acids in asthma- and exercise-induced bronchoconstriction. Eur J Clin Nutr. 2005 Dec;59(12):1335-46.
45. Olsen SF, Osterdal ML, Salvig JD, Mortensen LM, Rytter D, Secher NJ, et al. Fish oil intake compared with olive oil intake in late pregnancy and asthma in the offspring: 16 y of registry-based follow-up from a randomized controlled trial. Am J Clin Nutr. 2008 Jul;88(1):167-75.
46. Nagakura T, Matsuda S, Shichijyo K, Sugimoto H, Hata K. Dietary supplementation with fish oil rich in omega-3 polyunsaturated fatty acids in children with bronchial asthma. Eur Respir J. 2000 Nov;16(5):861-5.
47. Yatani R, Shiraishi T, Nakakuki K, Kusano I, Takanari H, Hayashi T, et al. Trends in frequency of latent prostate carcinoma in japan from 1965-1979 to 1982-1986. J Natl Cancer Inst. 1988 Jul 6;80(9):683-7.
48. Endres S, Ghorbani R, Kelley VE, Georgilis K, Lonnemann G, van der Meer JW, et al. The effect of dietary supplementation with n-3 polyunsaturated fatty acids on the synthesis of interleukin-1 and tumor necrosis factor by mononuclear cells. N Engl J Med. 1989 Feb 2;320(5):265-71.
49. Rose DP, Connolly JM. Regulation of tumor angiogenesis by dietary fatty acids and eicosanoids. Nutr Cancer. 2000;37(2):119-27.
50. Rose DP. Dietary fatty acids and cancer. Am J Clin Nutr. 1997 Oct;66(4 Suppl):998S-1003S.
51. Siddiqui RA, Shaikh SR, Sech LA, Yount HR, Stillwell W, Zaloga GP. Omega 3-fatty acids: Health benefits and cellular mechanisms of action. Mini Rev Med Chem. 2004 Oct;4(8):859-71.
52. Trapani JA, Smyth MJ. Functional significance of the perforin/granzyme cell death pathway. Nat Rev Immunol. 2002 Oct;2(10):735-47.
53. Voskoboinik I, Trapani JA. Addressing the mysteries of perforin function. Immunol Cell Biol. 2006 Feb;84(1):66-71.
54. Imai K, Matsuyama S, Miyake S, Suga K, Nakachi K. Natural cytotoxic activity of peripheral-blood lymphocytes and cancer incidence: An 11-year follow-up study of a general population. Lancet. 2000 Nov 25;356(9244):1795-9.
55. Schantz SP, Brown BW, Lira E, Taylor DL, Beddingfield N. Evidence for the role of natural immunity in the control of metastatic spread of head and neck cancer. Cancer Immunol Immunother. 1987;25(2):141-8.
56. Hardman WE. (N-3) fatty acids and cancer therapy. J Nutr. 2004 Dec;134(12 Suppl):3427S-30S.
57. Hardman WE. Omega-3 fatty acids to augment cancer therapy. J Nutr. 2002 Nov;132(11 Suppl):3508S-12S.
58. de Lorgeril M, Salen P, Martin JL, Monjaud I, Boucher P, Mamelle N. Mediterranean dietary pattern in a randomized trial: Prolonged survival and possible reduced cancer rate. Arch Intern Med. 1998 Jun 8;158(11):1181-7.
59. Lim K, Han C, Xu L, Isse K, Demetris AJ, Wu T. Cyclooxygenase-2-derived prostaglandin E2 activates beta-catenin in human cholangiocarcinoma cells: Evidence for inhibition of these signaling pathways by omega 3 polyunsaturated fatty acids. Cancer Res. 2008 Jan 15;68(2):553-60.
60. Leitzmann MF, Stampfer MJ, Michaud DS, Augustsson K, Colditz GC, Willett WC, et al. Dietary intake of n-3 and n-6 fatty acids and the risk of prostate cancer. Am J Clin Nutr. 2004 Jul;80(1):204-16.
61. Gago-Dominguez M, Yuan JM, Sun CL, Lee HP, Yu MC. Opposing effects of dietary n-3 and n-6 fatty acids on mammary carcinogenesis: The singapore chinese health study. Br J Cancer. 2003 Nov 3;89(9):1686-92.
62. Wallace JM. Nutritional and botanical modulation of the inflammatory cascade--eicosanoids, cyclooxygenases, and lipoxygenases--as an adjunct in cancer therapy. Integr Cancer Ther. 2002 Mar;1(1):7,37; discussion 37.
63. Harris RE, Kasbari S, Farrar WB. Prospective study of nonsteroidal anti-inflammatory drugs and breast cancer. Oncol Rep. 1999 Jan-Feb;6(1):71-3.
64. Thun MJ. NSAID use and decreased risk of gastrointestinal cancers. Gastroenterol Clin North Am. 1996 Jun;25(2):333-48.
65. Feuerer M, Herrero L, Cipolletta D, Naaz A, Wong J, Nayer A, et al. Lean, but not obese, fat is enriched for a unique population of regulatory T cells that affect metabolic parameters. Nat Med. 2009 Aug;15(8):930-9.
66. Baillie RA, Takada R, Nakamura M, Clarke SD. Coordinate induction of peroxisomal acyl-CoA oxidase and UCP-3 by dietary fish oil: A mechanism for decreased body fat deposition. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 1999 May-Jun;60(5-6):351-6.
67. Massiera F, Saint-Marc P, Seydoux J, Murata T, Kobayashi T, Narumiya S, et al. Arachidonic acid and prostacyclin signaling promote adipose tissue development: A human health concern? J Lipid Res. 2003 Feb;44(2):271-9.
68. Weiderpass E, Gridley G, Persson I, Nyren O, Ekbom A, Adami HO. Risk of endometrial and breast cancer in patients with diabetes mellitus. Int J Cancer. 1997 May 2;71(3):360-3.
69. Michaud DS, Fuchs CS, Liu S, Willett WC, Colditz GA, Giovannucci E. Dietary glycemic load, carbohydrate, sugar, and colorectal cancer risk in men and women. Cancer Epidemiol Biomarkers Prev. 2005 Jan;14(1):138-47.
70. Michaud DS, Liu S, Giovannucci E, Willett WC, Colditz GA, Fuchs CS. Dietary sugar, glycemic load, and pancreatic cancer risk in a prospective study. J Natl Cancer Inst. 2002 Sep 4;94(17):1293-300.
71. Hu FB, Cho E, Rexrode KM, Albert CM, Manson JE. Fish and long-chain omega-3 fatty acid intake and risk of coronary heart disease and total mortality in diabetic women. Circulation. 2003 Apr 15;107(14):1852-7.
72. Satoh N, Shimatsu A, Kotani K, Sakane N, Yamada K, Suganami T, et al. Purified eicosapentaenoic acid reduces small dense LDL, remnant lipoprotein particles, and C-reactive protein in metabolic syndrome. Diabetes Care. 2007 Jan;30(1):144-6.
73. Mita T, Watada H, Ogihara T, Nomiyama T, Ogawa O, Kinoshita J, et al. Eicosapentaenoic acid reduces the progression of carotid intima-media thickness in patients with type 2 diabetes. Atherosclerosis. 2007 Mar;191(1):162-7.
74. Mori Y, Nobukata H, Harada T, Kasahara T, Tajima N. Long-term administration of highly purified eicosapentaenoic acid ethyl ester improves blood coagulation abnormalities and dysfunction of vascular endothelial cells in otsuka long-evans tokushima fatty rats. Endocr J. 2003 Oct;50(5):603-11.
75. Calder PC. n-3 fatty acids and cardiovascular disease: Evidence explained and mechanisms explored. Clin Sci (Lond). 2004 Jul;107(1):1-11.
76. Bazan HE, Bazan NG, Feeney-Burns L, Berman ER. Lipids in human lipofuscin-enriched subcellular fractions of two age populations. comparison with rod outer segments and neural retina. Invest Ophthalmol Vis Sci. 1990 Aug;31(8):1433-43.
77. SanGiovanni JP, Parra-Cabrera S, Colditz GA, Berkey CS, Dwyer JT. Meta-analysis of dietary essential fatty acids and long-chain polyunsaturated fatty acids as they relate to visual resolution acuity in healthy preterm infants. Pediatrics. 2000 Jun;105(6):1292-8.
78. Neuringer M, Connor WE, Lin DS, Barstad L, Luck S. Biochemical and functional effects of prenatal and postnatal omega 3 fatty acid deficiency on retina and brain in rhesus monkeys. Proc Natl Acad Sci U S A. 1986 Jun;83(11):4021-5.
79. Hoffman DR, Birch DG. Docosahexaenoic acid in red blood cells of patients with X-linked retinitis pigmentosa. Invest Ophthalmol Vis Sci. 1995 May;36(6):1009-18.
80. Connor KM, SanGiovanni JP, Lofqvist C, Aderman CM, Chen J, Higuchi A, et al. Increased dietary intake of omega-3-polyunsaturated fatty acids reduces pathological retinal angiogenesis. Nat Med. 2007 Jul;13(7):868-73.
81. Seddon JM, Rosner B, Sperduto RD, Yannuzzi L, Haller JA, Blair NP, et al. Dietary fat and risk for advanced age-related macular degeneration. Arch Ophthalmol. 2001 Aug;119(8):1191-9.
82. Augood C, Chakravarthy U, Young I, Vioque J, de Jong PT, Bentham G, et al. Oily fish consumption, dietary docosahexaenoic acid and eicosapentaenoic acid intakes, and associations with neovascular age-related macular degeneration. Am J Clin Nutr. 2008 Aug;88(2):398-406.
83. SanGiovanni JP, Chew EY, Agron E, Clemons TE, Ferris FL,3rd, Gensler G, et al. The relationship of dietary omega-3 long-chain polyunsaturated fatty acid intake with incident age-related macular degeneration: AREDS report no. 23. Arch Ophthalmol. 2008 Sep;126(9):1274-9.
84. Tanaka N, Sano K, Horiuchi A, Tanaka E, Kiyosawa K, Aoyama T. Highly purified eicosapentaenoic acid treatment improves nonalcoholic steatohepatitis. J Clin Gastroenterol. 2008 Apr;42(4):413-8.
85. Kawashima A, Tsukamoto I, Koyabu T, Murakami Y, Kawakami T, Kakibuchi N, et al. Eicosapentaenoic acid supplementation for chronic hepatitis C patients during combination therapy of pegylated interferon alpha-2b and ribavirin. Lipids. 2008 Apr;43(4):325-33.
86. Mayser P, Mrowietz U, Arenberger P, Bartak P, Buchvald J, Christophers E, et al. Omega-3 fatty acid-based lipid infusion in patients with chronic plaque psoriasis: Results of a double-blind, randomized, placebo-controlled, multicenter trial. J Am Acad Dermatol. 1998 Apr;38(4):539-47.
87. Mayser P, Mayer K, Mahloudjian M, Benzing S, Kramer HJ, Schill WB, et al. A double-blind, randomized, placebo-controlled trial of n-3 versus n-6 fatty acid-based lipid infusion in atopic dermatitis. JPEN J Parenter Enteral Nutr. 2002 May-Jun;26(3):151-8.
88. Horrobin DF, Huang YS. Schizophrenia: The role of abnormal essential fatty acid and prostaglandin metabolism. Med Hypotheses. 1983 Mar;10(3):329-36.
