Los alimentos ecológicos suscitan
controversias y debates técnicos, conceptuales, discursivos y emocionales muy
diversos. Sin embargo, la razón y la evidencia se van imponiendo poco a poco y
cada vez tienen mayor aceptación unos productos, cuyo único pecado, es aportarnos
mayor calidad alimentaria y contribuir a aumentar nuestro bienestar.
“Lo ecológico”, es decir, de todo aquello que se considera
ecológico, ya sea en alimentación o que tenga que ver con el bienestar humano y
la naturaleza, llegó como reacción lógica de defensa ante las abusivas prácticas
agrícolas e industriales que perjudican al medio ambiente y a la cadena
alimentaria, en lugar de ser fruto de algo de lo que nuestra sociedad jamás se
tendría que haber desviado, como sería el hábito de cuidar y mimar nuestro
entorno natural de forma verdaderamente sostenible y respetuosa, así como de
procurar que nuestros alimentos fueran totalmente beneficiosos para nuestra
salud y nunca, nunca, perjudiciales, aunque lo fueran solo en pequeña
proporción, cosa que debería estar prohibida como principio universal.
Este contexto de conflicto y confrontación ante poderosos intereses ampliamente establecidos, enmarca al movimiento ecologista y a todo lo que sea “eco”. Incluyendo la alimentación. Por eso nos vemos, lamentable e involuntariamente, obligados a vincular y comparar las ventajas de los alimentos ecológicos con las desventajas de los no ecológicos, para comprender la verdadera dimensión del problema. No por afán de confrontación, sino por defender el derecho a la salud y para promover prácticas productivas y alimentarias más responsables y sostenibles.
Los alimentos ecológicos, llamados también orgánicos o biológicos, son aquellos alimentos y bebidas producidos sin la utilización de productos químicos en todas sus fases de cultivo y elaboración. Para asegurar y garantizar que la producción es verdaderamente ecológica, existen instituciones y organismos reguladores que lo certifican. Esas condiciones estrictas de cultivo y elaboración hacen que su rendimiento sea menos productivo y, por ende, más costoso, repercutiendo en los precios, de forma que los productos ecológicos suelen ser más caros que los productos convencionales. Sin embargo, a medida que se está aumentando la demanda, el margen de diferencia se va reduciendo sensiblemente.
La agricultura ecológica, que es la base de los alimentos ecológicos, evita el uso de productos sintéticos y químicos como insecticidas, pesticidas, fungicidas, herbicidas y fertilizantes artificiales, así como el uso de semillas o plantas transgénicas. Utiliza compost, polvos minerales y otras sustancias de origen orgánico, así como técnicas agrícolas tradicionales sostenibles y no intensivas, para evitar la erosión y agotamiento de los suelos. En la ganadería ecológica, los animales alimentados de forma natural y ecológicamente, en espacios libres, también se libran de los nocivos efectos de estas sustancias químicas en su organismo y crecen libres y saludables.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) advirtió del exceso de uso de antibióticos en la ganadería, ya que, como consecuencia, parte de dichos antibióticos pasan al ser humano cuando éste consume su carne, creándose una resistencia a los antibióticos que puede llegar a poner en peligro su vida. Como alternativa a la carne, en las últimas décadas ha ido aumentando el consumo de proteínas vegetales, basadas especialmente en la soja de producción ecológica, como el tofu, o del trigo, como el seitán, que pueden ser consumidas directamente o utilizadas como ingrediente de hamburguesas, salchichas, albóndigas o distintos platos precocinados, con unos sabores y unos contenidos nutritivos que nada tienen que envidiar a las hamburguesas u otros productos elaborados con proteína animal.
Los productos elaborados a partir de alimentos provenientes de la agricultura ecológica evitan, además de ingredientes de origen transgénico (cuyo efecto a largo plazo en el ser humano se desconoce), la utilización de aditivos, conservantes y colorantes químicos. Esa restricción provoca que, en ocasiones, el aspecto de los alimentos ecológicos no sea tan “bonito” como en los convencionales pero, sin embargo, suelen tener, en muchísimas ocasiones, mejor sabor y aroma, un aporte nutricional más completo, especialmente vitaminas y minerales, menor porcentaje de agua y, por otro lado, se evitan los efectos perjudiciales que pueden provocar todas las sustancias químicas artificiales que pueden retener o contener muchos productos convencionales.