89. Stoll AL, Severus WE, Freeman MP, Rueter S, Zboyan HA, Diamond E, et al. Omega 3 fatty acids in bipolar disorder: A preliminary double-blind, placebo-controlled trial. Arch Gen Psychiatry. 1999 May;56(5):407-12.
90. Lauritzen I, Blondeau N, Heurteaux C, Widmann C, Romey G, Lazdunski M. Polyunsaturated fatty acids are potent neuroprotectors. EMBO J. 2000 Apr 17;19(8):1784-93.
91. Lakhan SE, Vieira KF. Nutritional therapies for mental disorders. Nutr J. 2008 01/21;7:2-.
92. Freeman MP. Omega-3 fatty acids in psychiatry: A review. Annals of Clinical Psychiatry. 2000 Sep;12(3):159.
93. Pomerantz JM. Omega-3 fatty acids and mental health. Drug Benefit Trends. 2001 06;13(6):2BH-3bh.
94. Kuan-Pin S, Shih-Yi H, Chih C, Winston S. Omega-3 fatty acids in major depressive disorder A preliminary double-blind, placebo-controlled trial. European Neuropsychopharmacology. 2003 08;13(4):267-71.
95. Bourre JM. Omega-3 fatty acids in psychiatry. Med Sci (Paris). 2005 Feb;21(2):216-21.
96. Peet M, Stokes C. Omega-3 fatty acids in the treatment of psychiatric disorders. Drugs. 2005;65(8):1051-9.
97. Su KP, Huang SY, Chiu TH, Huang KC, Huang CL, Chang HC, et al. Omega-3 fatty acids for major depressive disorder during pregnancy: Results from a randomized, double-blind, placebo-controlled trial. J Clin Psychiatry. 2008 Apr;69(4):644-51.
98. Freeman MP, Hibbeln JR, Wisner KL, Davis JM, Mischoulon D, Peet M, et al. Omega-3 fatty acids: Evidence basis for treatment and future research in psychiatry. J Clin Psychiatry. 2006 Dec;67(12):1954-67.
99. Horrobin DF. A new category of psychotropic drugs: Neuroactive lipids as exemplified by ethyl eicosapentaenoate (E-E). Prog Drug Res. 2002;59:171-99.
100. Parker G, Gibson NA, Brotchie H, Heruc G. Omega-3 fatty acids and mood disorders. The American Journal of Psychiatry. 2006 Jun;163(6):969.
101. Hegerl U, Wittmann M, Arensman E, Van Audenhove C, Bouleau JH, Van Der Feltz-Cornelis C, et al. The 'european alliance against depression (EAAD)': A multifaceted, community-based action programme against depression and suicidality. World J Biol Psychiatry. 2008;9(1):51-8.
102. Fournier JC, DeRubeis RJ, Shelton RC, Gallop R, Amsterdam JD, Hollon SD. Antidepressant medications v. cognitive therapy in people with depression with or without personality disorder. Br J Psychiatry. 2008 Feb;192(2):124-9.
103. Maes M, Smith R, Christophe A, Cosyns P, Desnyder R, Meltzer H. Fatty acid composition in major depression: Decreased omega 3 fractions in cholesteryl esters and increased C20: 4 omega 6/C20:5 omega 3 ratio in cholesteryl esters and phospholipids. J Affect Disord. 1996 Apr 26;38(1):35-46.
104. Tiemeier H, van Tuijl HR, Hofman A, Kiliaan AJ, Breteler MM. Plasma fatty acid composition and depression are associated in the elderly: The rotterdam study. Am J Clin Nutr. 2003 Jul;78(1):40-6.
105. Chatterjee C. Fish food for your mood. Psychology Today. 1999 Sep/Oct;32(5):22.
106. Logan AC. Omega-3 fatty acids and major depression: A primer for the mental health professional. Lipids Health Dis. 2004 Nov 9;3:25.
107. Ohara K. Omega-3 fatty acids in mood disorders. Seishin Shinkeigaku Zasshi. 2005;107(2):118-26.
108. Pao-Yen L, Kuan-Pin S. A meta-analytic review of double-blind, placebo-controlled trials of antidepressant efficacy of omega-3 fatty acids. J Clin Psychiatry. 2007 07;68(7):1056-61.
109. Puri BK, Counsell SJ, Hamilton G, Richardson AJ, Horrobin DF. Eicosapentaenoic acid in treatment-resistant depression associated with symptom remission, structural brain changes and reduced neuronal phospholipid turnover. Int J Clin Pract. 2001 Oct;55(8):560-3.
110. Puri BK. Monomodal rigid-body registration and applications to the investigation of the effects of eicosapentaenoic acid intervention in neuropsychiatric disorders. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2004 Sep;71(3):177-9.
111. Peet M. Eicosapentaenoic acid in the treatment of schizophrenia and depression: Rationale and preliminary double-blind clinical trial results. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2003 Dec;69(6):477-85.
112. Nemets B, Stahl Z, Belmaker RH. Addition of omega-3 fatty acid to maintenance medication treatment for recurrent unipolar depressive disorder. Am J Psychiatry. 2002 Mar;159(3):477-9.
113. Peet M, Horrobin DF. A dose-ranging study of the effects of ethyl-eicosapentaenoate in patients with ongoing depression despite apparently adequate treatment with standard drugs. Arch Gen Psychiatry. 2002 Oct;59(10):913-9.
114. Casper RC. Nutrients, neurodevelopment, and mood. Curr Psychiatry Rep. 2004 Dec;6(6):425-9.
115. Murck H, Song C, Horrobin DF, Uhr M. Ethyl-eicosapentaenoate and dexamethasone resistance in therapy-refractory depression. International Journal of Neuropsychopharmacology. 2004 09;7(3):341-9.
116. Nieminen LR, Makino KK, Mehta N, Virkkunen M, Kim HY, Hibbeln JR. Relationship between omega-3 fatty acids and plasma neuroactive steroids in alcoholism, depression and controls. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2006 Oct-Nov;75(4-5):309-14.
117. Nemets H, Nemets B, Apter A, Bracha Z, Belmaker RH. Omega-3 treatment of childhood depression: A controlled, double-blind pilot study. Am J Psychiatry. 2006 Jun;163(6):1098-100.
118. Conklin SM, Gianaros PJ, Brown SM, Yao JK, Hariri AR, Manuck SB, et al. Long-chain omega-3 fatty acid intake is associated positively with corticolimbic gray matter volume in healthy adults. Neurosci Lett. 2007 Jun 29;421(3):209-12.
119. Jazayeri S, Tehrani-Doost M, Keshavarz SA, Hosseini M, Djazayery A, Amini H, et al. Comparison of therapeutic effects of omega-3 fatty acid eicosapentaenoic acid and fluoxetine, separately and in combination, in major depressive disorder. Aust N Z J Psychiatry. 2008 Mar;42(3):192-8.
120. Peet M, Murphy B, Shay J, Horrobin D. Depletion of omega-3 fatty acid levels in red blood cell membranes of depressive patients. Biol Psychiatry. 1998 Mar 1;43(5):315-9.
121. Fava M, Mischoulon D. Docosahexanoic acid in the prevention and treatment of depression. In: Mischoulon D, Rosenbaum JF, editors. Natural medications for psychiatric disorders: Considering the alternatives. Philadelphia, PA, US: Lippincott Williams & Wilkins Publishers; 2002. p. 35-42.
122. Mischoulon D, Fava M. Docosahexanoic acid and omega-3 fatty acids in depression. Psychiatr Clin North Am. 2000 12;23(4):785-94.
123. Stahl LA, Begg DP, Weisinger RS, Sinclair AJ. The role of omega-3 fatty acids in mood disorders. Curr Opin Investig Drugs. 2008 Jan;9(1):57-64.
124. Ross BM, Seguin J, Sieswerda LE. Omega-3 fatty acids as treatments for mental illness: Which disorder and which fatty acid? Lipids Health Dis. 2007 Sep 18;6:21.
125. Marangell LB, Martinez JB, Zboyan HA, Kertz B, Florence KH, Puryear LJ. A double-blind, placebo-controlled study of the omega-3 fatty acid docosahexaenoic acid in the treatment of major depression. Am J Psychiatry. 2003 05;160(5):996-8.
126. Llorente AM, Jensen CL, Voigt RG, Fraley JK, Berretta MC, Heird WC. Effect of maternal docosahexaenoic acid supplementation on postpartum depression and information processing. Am J Obstet Gynecol. 2003 May [cited 06/06/2008];188(5):1348-53.
127. Hibbeln JR. Seafood consumption, the DHA content of mothers' milk and prevalence rates of postpartum depression: A cross-national, ecological analysis. J Affect Disord. 2002 May;69(1-3):15-29.
128. Freeman MP, Davis M, Sinha P, Wisner KL, Hibbeln JR, Gelenberg AJ. Omega-3 fatty acids and supportive psychotherapy for perinatal depression: A randomized placebo-controlled study. J Affect Disord. 2008 Jan 16.
129. Miyake Y, Sasaki S, Yokoyama T, Tanaka K. Risk of postpartum depression in relation to dietary fish and fat intake in japan: The osaka maternal and child health study. Psychological Medicine. 2006 Dec;36(12):1727.
130. Noaghiul S, Hibbeln JR. Cross-national comparisons of seafood consumption and rates of bipolar disorders. The American Journal of Psychiatry. 2003 Dec;160(12):2222.
131. Frangou S, Lewis M, McCrone P. Efficacy of ethyl-eicosapentaenoic acid in bipolar depression: Randomised double-blind placebo-controlled study. Br J Psychiatry. 2006 Jan;188:46-50.
132. Keck PE,Jr, Mintz J, McElroy SL, Freeman MP, Suppes T, Frye MA, et al. Double-blind, randomized, placebo-controlled trials of ethyl-eicosapentanoate in the treatment of bipolar depression and rapid cycling bipolar disorder. Biol Psychiatry. 2006 Nov 1;60(9):1020-2.
133. Zanarini MC, Frankenburg FR. Omega-3 fatty acid treatment of women with borderline personality disorder: A double-blind, placebo-controlled pilot study. The American Journal of Psychiatry. 2003 Jan;160(1):167.
134. Kaiya H, Horrobin DF, Manku MS, Fisher NM. Essential and other fatty acids in plasma in schizophrenics and normal individuals from japan. Biol Psychiatry. 1991 Aug 15;30(4):357-62.
135. Laugharne JD, Mellor JE, Peet M. Fatty acids and schizophrenia. Lipids. 1996 Mar;31 Suppl:S163-5.
136. Fenton WS, Hibbeln J, Knable M. Essential fatty acids, lipid membrane abnormalities, and the diagnosis and treatment of schizophrenia. Biol Psychiatry. 2000 Jan 1;47(1):8-21.
137. Peet M. The metabolic syndrome, omega-3 fatty acids and inflammatory processes in relation to schizophrenia. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2006 Oct-Nov;75(4-5):323-7.
138. Vaddadi KS, Courtney P, Gilleard CJ, Manku MS, Horrobin DF. A double-blind trial of essential fatty acid supplementation in patients with tardive dyskinesia. Psychiatry Res. 1989 Mar;27(3):313-23.
139. Richardson AJ, Easton T, Gruzelier JH, Puri BK. Laterality changes accompanying symptom remission in schizophrenia following treatment with eicosapentaenoic acid. Int J Psychophysiol. 1999 Dec;34(3):333-9.