Un aspecto importante a tener en cuenta es que la mayor parte de los insecticidas y pesticidas químicos se concentran en la piel o en la parte externa del fruto o de la planta. Por eso se recomienda lavarlos antes de consumirlos, especialmente la fruta si se come con piel. Pero hay algo que suele pasarse por alto cuando se compran productos “integrales”, es decir, cereales sin refinar que conservan tanto su germen como su parte exterior. En estos casos es absolutamente necesario que sean de cultivo ecológico, porque si no, pueden contener residuos químicos en dicha parte externa y, en lugar de ser beneficiosos por su mayor contenido en fibras y minerales, pueden llevar aparejados un aporte tóxico perjudicial.
Algunos estudios han estimado que cada persona puede tragarse, aproximadamente, unos 3 kilogramos de residuos químicos procedentes de las frutas y verduras que come en un año. Sus efectos dañinos serán tanto más perjudiciales según sea la edad o la constitución y estado de salud de la persona. Se ha llegado a detectar incluso estos residuos en el cordón umbilical de bebés nada más nacer.
Un estudio realizado en Estados Unidos, pudo comprobar que las madres que presentaban más cantidad de sustancias tóxicas por exposición a insecticidas organofosforados de la agricultura durante el embarazo, sus hijos presentaban peores resultados en pruebas psicotécnicas que medían el coeficiente intelectual y otras pruebas con las que evaluaron la memoria o el razonamiento perceptivo. Se comprobó que cuanta mayor cantidad de estas sustancias se encontraban en la orina de la madre, peores resultados obtenían los niños.
En unos análisis del Quebec’s National Institute of Public Health, de Canadá, se descubrieron restos de insecticidas en los análisis de orina del 98,7% de los 89 niños que se estudiaron.
En Boston, se realizó una investigación en la que se encontró evidencia de la relación entre insecticidas organofosforados, que se encuentran en frutas y verduras, y un mayor riesgo de hiperactividad en niños. A mayor cantidad de restos de insecticida en el niño, mayor posibilidades de sufrir déficit de atención con hiperactividad.
El uso masivo e indiscriminado de insecticidas es dañino para personas y animales, pues muchos pueden provocar alergias, irritaciones y complicaciones respiratorias, en la piel, y a largo plazo pueden provocar graves problemas en hígado, riñones y pulmones, incluso cáncer.
Los alimentos ecológicos, en general y por razones evidentes, suelen ser más saludables que los que han sido elaborados de forma convencional. Sin embargo, ello no significa que todos los productos convencionales sean perjudiciales. Hay que ser justos y darle a cada cual lo suyo. Pero debemos ser precavidos. ¿Verdad?
Este contexto de conflicto y confrontación ante poderosos intereses ampliamente establecidos, enmarca al movimiento ecologista y a todo lo que sea “eco”. Incluyendo la alimentación. Por eso nos vemos, lamentable e involuntariamente, obligados a vincular y comparar las ventajas de los alimentos ecológicos con las desventajas de los no ecológicos, para comprender la verdadera dimensión del problema. No por afán de confrontación, sino por defender el derecho a la salud y para promover prácticas productivas y alimentarias más responsables y sostenibles.
Los alimentos ecológicos, llamados también orgánicos o biológicos, son aquellos alimentos y bebidas producidos sin la utilización de productos químicos en todas sus fases de cultivo y elaboración. Para asegurar y garantizar que la producción es verdaderamente ecológica, existen instituciones y organismos reguladores que lo certifican. Esas condiciones estrictas de cultivo y elaboración hacen que su rendimiento sea menos productivo y, por ende, más costoso, repercutiendo en los precios, de forma que los productos ecológicos suelen ser más caros que los productos convencionales. Sin embargo, a medida que se está aumentando la demanda, el margen de diferencia se va reduciendo sensiblemente.