140. Puri BK, Richardson AJ, Oatridge A, Hajnal JV, Saeed N. Cerebral ventricular asymmetry in schizophrenia: A high resolution 3D magnetic resonance imaging study. Int J Psychophysiol. 1999 Dec;34(3):207-11.
141. Puri BK, Counsell SJ, Hamilton G, Bustos MG, Horrobin DF, Richardson AJ, et al. Cerebral metabolism in male patients with schizophrenia who have seriously and dangerously violently offended: A 31P magnetic resonance spectroscopy study. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2004 Apr;70(4):409-11.
142. Peet M, Brind J, Ramchand CN, Shah S, Vankar GK. Two double-blind placebo-controlled pilot studies of eicosapentaenoic acid in the treatment of schizophrenia. Schizophr Res. 2001 Apr 30;49(3):243-51.
143. Emsley R, Myburgh C, Oosthuizen P, Van Rensburg SJ. Randomized, placebo-controlled study of ethyl-eicosapentaenoic acid as supplemental treatment in schizophrenia. The American Journal of Psychiatry. 2002 Sep;159(9):1596.
144. Arvindakshan M, Ghate M, Ranjekar PK, Evans DR, Mahadik SP. Supplementation with a combination of omega-3 fatty acids and antioxidants (vitamins E and C) improves the outcome of schizophrenia. Schizophr Res. 2003 Aug 1;62(3):195-204.
145. Arvindakshan M, Sitasawad S, Debsikdar V, Ghate M, Evans D, Horrobin DF, et al. Essential polyunsaturated fatty acid and lipid peroxide levels in never-medicated and medicated schizophrenia patients. Biol Psychiatry. 2003 Jan 1;53(1):56-64.
146. Berger GE, Smesny S, Amminger GP. Bioactive lipids in schizophrenia. Int Rev Psychiatry. 2006 Apr;18(2):85-98.
147. Berger GE, Proffitt TM, McConchie M, Yuen H, Wood SJ, Amminger GP, et al. Ethyl-eicosapentaenoic acid in first-episode psychosis: A randomized, placebo-controlled trial. J Clin Psychiatry. 2007 Dec;68(12):1867-75.
148. Berger GE, Wood SJ, Wellard RM, Proffitt TM, McConchie M, Amminger GP, et al. Ethyl-eicosapentaenoic acid in first-episode psychosis. A 1H-MRS study. Neuropsychopharmacology. 2008 Sep;33(10):2467-73.
149. Stordy BJ. Dark adaptation, motor skills, docosahexaenoic acid, and dyslexia. Am J Clin Nutr. 2000 Jan;71(1 Suppl):323S-6S.
150. Lindmark L, Clough P. A 5-month open study with long-chain polyunsaturated fatty acids in dyslexia. J Med Food. 2007 Dec;10(4):662-6.
151. Antalis CJ, Stevens LJ, Campbell M, Pazdro R, Ericson K, Burgess JR. Omega-3 fatty acid status in attention-deficit/hyperactivity disorder. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2006 Oct-Nov;75(4-5):299-308.
152. Ng KH, Meyer BJ, Reece L, Sinn N. Dietary PUFA intakes in children with attention-deficit/hyperactivity disorder symptoms. Br J Nutr. 2009 Jul 27:1-7.
153. Raz R, Carasso RL, Yehuda S. The influence of short-chain essential fatty acids on children with attention-deficit/hyperactivity disorder: A double-blind placebo-controlled study. J Child Adolesc Psychopharmacol. 2009 Apr;19(2):167-77.
154. Ayton AK, Azaz A, Horrobin DF. A pilot open case series of ethyl-EPA supplementation in the treatment of anorexia nervosa. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2004 Oct;71(4):205-9.
155. Boston PF, Bennett A, Horrobin DF, Bennett CN. Ethyl-EPA in alzheimer's disease--a pilot study. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids. 2004 Nov;71(5):341-6.
156. Morris MC, Evans DA, Bienias JL, Tangney CC, Bennett DA, Wilson RS, et al. Consumption of fish and n-3 fatty acids and risk of incident alzheimer disease. Arch Neurol. 2003 Jul;60(7):940-6.
157. Cansev M, Wurtman RJ, Sakamoto T, Ulus IH. Oral administration of circulating precursors for membrane phosphatides can promote the synthesis of new brain synapses. Alzheimers Dement. 2008 Jan;4(1 Suppl 1):S153-68.
158. Albanese E, Dangour AD, Uauy R, Acosta D, Guerra M, Guerra SS, et al. Dietary fish and meat intake and dementia in latin america, china, and india: A 10/66 dementia research group population-based study. Am J Clin Nutr. 2009 Aug;90(2):392-400.
159. Puri BK, Bydder GM, Counsell SJ, Corridan BJ, Richardson AJ, Hajnal JV, et al. MRI and neuropsychological improvement in huntington disease following ethyl-EPA treatment. Neuroreport. 2002 Jan 21;13(1):123-6.
160. Puri BK, Leavitt BR, Hayden MR, Ross CA, Rosenblatt A, Greenamyre JT, et al. Ethyl-EPA in huntington disease: A double-blind, randomized, placebo-controlled trial. Neurology. 2005 Jul 26;65(2):286-92.
161. Puri BK. High-resolution magnetic resonance imaging sinc-interpolation-based subvoxel registration and semi-automated quantitative lateral ventricular morphology employing threshold computation and binary image creation in the study of fatty acid interventions in schizophrenia, depression, chronic fatigue syndrome and huntington's disease. Int Rev Psychiatry. 2006 Apr;18(2):149-54.
162. Murck H, Manku M. Ethyl-EPA in huntington disease: Potentially relevant mechanism of action. Brain Res Bull. 2007 Apr 30;72(2-3):159-64.
163. Gesch CB, Hammond SM, Hampson SE, Eves A, Crowder MJ. Influence of supplementary vitamins, minerals and essential fatty acids on the antisocial behaviour of young adult prisoners. randomised, placebo-controlled trial. Br J Psychiatry. 2002 Jul;181:22-8.
164. Hibbeln JR, Umhau JC, Linnoila M, George DT, Ragan PW, Shoaf SE, et al. A replication study of violent and nonviolent subjects: Cerebrospinal fluid metabolites of serotonin and dopamine are predicted by plasma essential fatty acids. Biol Psychiatry. 1998 Aug 15;44(4):243-9.
165. Maes M, Mihaylova I, Leunis JC. In chronic fatigue syndrome, the decreased levels of omega-3 poly-unsaturated fatty acids are related to lowered serum zinc and defects in T cell activation. Neuro Endocrinol Lett. 2005 Dec;26(6):745-51.
166. Andersson S, Lundeberg T. Acupuncture--from empiricism to science: Functional background to acupuncture effects in pain and disease. Med Hypotheses. 1995 Sep;45(3):271-81.
167. Yu T, Tsai HL, Hwang ML. Suppressing tumor progression of in vitro prostate cancer cells by emitted psychosomatic power through zen meditation. Am J Chin Med. 2003;31(3):499-507.
168. Lutgendorf SK, Sood AK, Anderson B, McGinn S, Maiseri H, Dao M, et al. Social support, psychological distress, and natural killer cell activity in ovarian cancer. J Clin Oncol. 2005 Oct 1;23(28):7105-13.
169. Banegas JR, Ruilope LM. Epidemic of metabolic diseases. A warning call. Med Clin (Barc). 2003 Feb 1;120(3):99-100.
170. Sorensen TI, Nielsen GG, Andersen PK, Teasdale TW. Genetic and environmental influences on premature death in adult adoptees. N Engl J Med. 1988 Mar 24;318(12):727-32.
171. Lichtenstein P, Holm NV, Verkasalo PK, Iliadou A, Kaprio J, Koskenvuo M, et al. Environmental and heritable factors in the causation of cancer--analyses of cohorts of twins from sweden, denmark, and finland. N Engl J Med. 2000 Jul 13;343(2):78-85.
172. Balkwill F, Mantovani A. Inflammation and cancer: Back to virchow? Lancet. 2001 Feb 17;357(9255):539-45.
173. Baxevanis CN, Reclos GJ, Gritzapis AD, Dedousis GV, Missitzis I, Papamichail M. Elevated prostaglandin E2 production by monocytes is responsible for the depressed levels of natural killer and lymphokine-activated killer cell function in patients with breast cancer. Cancer. 1993 Jul 15;72(2):491-501.
174. Coussens LM, Werb Z. Inflammation and cancer. Nature. 2002 Dec 19-26;420(6917):860-7.
175. Ornish D, Weidner G, Fair WR, Marlin R, Pettengill EB, Raisin CJ, et al. Intensive lifestyle changes may affect the progression of prostate cancer. J Urol. 2005 Sep;174(3):1065,9; discussion 1069-70.
176. Cole WH. Efforts to explain spontaneous regression of cancer. J Surg Oncol. 1981;17(3):201-9.
177. Challis GB, Stam HJ. The spontaneous regression of cancer. A review of cases from 1900 to 1987. Acta Oncol. 1990;29(5):545-50.
-

OMEGA-3 LA SALUD INMEDIATA - Libro abierto gratuito (Entrega nº 8)



SEGUNDA PARTE: SALUD Y ENFERMEDAD


Salud o no salud, esta es la cuestión


       Hubo un tiempo en que se consideraba que no estar enfermo, significaba estar sano. Pero ese tiempo ya pasó, y en el año 1946 la OMS -Organización Mundial de la Salud-, definió la salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad. Esta definición no obstante, tuvo y tiene retractores, puesto que peca de cierta subjetividad y de ser estática. Fíjense que casi podría servir como definición de “felicidad”.
       Lo cierto es que es muy difícil encontrar un consenso absoluto cuando se trata de definir conceptos cuyos límites no están clara y visiblemente delimitados. Por lo tanto, voy a permitirme la licencia de aportar alguna reflexión que ayude a ampliar un poco más la visión sobre qué es lo que se podría considerar como verdadera salud. Les resultará de gran utilidad para comprender aspectos vitales, que abordaremos más adelante.
       Para facilitar las posteriores lecturas y reflexiones, a efectos prácticos dividiremos la salud en “física” y “mental”, como formas básicas complementarias en permanente conexión, pero recordando que es necesario que haya equilibrio entre ambas, tal como dice el antiguo aforismo “Mens sana i corpore sano”. No obstante, para que la salud física y la mental estén equilibradas e interconectadas armónicamente, también necesitamos un tercer concepto, la salud “energética”, que es la que da soporte, interconecta y equilibra las otras dos. Tenemos pues tres conceptos, salud física, mental y energética.
       Como consecuencia de esta división, tendremos más claro el concepto de que “nosotros”, como seres vivos, somos “organismos”. Veamos cómo se define esta palabra en la Wikipedia (en 2009): -“Un ser vivo, también llamado organismo, es un conjunto de átomos y moléculas que forman una estructura material muy organizada y compleja, en la que intervienen sistemas de comunicación molecular, que se relaciona con el ambiente con un intercambio de materia y energía de forma ordenada, y que tiene la capacidad de desempeñar las funciones básicas de la vida, que son la nutrición, la relación y la reproducción, de tal manera que los seres vivos actúan y funcionan por sí mismos sin  perder su nivel estructural hasta su muerte”-.
       Pues bien, a pesar de las limitaciones de esta definición, y de su enfoque más bien “materialista”, sirve también para entender que “nuestro organismo” es el conjunto de cuerpo, mente y energía, como una unidad diferenciable del resto de seres vivos. Por lo tanto, empecemos por erradicar esta generalizada costumbre de entender exclusivamente por “organismo” el conjunto de órganos de nuestro cuerpo físico.
       Efectivamente, la salud de nuestro organismo en su totalidad, pasa por tener una buena salud física, mental y energética, lo que equivale a decir que debemos cuidar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra energía, todo de forma equilibrada, y teniendo muy en cuenta que es muy difícil separar una cosa de otra, porque en realidad “va todo en un paquete”. El paquete somos nosotros, y no tenemos recambios, ya que somos “piezas únicas”. Así que tenemos que cuidarlo bien si queremos vivir muchos años y en buenas condiciones.
       Pero ya que hemos hablado de “mente”, ¿qué se entiende de forma habitual por mente? Podemos interpretarla como la capacidad intelectual y emocional que nos permite pensar, razonar, imaginar, intuir, controlar nuestra conducta, nuestras funciones básicas o emociones. Hay que tener presente, que no existe una definición consensuada de los que es la mente, ni cuáles son sus límites. ¿Están sus funciones circunscritas dentro del sistema nervioso central, con el cerebro como máximo jerarca, en cuyo caso estaríamos hablando también de una “mente física”? ¿Puede nuestro sistema nervioso, además de contener nuestra información interna, captar, procesar y emitir información que no está contenida en el cuerpo, sino fuera? ¿Es posible que además de los procesos técnicamente biológicos de nuestro cuerpo, existan factores más sutiles que son canalizados por otros sistemas energéticos, como pueden ser los “chakras”, influyendo también en el comportamiento mental? Estas y otras muchas preguntas no tienen aún una respuesta definitiva, pero gracias al desarrollo de la tecnología y de la física cuántica, es muy posible que pronto se vayan convirtiendo creencias hasta ahora casi místicas, en fenómenos explicables y controlables científicamente.
       Pues bien, como se ha dicho al principio, la simple ausencia o la presencia de enfermedad no debe significar necesariamente que se tenga o no se tenga salud. Efectivamente, aún cuando una persona sufra una enfermedad aguda de forma puntual, no tiene porqué significar que no goce de buena salud, sino que por alguna circunstancia lógica se ha iniciado un proceso de cambio, provocando un desequilibrio que puede ser pasajero, y durante el cual, el organismo manifiesta unos síntomas que a su vez, reflejan su lucha por resolver el problema o problemas de forma autónoma, utilizando sus propios recursos autocurativos, e intentando recuperar el equilibrio físico, mental o energético perdido. Por lo tanto, si una persona goza normalmente de buena salud, lo más probable es que sus propios recursos defensivos venzan a la “enfermedad”.
       Por el contrario, cuando una persona no tiene ninguna enfermedad o síntoma manifiesto, o sea que hay “ausencia de enfermedad”, pero esencialmente esta persona goza de “mala salud o tiene una salud precaria, es muy posible que cuando sea presa de alguna enfermedad, aunque sea leve, su capacidad defensiva y autocurativa puede ser insuficiente o verse en apuros, para vencer el problema, agravándose, complicándose, cronificándose, o incluso peligrando su vida.
       Por lo tanto, una buena salud física, mental y energética, de forma estable y equilibrada, que permita disponer de forma adecuada de nuestros recursos defensivos naturales, es lo que realmente debería entenderse por tener buena “salud”, y a la que deberíamos aspirar todos.
       Dicho esto, si miramos a nuestro alrededor, observaremos que las patologías cardiovasculares, intestinales, articulares, alérgicas, cáncer, diabetes o trastornos mentales y emocionales, que son trastornos eminentemente crónicos, degenerativos o autoinmunes, se encuentran en constante aumento, cuando lo lógico sería que disminuyeran como consecuencia de los avances tecnológicos y del mayor conocimiento médico y científico. Es evidente que algo falla.
       Esta paradoja refleja que el sistema sanitario actual no es capaz de prevenir y curar estas enfermedades de forma efectiva y real, por lo que no disminuye, sino que aumenta su prevalencia y frecuencia en la población. Hay quien dice que al haber alargado la expectativa de vida, lógicamente se dispone de más tiempo para sufrir más enfermedades… O sea, ¿vivimos más, pero más enfermos? ¡Vaya plan! Sea como sea, lo que es evidente es que a pesar de los discursos oficiales, no tenemos mejor salud, ya que de tenerla no habría este aumento de enfermedades crónicas y degenerativas. Es sencillo de comprender, ¿no?
       En realidad se trata de una salud precaria, falsa, dependiente cada día más de los fármacos. Y lo que es peor, con una dependencia que se extiende al ámbito psicológico, pues la mayoría de personas, inconscientemente dejan de preocuparse por su salud, y no se molestan en aprender ni conocer los secretos de su propio organismo, delegando todos los temas de salud exclusivamente en manos de los médicos.
       La evidencia clara de que cada vez hay más enfermedades graves, no se puede lógicamente atribuir a una sola causa, porque la complejidad de nuestro mundo aumenta día a día, y los factores de riesgo también, así que debemos partir de la base de que existe una multiplicidad de factores causales. Pero lo que se nos está escapando de las manos, es que estos factores se combinan con la ausencia de una verdadera salud. Parecemos sanos, pero no lo estamos. Necesitamos tomar fármacos para una cosa o para otra. Solo hay que pasarse un ratito en una farmacia importante, y podremos observar que la gente sale con bolsas llenas de medicamentos, tal como si en lugar de una botica se tratara de un supermercado. Cuando observas esto, te viene al pensamiento que tomar tanta cantidad de medicamentos, con los consiguientes efectos secundarios que conllevan, no puede ser bueno. De hecho, en algunos casos ya se ha visto que tan solo dejando de tomar esta cantidad tan abultada de medicamentos, se produce una clara mejora de la salud. Es cada vez más habitual, ver cómo mucha gente, principalmente de edad avanzada, va semanalmente al médico “para que le recete”, y si no les receta nada, dicen que “es un mal médico”.
       ¿Cómo se ha llegado a esta situación? No es sencillo de explicar. Estamos en una sociedad consumista, y nosotros somos ante todo “consumidores”, de forma que estamos inmersos en un sistema donde priva la necesidad de vender de las industrias y comercios por encima de nuestras verdaderas necesidades. Incluso nos crean nuevas necesidades con tal de vender más. Y nosotros nos complicamos la vida, trabajando más, endeudándonos más, estresándonos más, para poder pagarnos estas nuevas “necesidades”. Esta situación provoca que la mayoría de gente “viva pensando sólo en vivir, y viviendo sin pensar”, o lo que es lo mismo, consumiendo sin límite, buscando el placer en cualquier de sus formas, aunque luego le perjudique, a sabiendas, o sin saberlo.
        Esta búsqueda de placer, de emociones, de satisfacer nuestras más inmediatos apetitos y deseos, resulta muchas veces incompatible con el cuidado de nuestra salud, y en lugar de prevenir las enfermedades provocamos inconscientemente su aparición, de forma que cuando aparece un problema, vamos al médico para que nos recete algo para quitar estos molestos síntomas y nos permita seguir haciendo vida “normal”. No se tiene en cuenta que si no se elimina la causa que provoca estas enfermedades jamás se podrán curar, a lo sumo se “taparán” o aplazarán. Lo que se persigue por encima de todo, es volver a la “normalidad” y seguir haciendo lo mismo de siempre, sin renunciar a nada. Aunque esta “normalidad” signifique dañar nuestro organismo. Por ejemplo, fumar, beber…
       Lo cierto es que el poder de algunas multinacionales farmacéuticas es incluso mayor que el de algunos gobiernos. Hemos podido comprobarlo por ejemplo,  en la llamada gripe A. Estas multinacionales influyen fuertemente en las políticas sanitarias. En nuestro país, la llamada medicina dominante es la alopática, cuyo nombre proviene del hecho de que su intención es actuar “contra” las enfermedades, y lo que hace realmente en la gran mayoría de ocasiones es administrar un fármaco que suele actuar contra los “síntomas”, de forma que el origen real de los problemas suele mantenerse oculto, a la espera de las condiciones propicias para volver a manifestarse, a veces de forma más grave, bajo variantes patológicas distintas o combinadas.
       Esta medicina convencional, alopática, que es la “oficial”, responde a una filosofía o una orientación llamada “biomédica”, desde la que se afirma que el origen de las enfermedades reside siempre en causas biológicas, dependientes de un mal funcionamiento de sus procesos fisiológicos a causa de desequilibrios bioquímicos, o por la acción de patógenos externos como virus o bacterias. Como consecuencia de ello, se favorece la creencia generalizada en la sociedad, de que toda disfunción o enfermedad debe ser tratada con un fármaco específico para combatirla, y que aparte de esto, nosotros poco podemos hacer. De ahí que los automatismos que se han generado son, puestos de una forma muy esquemática y breve, los siguientes:
a)      La gente se despreocupa de su salud, simplemente “vive”.
b)      Cuando alguien se encuentra mal, va al médico.
c)      El médico diagnostica enfermedades y receta los medicamentos correspondientes.
d)      Si el problema “desaparece”, se vuelva a hacer “vida normal”. Si persiste, vuelta al medico y más medicamentos.
e)      Si el problema “desaparece”, “vida normal”. Si solo se suaviza, se deben realizar “controles”. Si persiste, aplicación de medidas más drásticas, que pueden permitir volver a hacer “vida normal”, “controlada”, o si las consecuencias son muy importantes, la persona ve disminuida su “normalidad”, en grados que pueden oscilar entre leve o muy elevada, pasando el enfermo a mantener una dependencia elevada de los fármacos.
f)       Si sigue habiendo problemas, el paciente será ya fármacodependiente, y deberá tomar medicamentos el resto de su vida. Su ilusión consistirá en vivir con la máxima “normalidad” posible.
       El resultado de esta política sanitaria está claro: Cada vez se vive más –atribuible en una gran parte, a las mejoras en condiciones ambientales e higiénicas en que vivimos-, pero también hay una salud cada vez de peor calidad, que se traduce en más enfermedades y mayor dependencia de los médicos y de los  fármacos.
       Sin embargo no todo son malas noticias. Pasito a pasito, sin ruido pero firmemente, se va abriendo camino la orientación sanitaria llamada “biopsicosocial”. Según ésta, las causas de las enfermedades y trastornos las podemos encontrar, además del ámbito biológico, en el ámbito psicológico y social. Y así como en el enfoque biomédico se sigue un modelo causal patogénico –todo son enfermedades, todo se patologiza y todo se medica-, en el enfoque biopsicosocial, el modelo es multicausal salutogénico, que se interesa por los factores causales generales, desmedicalizando la salud y promocionando unas mejores condiciones sociales, que permitan unos hábitos de vida más saludables.
      Lógicamente, algunos lectores pueden dudar de la influencia psicológica en la salud física. Alguien puede opinar que las enfermedades “psicosomáticas” son imaginarias. Sin embargo no es así. Por lo menos de forma absoluta. Antes hemos dicho que nuestro organismo es un “todo”, una unidad orgánica física, mental y energética, por lo que cualquier alteración de uno de estos factores afecta a los demás, sean cual sea el factor o parte afectada. Veamos un ejemplo concreto para entender esta interrelación.