La agricultura ecológica, que es la base de los alimentos ecológicos, evita el uso de productos sintéticos y químicos como insecticidas, pesticidas, fungicidas, herbicidas y fertilizantes artificiales, así como el uso de semillas o plantas transgénicas. Utiliza compost, polvos minerales y otras sustancias de origen orgánico, así como técnicas agrícolas tradicionales sostenibles y no intensivas, para evitar la erosión y agotamiento de los suelos. En la ganadería ecológica, los animales alimentados de forma natural y ecológicamente, en espacios libres, también se libran de los nocivos efectos de estas sustancias químicas en su organismo y crecen libres y saludables.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) advirtió del exceso de uso de antibióticos en la ganadería, ya que, como consecuencia, parte de dichos antibióticos pasan al ser humano cuando éste consume su carne, creándose una resistencia a los antibióticos que puede llegar a poner en peligro su vida. Como alternativa a la carne, en las últimas décadas ha ido aumentando el consumo de proteínas vegetales, basadas especialmente en la soja de producción ecológica, como el tofu, o del trigo, como el seitán, que pueden ser consumidas directamente o utilizadas como ingrediente de hamburguesas, salchichas, albóndigas o distintos platos precocinados, con unos sabores y unos contenidos nutritivos que nada tienen que envidiar a las hamburguesas u otros productos elaborados con proteína animal.
Los productos elaborados a partir de alimentos provenientes de la agricultura ecológica evitan, además de ingredientes de origen transgénico (cuyo efecto a largo plazo en el ser humano se desconoce), la utilización de aditivos, conservantes y colorantes químicos. Esa restricción provoca que, en ocasiones, el aspecto de los alimentos ecológicos no sea tan “bonito” como en los convencionales pero, sin embargo, suelen tener, en muchísimas ocasiones, mejor sabor y aroma, un aporte nutricional más completo, especialmente vitaminas y minerales, menor porcentaje de agua y, por otro lado, se evitan los efectos perjudiciales que pueden provocar todas las sustancias químicas artificiales que pueden retener o contener muchos productos convencionales.
Un aspecto importante a tener en cuenta es que la mayor parte de los insecticidas y pesticidas químicos se concentran en la piel o en la parte externa del fruto o de la planta. Por eso se recomienda lavarlos antes de consumirlos, especialmente la fruta si se come con piel. Pero hay algo que suele pasarse por alto cuando se compran productos “integrales”, es decir, cereales sin refinar que conservan tanto su germen como su parte exterior. En estos casos es absolutamente necesario que sean de cultivo ecológico, porque si no, pueden contener residuos químicos en dicha parte externa y, en lugar de ser beneficiosos por su mayor contenido en fibras y minerales, pueden llevar aparejados un aporte tóxico perjudicial.
Algunos estudios han estimado que cada persona puede tragarse, aproximadamente, unos 3 kilogramos de residuos químicos procedentes de las frutas y verduras que come en un año. Sus efectos dañinos serán tanto más perjudiciales según sea la edad o la constitución y estado de salud de la persona. Se ha llegado a detectar incluso estos residuos en el cordón umbilical de bebés nada más nacer.
Un estudio realizado en Estados Unidos, pudo comprobar que las madres que presentaban más cantidad de sustancias tóxicas por exposición a insecticidas organofosforados de la agricultura durante el embarazo, sus hijos presentaban peores resultados en pruebas psicotécnicas que medían el coeficiente intelectual y otras pruebas con las que evaluaron la memoria o el razonamiento perceptivo. Se comprobó que cuanta mayor cantidad de estas sustancias se encontraban en la orina de la madre, peores resultados obtenían los niños.
En unos análisis del Quebec’s National Institute of Public Health, de Canadá, se descubrieron restos de insecticidas en los análisis de orina del 98,7% de los 89 niños que se estudiaron.
En Boston, se realizó una investigación en la que se encontró evidencia de la relación entre insecticidas organofosforados, que se encuentran en frutas y verduras, y un mayor riesgo de hiperactividad en niños. A mayor cantidad de restos de insecticida en el niño, mayor posibilidades de sufrir déficit de atención con hiperactividad.
El uso masivo e indiscriminado de insecticidas es dañino para personas y animales, pues muchos pueden provocar alergias, irritaciones y complicaciones respiratorias, en la piel, y a largo plazo pueden provocar graves problemas en hígado, riñones y pulmones, incluso cáncer.
Los alimentos ecológicos, en general y por razones evidentes, suelen ser más saludables que los que han sido elaborados de forma convencional. Sin embargo, ello no significa que todos los productos convencionales sean perjudiciales. Hay que ser justos y darle a cada cual lo suyo. Pero debemos ser precavidos. ¿Verdad?
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