       En el estudio científico realizado en el año 2005, publicado en el Journal of clinical oncology: official journal of the American Society of Clinical Oncology (168), se midió el estrés psicosocial, en pacientes con cáncer de ovario, relacionando la angustia, el apoyo social y las células NK –natural killer- del sistema inmunológico. Una vez realizadas las pruebas y analizada la actividad de las células NK después de practicar operaciones quirúrgicas a los pacientes, se demostró que los factores psicosociales como el apoyo social de forma positiva, y la angustia y el estrés de forma negativa, influían en los cambios de respuesta inmunitaria celular y en el nivel del tumor de forma clara y contundente.
       Por consiguiente, es necesario asimilar que muchísimos problemas de salud y enfermedades vienen derivados de los hábitos antinaturales perjudiciales, dependientes tanto del propio comportamiento individual, como del entorno familiar y cultural, de tal forma que sólo un cambio de estos hábitos y la utilización de medios naturales, pueden reconducir adecuadamente la marcha de la salud y la enfermedad.
       Pero aún nos queda la naturopatía, un recurso que veremos seguidamente, y que se adscribe al enfoque biopsicocial, pero añadiendo el conocimiento y la utilización de los agentes naturales, que permiten a las propias fuerzas curativas del organismo, restablecer el equilibrio corporal, mental y energético. Es decir, que ayuda a obtener y mantener la salud en las mejores condiciones posibles, de forma totalmente natural.


Problemas de salud derivados de la alimentación


       Al comentar anteriormente la paradoja del aumento de enfermedades en el mundo moderno, les decía que no había una sola causa, sino una multiplicidad de factores, entre los que se encuentran los externos o ambientales. Pues bien, de entre todos, el factor más decisivo en la gran mayoría de ocasiones, es sin duda la alimentación.
       En las sociedades “desarrolladas”, cuando alguien enferma, normalmente se le dan medicamentos para corregir los trastornos, y el propio médico le dice al paciente, que en unos días, ya podrá “hacer vida normal”, lo que viene a significar que podrá “comer y beber normalmente”, o dicho de otro modo, que podrá volver a alimentarse de la misma forma que ha hecho siempre, pues generalmente nadie le dice que quizá su problema de salud provenga de sus hábitos alimentarios y que los debe cambiar. Si la persona no cambia sus costumbres, seguirá sembrando y recogiendo más de lo mismo. Einstein dijo: -Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo-. ¿De verdad hace falta ser Einstein para llegar a esta conclusión? Lo que sí hace falta es tener las ideas claras, y fuerza de voluntad. Sin duda alguna.
       Como hemos comprobado en la primera parte del libro, por un lado tenemos que los estudios epidemiológicos realizados en todo el mundo, han constatado de forma clara, que en las zonas geográficas del planeta en donde la mortalidad cardiovascular es más baja, resulta que también es más baja la tendencia al sufrimiento de otras enfermedades y trastornos como cáncer, asma, psicopatías, enfermedades inflamatorias y metabólicas. Y por otro lado, se ha verificado mediante numerosas investigaciones, que existe una clara relación entre estas diferencias epidemiológicas, y el consumo de ácidos grasos poliinsaturados Omega-6 y Omega-3 de cada población. Además, también se ha constatado racionalmente, que estas diferencias iniciales entre grupos poblacionales, con los años se van reduciendo debido a la homogeneización de los estilos de vida que comporta el fenómeno de la globalización, de forma que muchos pueblos “occidentalizan” sus costumbres alimenticias, y ven cómo aumentan gradualmente la prevalencia y frecuencia de estos trastornos y enfermedades. La evidencia es sencillamente irrefutable.
       Incentivada por el “consumismo”, la alimentación se ha convertido para muchísimas personas en “una emoción, de forma que ya no comen para vivir, sino que casi viven para comer, especialmente cuando su vida está carente de otras emociones, o de objetivos y metas ilusionantes, y comer se convierte en un refugio. De hecho, es muy conocida la frase: –las penas con pan, son menos penas-. Pues bien, cuando se dan estas situaciones, cuesta muchísimo modificar los hábitos personales, especialmente los alimenticios, y si se logra, casi siempre es con la ayuda de cambios psicológicos y refuerzos positivos, que los estimulen y los encaucen. Pero aún es más difícil llevar a cabo estos cambios cuando el fenómeno está muy extendido socialmente, de forma que los condicionantes ambientales, las costumbres, la cultura, pueden hacer mucho más difícil escapar de estos hábitos, no siendo posible conseguirlo sin realizar un profundo esfuerzo reflexivo, producto del conocimiento y del análisis crítico sobre las graves consecuencias que conlleva un comportamiento determinado, comprender y asimilar la necesidad de cambio, tomar la decisión de cambiar, y actuar. Incluso a veces, cuando alguien intenta modificar sus hábitos antinaturales, y opta por aplicar conductas más saludables y naturales, se puede encontrar fácilmente, con que su entorno no solamente no le da soporte, sino que le ataca por ser diferente, provocando una presión psicológica que puede derivar en el abandono de la idea de cambio, y volviendo a los hábitos típicos considerados  “normales”.
       Hay que tener en cuenta, como explica el Dr. Banegas, en su trabajo Epidemic of metabolic diseases. A warning call (169), que además de la evidente epidemia de ciertas enfermedades metabólicas como la obesidad y la diabetes tipo 2, así como otras enfermedades derivadas que está sufriendo el mundo industrializado, debido fundamentalmente a un estilo de vida sedentario con dieta abundante y excesiva, y que se ha ido extendiendo gracias al fenómeno de la globalización, la falta de calidad de los productos alimenticios y el desequilibrio de estas dietas, también se ha convertido en un factor añadido que complica enormemente el panorama. Y aunque es difícil demostrar puntualmente que una enfermedad se deriva de un hábito alimentario inadecuado, lo cierto es que muchos estudios epidemiológicos, lo confirman. Por lo tanto, negar esta evidencia no es más que una cabezonería a nivel personal, de quien por distintas razones que le atañen, intenta justificar lo injustificable, como hacían antes –ahora ya no tanto-, los fumadores que afirmaban con rotundidad y desparparjo: -a mí, el tabaco no me hace daño-. ¿Estaban realmente seguros de ello?
       Existe el convencimiento general, de que el cáncer, por ejemplo, es como una especie de lotería en negativo. Que si te toca…, mala suerte. Y efectivamente, un riesgo de fatalidad siempre existe en nuestras vidas, pero lo cierto es que el porcentaje de “fatalidades” es más bajo de lo que se piensa, dado que la mayoría de cánceres, salvo excepciones,  tardan en desarrollarse una media de entre 5 y 45 años, es decir, que normalmente no se producen de un día para otro, sino que por lo general, “se van haciendo a fuego lento”. Suele iniciarse interna y discretamente, y se va desarrollando según las circunstancias de cada caso.
       Existen diversas investigaciones que demuestran, que el cáncer depende mucho más de nuestros hábitos y estilo de vida, que de nuestros genes. Uno de estos estudios, realizado por el Department of Medicine, Hvidovre University Hospital, en Copenhagen (170), estudió 960 familias. Se valoró y comprobó que cuando el padre biológico de un niño, había muerto antes de los 50 años por cáncer, no influía prácticamente en el desarrollo de cáncer en el hijo, pero en cambio, cuando el que moría antes de los 50 años de cáncer, era el padre adoptivo de un niño, se multiplicaba por 5 el riesgo de muerte por cáncer para el hijo adoptivo. ¡Impresionante! Así las cosas, muchas investigaciones coinciden en que sólo un 15% de mortalidad debida al cáncer puede explicarse por factores genéticos, mientras que el resto, son debidos a factores ambientales (171).
       Varias investigaciones científicas de alto nivel, han puesto en entredicho algunos de los mecanismos convencionales del cáncer –aunque lógicamente, el sector médico  “ortodoxo” se opone sistemáticamente a cualquier duda sobre sus conocimientos tradicionales-. Efectivamente, la respuesta del organismo a un cáncer no es un mecanismo único, pero tiene muchos paralelismos con la inflamación, en la que intervienen las citoquinas, favoreciendo el crecimiento del tumor, e incluso parece tener paralelismos con la cicatrización de heridas, tal como nos dice un artículo publicado en Lancet, titulado Inflammation and cancer: back to Virchow? (172), de tal forma que se trataría de una cierta degeneración de los mecanismos reparadores, es decir, de que una inflamación que debería ser un mecanismo puntual defensivo, se cronifica y se hace permanente, de forma que las células cancerosas encuentran en estas inflamaciones la forma de sostener su propio crecimiento. Además, cuando una inflamación prosigue su presencia indefinidamente, bloquea la apoptosis de las células cancerosas, es decir, que las células NK defensoras no pueden actuar, quedando inmóviles, y el cáncer tiene vía libre para crecer (173).
       Algunos estudios científicos han comprobado la importancia que tiene la alimentación en la promoción y desarrollo del cáncer. Los azúcares refinados, la falta de Omega-3, el exceso de Omega-6, así como elementos extraños como las hormonas en las carnes de los animales, son promotores de citoquinas proinflamatorias –eicosanoides negativos-, y promotores de cáncer, mientras que otros alimentos, como algunas frutas y verduras, o los Omega-3, son anti-promotores (174). Así que, independientemente de las múltiples formas en que una alimentación inadecuada puede provocar la génesis de ciertos trastornos de la salud y enfermedades, nos fijaremos especialmente en los problemas derivados del desequilibrio entre Omega-6 y Omega-3, o en la carencia de este último, aprovechando que son los protagonistas principales del libro.
       Cuando los científicos daneses, Kromann y Green en el año 1980, comprobaron que en Groenlandia, los esquimales presentaban una prevalencia de accidente cardiovascular ocho veces menor que la de los esquimales que habían emigrado a Dinamarca, y que se debía a los altos niveles de Omega-3 que presentaba su sangre. Cuando el Journal of Nutrition Science of Vitaminologye en el año 1982 (11), confirmaba también que la alta longevidad de los japoneses y la baja prevalencia poblacional de las enfermedades cardiovasculares, se debían al alto consumo de ácidos grasos Omega-3. O cuando Biomedicine & Pharmacoterapy (7), publicó el trabajo en el que se demostraba que los estudios antropológicos y epidemiológicos a nivel molecular, indicaban que los seres humanos evolucionaron en una dieta con una proporción de Omega-6 con Omega-3, de aproximadamente 1:1, mientras que en la dieta occidental actual, la proporción de 15:1 o mucho más, a favor del Omega-6, promoviendo la patogénesis de muchas enfermedades, mientras que el aumento de los niveles de Omega-3, hacen que esta proporción se equilibre y disminuyan los riesgos, o incluso se supriman éstos. Cuando todos estos científicos, y muchos más, nos dicen que nuestra alimentación es errónea…, miramos hacia otro lado y perdemos la oportunidad de entender qué es lo que debemos cambiar y mejorar en nuestra alimentación para evitar las enfermedades. Y es una verdadera lástima, porque nos ahorraríamos muchos sufrimientos.
       A nivel popular, la mayoría de las personas no son conscientes de la importancia de la dieta alimenticia más allá de los efectos estéticos y culturales, mientras que muchos profesionales de la salud, en lugar de incentivar y promover la corrección de estos desequilibrios nutritivos y sus graves consecuencias, viéndose incapaces de conseguir que sus pacientes cambien, les permiten seguir con ellos, o simplemente no le prestan atención, de forma que los trastornos de sus pacientes van agravándose día a día, aunque aparentemente los síntomas molestos puedan desaparecer provisionalmente gracias a los medicamentos que tomen.
       Hemos de ser realistas, no obstante, y comprender que modificar los hábitos alimenticios de la población, puede resultar, en la mayoría de ocasiones, una ardua e incluso a veces vana labor, debido a la fuerza de la costumbre, las creencias, el influjo de la publicidad, la falta de tiempo, la ley del mínimo esfuerzo, o el coste de los alimentos. Por ello, la opción de tomar suplementos de Omega-3 es una opción práctica y realista, especialmente indicada a nivel individual o familiar.
       No obstante, sería deseable que los responsables de nuestra sanidad, se plantearan la posibilidad de realizar algunos cambios, esforzándose en aumentar los recursos para informar bien a la población, de la importancia real y la necesidad de reducir los Omega-6 y aumentar los Omega-3 en su dieta alimenticia, explicitando muy bien cuáles son sus consecuencias, y facilitando si fuera posible, la ingesta de los Omega-3 necesarios a quien no pueda tener acceso a ellos. Esto repercutiría en la génesis de las enfermedades de la población, o sea, en el proceso de formación patológica, en lugar de actuar sólo sobre los síntomas como se está haciendo actualmente, de forma se estaría actuando preventiva y eficazmente, y a la larga, los resultados para la salud serían notables, rebajándose además y de forma importante el gasto farmacéutico que corre a cargo de la sanidad pública. Esta opción además de responsable, sería respetuosa con el paciente al no empeorar su estado orgánico con medicamentos cuyos efectos secundarios pueden ser muy importantes y concurrentes entre si.
       Sin menoscabo no obstante, de tener como objetivo elevar el nivel de conocimiento de la población con respecto a los hábitos alimentarios, sería deseable que paralelamente se realizara también a nivel de las distintas instituciones y administraciones públicas un apoyo al consumo de productos ecológicos y de proteínas vegetales, así como un mejor y más estricto control sobre la utilización de aditivos y conservantes químicos en los alimentos, cuyos efectos a largo plazo no están debidamente contrastados, ya que existen serias controversias al respecto, hecho que queda en evidencia desde el momento en que hay importantes diferencias legislativas y criterios de aplicación entre distintos países, pues se puede hallar un mismo aditivo que sea al mismo tiempo legal en un país, y prohibido en otro, lo que constituye en hecho ciertamente lamentable, porque las consecuencias a largo plazo, no están comprobadas.
       Hemos de encontrar una coherencia alimentaria, de forma que sea realmente saludable, y no la puerta de entrada a las enfermedades, como está ocurriendo en la actualidad. Recordemos al venerado Hipócrates: -“Que tu alimento sea tu medicina, y que tu medicina sea tu alimento”-. Pero dejemos de solamente “recordarlo” sin hacerle el más mínimo caso, porque actualmente, después de veinticinco siglos de ir oyéndolo de generación en generación, y de otorgarle a Hipócrates el rango de “padre de la medicina”, estamos más lejos que nunca de su espíritu, ya que tal parece que hayamos reconvertido su aforismo en “que tu alimento sea tu enfermedad, y tu enfermedad sea tu alimento”.      


La Naturopatía


       Suele definirse la naturopatía como la ciencia de la salud que estudia las propiedades y aplicaciones de los agentes naturales -alimentos vegetales, plantas medicinales, agua, sol, tierra y aire-, con el objetivo de mantener y recuperar la salud, mediante la selección y utilización de estos elementos inocuos que la Naturaleza nos ofrece, y desechando aquellos que son perjudiciales.
       Pero la naturopatía no es solo eso, sino también una filosofía de salud, y por lo tanto, de vida, ya que persigue ayudar a las personas a comprender y respetar las leyes naturales que rigen nuestro organismo –cuerpo, mente y energía-, con el fin que obtener y mantener un estado de máxima salud, y permitir actuar cuando sea necesario a las propias fuerzas curativas que poseemos, para restablecer el equilibrio orgánico.
       El naturópata por consiguiente, no puede limitarse simplemente a recomendar “remedios naturales”, sino que debe además informar, educar, y estimular el seguimiento de una conducta más responsable y natural, en sintonía con la Naturaleza, enseñando a comprender el significado de las señales que su organismo le transmite, y a saber proporcionarle a éste lo que necesita, para mantener o recuperar la salud.


Ante todo, no perjudicar


       “Primum non nocere”, es uno de los famosos aforismos de Hipócrates, y que significa: “lo primero, no perjudicar”. Para la naturopatía es una regla fundamental, la primera, siempre presente, y que como consecuencia de ella, un naturópata no aconsejará nunca un remedio que tenga efectos secundarios perjudiciales.
       Efectivamente, los efectos secundarios de los fármacos -“un mal menor necesario” como suele decirse-, están justificados en aquellos actos médicos urgentes en los que peligra la vida de forma inmediata, pero no lo están tanto en trastornos que responden a problemas en los que la vida no peligra, y que mayoritariamente son producto de hábitos antinaturales. “Curar” un órgano, perjudicando a otro, no es precisamente un ejemplo de excelencia, si acaso, y como mucho, de suficiencia.
       Efectivamente, en nuestro organismo existe un equilibrio entre todas sus partes, tanto físicas como mentales y energéticas. Si alteramos una, siempre se repercute en otra, en menor o mayor medida, a más corto o a más largo plazo. Por eso, en naturopatía, decimos que “no existen enfermedades, sino enfermos”. Debemos considerar a nuestro cuerpo como un solo órgano. No podemos hablar sólo de un pulmón enfermo, sino una persona enferma del pulmón, cuyos efectos perjudican al resto del organismo. No podemos ver nuestros órganos como si fueran piezas de un coche, que se cambian y se ponen nuevas si se estropean, sino que forman parte de un “todo”, que somos nosotros, y que estamos obligados a conservar holísticamente.
       Esta forma de ver las enfermedades y lo enfermos, permite comprender más fácilmente que los problemas que comportan los excesos de Omega-6 y la falta de Omega-3 en la alimentación, manifestados bajo formas patológicas distintas, como inflamaciones intestinales, alergias, artritis, diabetes o cáncer, tienen en realidad un sentido causal unitario, de forma que permite fijar más la atención en el enfermo, y no tanto en la enfermedad, y las múltiples partes implicadas como hacen los médicos especialistas, que en demasiadas ocasiones, cada uno tira por su lado.
       Resulta de vital importancia, que el paciente sepa que su problema está promovido por una situación proinflamatoria derivada de sus hábitos, para entender que en lugar de darle medicamentos “contra” la enfermedad como haría el médico, con el añadido de sus posibles efectos secundarios, el naturópata por su parte, procurará corregir la situación que provoca el problema, explicándoselo, motivándolo para que realice cambios en sus hábitos, aconsejándole los remedios naturales más adecuados para potenciar su capacidad y sus reacciones autocurativas y defensivas naturales. Estará ayudando no solamente al “órgano” afectado, sino a la totalidad de su organismo, al enfermo y no a la enfermedad, y sin perjudicarlo.
       No obstante, es necesario aclarar que las fuerzas naturales curativas de nuestro organismo, descritas por el propio Hipócrates como la “Vis Natura Medicatrix”, son fruto de la propia programación biológica de nuestro cuerpo, orientada a la supervivencia, y en la que participan  nuestras propias células, órganos, aparatos y sistemas, especialmente el sistema inmunitario, o derivadas de la fuerza mental así como de la energía vital que anima nuestro cuerpo, y que los chinos llaman “Qi”, o los hindúes denominan “Prana”. Todos y cada uno de estos mecanismos, se encuentran interconectados y tienen una tendencia natural a ir en pos de la salud, equilibrando las funciones y procesos de nuestro organismo, ya sean físicos, mentales o energéticos.
       Debido a la acción de esta programación y a la fuerza natural curativa, nos podemos encontrar que a veces ocurran fenómenos de “ajuste”, o procesos autocurativos, que pueden ser interpretados como “enfermedades” o “agravaciones”, pero que no son necesariamente negativos, aunque sus síntomas sean molestos, o puedan hacernos pensar que empeoramos. Efectivamente, lo que para nosotros puede ser un molesto síntoma, en realidad puede ser una queja del organismo, avisándonos de que algo no va bien, o una lucha que ha iniciado éste, para combatir aquello que lo trastorna. Y lo que a veces puede catalogarse como una agravación, puede ser también, señal de que el organismo está luchando para recuperar la salud, y en estos casos, lo razonable es favorecer esta lucha, para asegurar el éxito que persigue, en lugar de abortarlo.
       En homeopatia, es clásica y bien conocida la llamada “agravación homeopática”, que no es más que la señal de que se inicia el camino de la curación. Suele suceder especialmente cuando se tratan enfermedades crónicas, en las que el proceso curativo puede pasar por una “agudización” temporal de los síntomas. Dicho de forma esquemática, se trata de que las enfermedades que se cronifican generalmente se iniciaron y pasaron por unas etapas anteriores, en las que hubo manifestaciones de carácter agudo, pero que al no solucionarse debidamente, se hicieron crónicas. Pues bien, las enfermedades crónicas, para curarlas verdaderamente –lógicamente aquellas que aún sea posible curar-,  deben ir hacia atrás en lugar de seguir progresando hacia delante, de forma que los síntomas crónicos, generalmente estables, pueden volverse eventualmente más agudos, incluso más molestos temporalmente, para luego reducirse como remitirían si la enfermedad aguda original hubiera sido tratada adecuadamente en su momento.
       Es por ese motivo, que la naturopatía ante todo, procura favorecer las propias fuerzas curativas, para recobrar la salud perdida en lugar de anularlas, pero ello puede comportar el inconveniente, de seguir cierto tiempo con algún síntoma molesto, hasta que vaya desapareciendo gradualmente a medida que la causa principal también va solucionándose. A veces hay que tener un poco de paciencia. Asimismo, en un momento dado puede producirse una agravación aparente, por ejemplo en la piel, como consecuencia de un proceso de desintoxicación, o dolores de cabeza leves. Pero esto no significa necesariamente que se esté perjudicando, sino todo lo contrario, que el organismo lucha para recuperar su salud, aunque manifieste síntomas de “ajuste” o de “limpieza”.
       Algunas veces hemos observado por ejemplo, a personas enfermas de artritis, que víctimas de un fuerte catarro, entre otras cosas no tenían hambre y comían menos durante unos pocos días. Pues bien, al resolverse el catarro, resulta que se les había desaparecido el dolor artrítico, ya que el organismo había aprovechado para realizar una depuración, eliminando sustancias que le perjudicaban, llegando a durar esta mejora unos dos o tres meses. Sólo hay que comprenderlo.


Respetar y aprender de la Naturaleza. Escucharnos a nosotros mismos


       La Naturaleza nos enseña y nos dice, qué es lo bueno y qué es lo malo, lo que nos conviene y lo que no, lo que da la vida y lo que la quita. Pero no la escuchamos ni le hacemos caso. Nuestra soberbia como “reyes de la Creación”, nos ciega, juntamente con nuestra ignorancia sobre nosotros mismos, hasta el punto que nos hemos llegado a creer que podemos vivir a sus espaldas, que no la necesitamos. Nos creemos seres tan “superiores”, que a veces actuamos como si fuéramos inmortales, y nuestro afán hedonista provoca que muchas ocasiones, buscando placer, maltratemos nuestro organismo hasta límites insospechados. Lo intoxicamos con humo, drogas, alcohol, lo ensuciamos y contaminamos con grasas saturadas, carnes de animales engordados con todo tipo de pienso, a veces de dudosa calidad o procedencia, a los que quizás se les han dado hormonas, antibióticos y medicamentos, y sus carnes conservan aún algunos residuos de ellos, con productos elaborados industrialmente con todo tipo de aditivos e insecticidas químicos, o lo agotamos con pocas horas de sueño, excesos de diversión, de trabajo, estrés…
       Realmente estamos viviendo muchas veces de forma tan distante de la Naturaleza y tan opuesta a sus leyes, que lógicamente nuestro organismo no puede absorber todas estas agresiones sin que haya una repercusión negativa. Éste se queja, se adapta, se transforma, se deforma, aguanta todo lo que puede. Es increíble su capacidad para sobrevivir a pesar de nuestro comportamiento y del maltrato que le proporcionamos. Pero estamos tan sordos, que no le escuchamos cuando se queja, tan ciegos, que no vemos lo que es evidente, y tan inconscientes que cuando el pobre evidencia síntomas de cansancio, de agotamiento, se lamenta y nos avisa de que lo estamos perjudicando, nosotros somos tan “chulos” que le damos fármacos para que se calle y deje de molestarnos. Sin saberlo, de forma inconsciente, lo estamos matando lentamente.
       Una vez comprendida la naturalidad de los mecanismos de nuestro propio organismo, ante las distintas agresiones a las que se ve sometido, y ante los problemas a los que se enfrenta, o por los desequilibrios que le puedan acontecer, podremos valorar mejor que muchas veces no hemos de luchar contra las enfermedades propiamente dichas, sino utilizar los medios naturales de los que disponemos, para ayudar a nuestro organismo a eliminar las sustancias nocivas, extrañas y perjudiciales que le están provocando problemas, ayudándole a que pueda depurarse y regenerarse gracias a su propia fuerza autocurativa, la cual permitiremos manifestarse y actuar para reencontrar nuevamente su equilibrio y su salud.
       Dicho de otra forma, se trataría de recuperar la intuición innata para la supervivencia que tienen muchos animales. Los seres humanos vamos a escuelas, universidades, tenemos televisión, ordenadores, sabemos varios idiomas, pero la gran mayoría de personas no conocen su propio cuerpo, y no entienden su lenguaje interno, y por ese motivo no se le escucha ni atiende. En cambio, muchos animales, cuando se sienten enfermos, dejan de comer durante unos días o cambian su dieta buscando preferentemente un tipo de alimento que intuitivamente saben que necesitan para restablecerse, se retiran y descansan hasta encontrarse mejor, se revuelcan en el barro, se aplican entre ellos sustancias que les ayudan a curar su afección, y cosas así. Resulta increíble lo que son capaces de hacer los animales para recuperar la salud, sin haber ido a ninguna escuela, ni sin ser tan “inteligentes” como nosotros, que la mayoría de veces lo único que hacemos ante cualquier molestia física o mental, es tomar un fármaco que elimina los síntomas del problema, sin dejar al organismo que se restablezca de forma natural, sin saber si a la larga, sus efectos secundarios nos van a perjudicar, y sin dejar de hacer lo que probablemente nos perjudica. Mucha gente no puede permitirse el lujo de estar enferma, y mucho menos, de cuidarse como debería. Y eso se paga caro.
       Para poder cuidar mejor de nuestra salud debemos recuperar parte de esta intuición perdida, aprendiendo de la Naturaleza, y escuchando a nuestro propio organismo cuando nos habla. Les aseguro que el esfuerzo sale a cuenta.


Tratar las causas en lugar de tratar solamente los síntomas


       A estas alturas del libro, seguro que los lectores ya se habrán acostumbrado a distinguir entre las causas de las enfermedades y sus efectos o síntomas. Sabrán que muchas enfermedades graves se desarrollan gracias a una falta real de salud, a la persistencia de unos hábitos que favorecen la alteración de nuestro sistema inmunitario y que al mismo tiempo lo hacen más frágil ante ciertos factores externos como virus o bacterias.
       Pero la mayoría de personas piensan que, generalmente, las enfermedades son algo fortuito, una cuestión de mala suerte, de nuestros genes, de virus y bacterias. Que lo único que se puede hacer es ir al médico y tomar medicamentos. Y piensan que un síntoma es una enfermedad, contentándose con “apagar” este síntoma para que no moleste, olvidándose de la causa primera que lo provoca.
       Realmente, esta situación no ha de extrañar cuando los responsables de la sanidad de nuestro país no se han preocupado de elevar el nivel de cultura sanitaria en la población. ¿Cómo puede un ministro de sanidad decir a la población, con motivo de la contaminación por aceite de colza de hace unos años, que se trataba de “bichitos que si se caen de una mesa, se mueren? Esto solamente puede darse en una situación generalizada de “analfabetismo de la salud”, permitido e incentivado por las propias instituciones políticas y agentes sociales.
       Desde que en el año 1982, se concedió el Premio Nóbel de Medicina y Fisiología a Bergström, Samuelsson y Vane, por sus descubrimientos en relación a la acción e importancia de algunos eicosanoides en nuestro organismo, ha pasado tiempo más que suficiente para que se tomara conciencia social, de que el exceso de Omega-6 y la falta de Omega-3 en la alimentación, podía ser una de las causas en las que se sustenta la génesis proinflamatoria de muchas enfermedades crónicas. Sin embargo, en lugar de actuar corrigiendo estas causas, científica y suficientemente comprobadas, de tomar medidas efectivas para corregir estos desequilibrios nutritivos, y así prevenir la aparición de estas enfermedades o mejorarlas, el sistema sanitario ha seguido tratando mayoritariamente estas enfermedades de forma alopática, es decir, fijándose en sus efectos, en sus síntomas, centrándose en los “bichitos”, recetando medicamentos sintomáticos, y olvidándose de las causas nutritivas que realmente favorecen su aparición y agravación.
       La falta de información, de interés por parte de médicos y laboratorios (38), así como también de recursos destinados a potenciar los modelos sanitarios biopsicosociales, han permitido que la mayor parte de la población haya seguido con los mismos hábitos que favorecen la propia aparición de estas enfermedades, y sigan considerando la salud, como algo complejo y externo a ellos, competencia exclusiva de los médicos y los fármacos, en lugar de tomar conciencia de que pueden ser agentes de su propia salud, y entendiendo que muchas enfermedades, o situaciones previas que las provocan, derivadas de sus hábitos alimenticios, se pueden prevenir e incluso evitar muy fácilmente mediante modificaciones de algunos de estos hábitos.
       Sabiendo lo que ya sabemos, no resulta difícil comprender porqué han ido aumentando toda esta serie de enfermedades, cuando lo esperable era que disminuyeran, gracias a los grandes avances científicos y tecnológicos. Pero ¿de qué nos vamos a sorprender, si también era esperable que a medida que fuéramos progresando, se acabarían las guerras, y tampoco es así? ¿Hacia dónde se dirige el “progreso”?
       El concepto de equilibro Omega-6/3, es un ejemplo clarísimo de este fenómeno causa-efecto, el cual, a pesar de estar suficientemente demostrado y documentado su papel en la génesis de importantísimas enfermedades, se suele pasar por alto en el estudio, análisis, diagnóstico y tratamiento por parte de la mayoría de profesionales de la salud. Esta situación es imperdonable, cuando conseguir el equilibrio Omega-6/3 mediante una reducción de la ingesta de Omega-6, y un aumento de Omega-3 en la alimentación, supondría un procedimiento lógico e inteligente, muy efectivo de forma inmediata, incluso como complemento a la medicación si ésta es absolutamente necesaria. Pero no se le hace caso, y se siguen buscando y matando “bichitos”.
       Para comprender de una forma más visual, la diferencia entre causa y efecto, realizaremos un rápido viaje imaginario, que nos trasladará a la vida de un niño cualquiera, a una historia médica de lo más normal y corriente, que nos ayudará a entender porqué es conveniente tratar las causas, y no solamente los efectos, cuando nos enfrentamos a las enfermedades. En esta historia se capta el desarrollo de la enfermedad desde un principio, sus causas, los esfuerzos del organismo por curarse, las complicaciones de la enfermedad y su transformación en otras más complejas, la acción sintomática y anuladora de los medicamentos, sus efectos secundarios, tanto orgánicos, como consecuencia de la creencia de que se ya se está obrando eficazmente para curar la enfermedad, los mecanismos defensivos y autocurativos del organismo para deshacerse de los elementos nocivos procedentes de la alimentación y los medicamentos, y la evolución de las enfermedades que empiezan con la fase aguda, siguen con la subaguda, la etapa crónica, la crónica degenerativa, la degenerativa y la muerte.
        Imaginemos un niño llamado Peter. Tiene algo menos de año y medio, y en su proceso de adaptación gradual a la alimentación “adulta” se le da por vez primera, un alimento común, de los que suele darse en la alimentación estándar, al que llamaremos alimento X. Podría tratarse de un producto cualquiera, elaborado industrialmente, que se anuncia en televisión, y que se encuentra en los supermercados. Contiene Omega-6, en cantidad ligeramente más elevada que en la media de otros alimentos, y además, lleva un conservante químico autorizado pero que el organismo del niño no tolera muy bien, aunque sus padres no lo saben, y que al hallarse en muy pequeña cantidad, teóricamente resulta inocuo y, por lo general, no provoca grandes molestias.
       Pues bien, al cabo de pocas horas de tomar por vez primera el alimento X, Peter presenta dolor de vientre. El problema reside en que el alimento le desencadena una reacción inflamatoria de su organismo, provocado en parte por el exceso de ácido araquidónico, y también como reacción defensiva del propio organismo para intentar neutralizar los efectos perjudiciales de las sustancias que le resultan nocivas o tóxicas, tratando de evitar que se absorban, y facilitando así su eliminación lo más rápidamente posible. Una diarrea puso punto final a este episodio, eliminando las sustancias que el organismo de Peter no aceptaba.
       Fíjense los lectores, que la verdadera causa del problema ha sido la ingestión del producto alimenticio inadecuado para el niño, y que el dolor de vientre y la diarrea han sido reacciones defensivas primarias y directas del propio organismo. Lógicamente, hay que saber diferenciar una diarrea esporádica de una diarrea importante y pertinaz, que puede provocar una grave deshidratación del niño. Evidentemente, hay que ser muy prudentes y estar siempre vigilantes ante cualquier complicación.
              Los padres no hicieron nada especial, porque no era la primera vez que el niño tenía dolor de barriga o diarrea. Una vez pasado el episodio, quedó la anécdota para explicar a la abuela, o a la vecina, que el niño había tenido “dolor de barriga y diarrea”, pero que “ahora ya está bien”. La madre le había hecho cocimiento de zanahoria y “arrocito hervido” para ayudar a superar el problema. Pero una vez transcurrido el incidente, a los dos días, se le volvió a dar el producto alimenticio X.
       Esta vez, el organismo del niño no reaccionó tan drásticamente como la anterior –se va produciendo un efecto de acostumbramiento-. Esta falta de reacción inmediata impide que la madre pueda relacionar el alimento X con el dolor de vientre y la diarrea, porque entonces se hubiera podido dar cuenta de que dicho alimento podía estar relacionado con el dolor de barriga y la diarrea anterior. Pero no hubo reacción inmediata aparente, y se le volvió a dar al niño el alimento X, aunque no diariamente. Al cabo de cuatro días, volvió a manifestar problemas digestivos e intestinales. El niño tenía unas décimas de fiebre, ante lo cual la madre lo llevó al médico.
       El pediatra, mediante las exploraciones pertinentes, comprobó que Peter estaba “perfectamente”, salvo por “el problema de la barriga”, que sin duda era lo que le provocaba las décimas de fiebre. –Nada importante- dijo. Le recetó un antitérmico y un jarabe para darle antes de las comidas. La madre siguió los consejos de su médico, y le hizo además, el cocimiento de zanahoria y arroz hervido. A los dos días, el niño “ya estaba bien”, pero se le siguió dando el jarabe, -hasta que se acabe-.
       En las siguientes semanas, se pasó a darle el alimento X ya casi diariamente, sin que su organismo reaccionara negativamente como antes, lo que se podía traducir en una “buena tolerancia”, pero que en realidad, además del efecto de acostumbramiento, resultaba que las reacciones defensivas del niño se habían visto “sofocadas” por los medicamentos, el jarabe y los antitérmicos, y por lo tanto, había bajado su reactividad defensiva.
       Lentamente iba acumulando en sus tejidos y en su sangre una mayor cantidad de ácido araquidónico provocado por la ingesta excesiva de Omega-6, provocando la creación de eicosanoides negativos, y también se iban sumando silenciosamente los efectos nocivos del conservante. El alimento X no le resultaba saludable, pero cada vez se producían menos manifestaciones patológicas agudas, empezándose a larvar, una situación proinflamatoria.
       Así siguió el niño hasta que un día, un poco antes de cumplir dos años de edad, le aparecieron unas manchas en la cara. ¡Qué horror, pobrecito! El pediatra recomendó a los padres que acudieran al dermatólogo. Éste les preguntó si el niño había tenido alguna otra mancha antes, y dijeron que no, que “lo normal”, un poco de dermatitis, alguna irritación esporádica pero que se iba sola al cabo de unos días. Les recetó una pomada para la eccema, y al cabo de tres semanas, prácticamente ya no se le notaban las manchas en la cara. -Va muy bien esta pomada– dijo la madre, entusiasmada.
      ¿Qué había ocurrido? El niño seguía tomando el alimento X, y seguía también acumulando los efectos negativos del ácido araquidónico, que iban trabajando internamente promoviendo eicosanoides negativos que mantenían su estado proinflamatorio, afectando al sistema inmunitario, además del sibilino daño provocado por el aditivo químico del producto. El propio organismo del niño, aún teniendo dificultades para expresar sus quejas vía digestiva e intestinal debido al jarabe y antitérmicos, eventualmente manifestaba lógicos dolores de vientre y promovía pequeñas diarreas ocasionales como reacciones básicas defensivas para echar fuera lo que le dañaba, pero claro, no se le hacía caso y se le continuaba dando el perjudicial alimento, calmando sus reacciones con medicamentos. Así que su organismo fue gradualmente adoptando otra estrategia para evitar que estas sustancias nocivas le dañaran órganos vitales, desviando los problemas hacia el exterior, hacia la piel, que es un emuntorio natural como lo es el intestino, es decir, que sirve para eliminar sustancias metabólicas de desecho. Se manifestó inicialmente en forma de manchitas que son habitualmente interpretadas como “simples irritaciones”, pero que al no cesar la causa de sus problemas, y teniendo necesidad de eliminar una serie de toxinas que le perjudicaban internamente, las simples dermatitis se fueron reconvirtiendo finalmente en eccemas de la cara.
       Fue pasando el tiempo, y entre pequeños trastornos digestivos e intestinales, para los que la madre siempre recuperaba el jarabe del principio, -es que le va muy bien-, afirmaba convencida, y con la pomada para las manchas de la cara, que le ponía de vez en cuando porque a veces le rebrotaban, el niño llegó a la edad de tres años. Gozaba de un buen aspecto general. Pero antes de cumplir los cuatro años, comenzó a tener dificultades respiratorias nocturnas. Sufría ahogos, su respiración tenía silbidos y no podía dormir. El médico le diagnosticó asma.
       ¿Qué había ocurrido? Sabemos que el niño tenía problemas con el alimento X, pero nadie era consciente de ello y lo seguía consumiendo casi a diario, siendo ésta la principal causa de sus problemas. La pomada para la cara solamente le suprimía el síntoma de la reacción defensiva orgánica, e impedía a la piel actuar como vía de salida y de manifestación del problema interno. Con ello, se forzó a tirar para adentro lo que el organismo quería tirar hacia fuera, abortando los mecanismos defensivos primarios del propio cuerpo. La consecuencia fue que el problema empezó a manifestarse en las vías respiratorias como alternativa del organismo para minimizar en lo posible, los efectos perjudiciales que le provocaba internamente la acumulación de los distintos efectos perjudiciales provocados por el alimento X, especialmente los eicosanoides negativos pertenecientes a una de las clases de leucotrienos.
       Los padres llevaron al niño a un alergólogo, que le hizo pruebas para hallar los posibles alérgenos “causantes” de su problema asmático. Le dio vacunas, le recetó un inhalador para que lo llevara siempre encima, y prednisona. Y así, nuestro niño fue creciendo, pero pasándose una buena parte de su infancia visitando la consulta médica, faltando a la escuela por estar enfermo, sin poder hacer deporte de competición, temiendo la lluvia porque le desencadenaba ataques de asma, pasándose noches enteras sin dormir y sentado en la cama porque tumbado se ahogaba… Se convirtió en un niño enfermizo y débil.
       Pero por fortuna, al cumplir quince años, el asma desapareció. El paso a la adolescencia acabó de madurar su sistema inmunitario. Y aunque aún tenía unas pequeñas manchas que le aparecían y desaparecían en la espalda y en el pecho, ¡el asma había desaparecido!, y nuestro Peter estaba contento y feliz, porque ya era “un niño normal” porque “ya no estaba enfermo”.
       Sin embargo, sus bronquios habían quedado afectados por los esfuerzos realizados ante el asma, estaban algo dilatados y tenía un discreto enfisema. Su hígado padecía también una ligera insuficiencia, y de vez en cuando le salían manchas en la piel, desarreglos digestivos e intestinales variables. Y por supuesto, seguía tomando el popular alimento X.
       Al cabo de pocos años, los problemas en la piel se le habían agravado a pesar de las pomadas, convirtiéndose en psoriasis. Se resfriaba a menudo, y cuando esto ocurría cogía bronquitis asmática. En una revisión médica para la empresa en la que empezó a trabajar, se le detectó el hígado graso. Aparentemente, eran afecciones “leves”, por lo que Peter pudo seguir haciendo “vida normal”. El no sabía como nosotros sabemos, que si no hubiera estado tomando el alimento X, no estaría así. Y lo peor es que ahora tomaba el nuevo alimento XX, con un mayor contenido de Omega-6, conservantes y azúcares, que el anterior. Peter además había aumentado el consumo de grasas saturadas, le gustaban mucho los embutidos, y casi no comía ni fruta ni verdura.
       Pasaron otros diez años. Sus hábitos alimenticios siguieron siendo prácticamente los mismos. En la empresa donde trabajaba, había mucha presión. Peter, ya era un hombre hecho y derecho que había creado su propia familia. Tenía responsabilidades y mucho trabajo. Comenzó a tener problemas de hipertensión y sobrepeso, le empezaron a doler las articulaciones, y esporádicamente tenía episodios depresivos, que también empezó a medicarse.
      Seguía tomando el alimento XX, por lo tanto seguía manteniendo la causa principal de sus problemas de salud y aumentando gradualmente su gravedad, sin saberlo. Seguía promoviendo su estado inflamatorio interno, afectando cada vez más a sistema inmunitario, con lo que se iban transformando y combinando sus enfermedades conocidas con nuevas manifestaciones patológicas, que no eran más que estadios más complejos de un mismo problema.
       Su organismo manifestaba sus quejas como buenamente podía, pero éstas no eran atendidas, y los medicamentos que tomaba anulaban durante un tiempo los molestos síntomas. Su organismo intentaba adaptarse a las exigencias gradualmente más duras a las que lo sometía, pero cada vez tenía menos recursos y salidas naturales, deteriorándose su con una rapidez superior a la que se puede considerar la velocidad natural por envejecimiento fisiológico. Además, la depresión agravaba sus problemas, y nuestro hombre se estaba abandonando a su suerte, y ya no controlaba lo que le sucedía. Tomaba mucho más alimento XX, porque necesitaba un suplemento extra para resistir, para aguantar el estrés…, pero sin saberlo, iba alimentando aún más la causa de sus problemas.
      Cumplió 37 años. Le había salido diabetes de tipo 2 –decía que le tenía que salir a los 50, porque así lo señalaban las estadísticas, ya que tenía predisposición porque su madre también la había sufrido-. La artritis apretaba de lo lindo, sufría arritmias esporádicas y la depresión había adquirido el grado de severidad mayor. Estaba de baja laboral desde hacía siete meses, tomando cada vez más medicamentos, pero que no le solucionaban los problemas y sólo le servían para “ir tirando”, al precio de que sus efectos secundarios empeoraban aún más el panorama, y su estado de salud interna era cada vez más precario. No modificaba sus hábitos, no hacía ejercicio, se pasaba casi todo el día delante de la televisión…, y el alimento XX tampoco faltaba en su dieta diaria.
       40 años. Cáncer de páncreas. A Peter se le practicó quimioterapia. Antes de cumplir los 41 años, falleció.
       A nadie se le ocurrió estudiar su dieta, sus intolerancias alimentarias, proporcionarle Omega-3, ni modificar drásticamente sus hábitos alimenticios, ni mucho menos pensar que un alimento tan popular como el alimento XX, le podía perjudicar tanto. Ni Peter supo nunca lo importante que habría sido para él, analizar sus enfermedades desde un punto de vista causal y no sólo sintomático. O cómo habría sido su vida si no hubiera tomado el popular alimento X, que todo el mundo tenía por saludable. Peter iba al médico cuando tenía que ir, y tomaba los medicamentos que le recetaban. Nadie se detuvo a pensar que sus muy distintas enfermedades tenían un hilo conductor, una base común encubierta, que se iba incrementando con el paso de los años. La alimentación fue su enemigo invisible número uno. Pero tuvo otros enemigos, como el no conocer ni escuchar a su organismo, o el pensar que él no podía hacer nada y dejar su salud exclusivamente en manos de los médicos y los medicamentos.
       Todo el mundo creía que tenía muchas enfermedades, pero la mayoría de los síntomas y manifestaciones patológicas, provenían de una misma base común. Nadie cayó en la cuenta que rebajando la cantidad de Omega-6 que ingería, e incrementando los Omega-3, posiblemente aún estaría vivo. Que eliminando el alimento X, no habría sido un niño enfermizo ni probablemente ahora estaría muerto. Se dedicaron a combatir los síntomas que eran señales de un organismo que se quejaba, que intentaba equilibrarse, que luchaba por eliminar lo que le hacía daño, que se adaptaba y se transformaba para sobrevivir a pesar de las continuas agresiones que le suponían el sistema y hábitos de vida. Como ven, son conceptos, costumbres, y procedimientos totalmente convencionales y socialmente aceptados, pero en su mayoría, lamentablemente equivocados, especialmente cuando se le da más valor a los síntomas, que a las causas.