La Organización Mundial de la Salud definió oficialmente, en el año 1946, lo que se considera que es la salud: el estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad; y lo que suele llamar más la atención de dicha definición, es que se incluya el ámbito social como parte de la salud individual de la persona. Sin embargo, se trata de una verdad constrastada.
De entre los muchÍsimos ejemplos que se podrían aportar para comprender
mejor esta afirmación, en la que se relaciona el entorno social y la salud de
la persona, he escogido uno al que le mantengo una especial consideración, ya
que se demostró la importancia del soporte social en mujeres con cáncer de
ovario y que habían sido intervenidas quirúrgicamente.
Una vez operadas, se hicieron pruebas y análisis para evaluar la
relación entre cáncer y angustia, soporte social y células defensoras NK del
sistema inmunitario. Los resultados obtenidos demostraron que los factores
psicosociales como el soporte social, de forma positiva, y la angustia y el
estrés, de forma negativa, influían de forma clara y contundente en la
respuesta inmunitaria celular (células NK), y en el nivel del tumor.
El comportamiento de las personas y el ambiente se influyen
mutuamente. Bajo esta premisa, la psicología ecológica estudia los cambios de
conducta de la persona analizando el proceso de desarrollo del organismo,
cuerpo y mente, en su relación e interacción con el entorno y el medio ambiente,
tanto físico como social. La familia, los amigos, la escuela, la alimentación,
los hábitos de salud, el trabajo, la cultura, las tradiciones, las
instituciones, la economía, la calidad ambiental o las relaciones sociales
entre otros, son factores que estimulan e intervienen en la formación de
valores, habilidades, hábitos de conducta o estados emocionales, y que, en
combinación con las características genéticas y constitucionales de cada uno,
influyen decisivamente en nuestro desarrollo y evolución vital, en nuestro
comportamiento, en quiénes somos, o en cómo nos encontramos. Inciden, a la
corta o a la larga, en nuestro estado de salud, física y mental.
Por esa razón, no sólo es importante combatir las enfermedades
cuando aparecen, sino que para prevenirlas y gozar de mejor salud, es vital
tener en cuenta los efectos de los factores medioambientales de nuestro entorno
que pueden incidir negativamente en el bienestar físico, mental y social, así
como mejorar nuestra respuesta a dichos factores. Y de eso, precisamente, se
cuida la psicología ecológica, llamada también psicología ambiental. Una
disciplina que en los últimos años se ha ido decantando hacia una perspectiva
más colectiva y social, como una psicología del desarrollo sostenible,
trabajando con diversas disciplinas como la arquitectura, el urbanismo, la
educación y la biología, actuando preferentemente estableciendo programas, y
estando sus intervenciones centradas en el aprendizaje, la educación, el
desarrollo personal y la acción comunitaria.
No obstante su aplicación a nivel macrosocial, este marco
conceptual también resulta de gran utilidad a un nivel más individual, más
personal, valorando en especial, la importancia y las consecuencias que tiene
para la salud –física, mental y social-, la relación de la persona con su
entorno, que como veremos se agrupa en sistemas, dando origen también a la
denominación alternativa de psicología sistémica.
Urie Bronfenbrenner (1917-2005), una de las máximas figuras de la
psicología ecológica del desarrollo y el cambio de conducta en el individuo,
enfatizó que ésta se configura mediante el intercambio de la persona con el
ambiente, de forma creciente y dinámica, siendo esta interacción
individuo-medioambiente, bidireccional y recíproca, aunque si tenemos en cuenta
entornos y contextos más amplios, en realidad el cambio es multidireccional
(según la cultura de la persona, será diferente), multicontextual y
multicultural. Su teoría ecológica permite entender la enorme influencia que
tienen los ambientes en el desarrollo y conducta de la persona.
Este importantísimo psicólogo estadounidense, apostó por un
modelo sistémico para representar el ambiente ecológico, al que dividió en
distintos niveles estructurales y dinámicos que se superponen. El más básico es
el llamado microsistema, que es el contexto primario o ámbito más próximo e
inmediato a la persona, como la relación familiar con los padres, hermanos o
pareja, el grupo de amigos, el aula de la escuela, el lugar de trabajo... En
este nivel se asimilan los patrones de actividad, habilidades personales y
comportamientos emocionales más fundamentales, incluyéndose los roles y las
relaciones interpersonales que la persona experimenta a lo largo de su vida en
un escenario concreto y específico que le es propio. Los microsistemas pueden
funcionar como contextos efectivos y positivos de desarrollo humano o pueden
desempeñar un papel destructivo o negativo en algunos casos. Por ejemplo, los
conflictos familiares o la desestructuración, pueden dificultar el soporte que
el niño requiere y favorecer comportamientos y trastornos negativos durante el
resto de su vida.
El mesosistema es el nivel o el área correspondiente a la
interrelación de dos o más entornos en los que la persona participa. El
siguiente nivel es el exosistema, que incluye estructuras sociales como el la
familia extensa, el barrio, la escuela, la empresa, el Ayuntamiento, las
relaciones sociales informales o incluso la televisión, entre otras. Es decir,
estructuras sociales que influyen en los microsistemas. O dicho de otro modo,
contextos secundarios plenos de oportunidades, recursos y estímulos para
implicarse en las actividades que ha aprendido en los contextos primarios.
Finalmente, el macrosistema se traduce como el ambiente ecológico
y contexto más amplio que abarca mucho más allá de la situación inmediata de la
persona. En él se incluyen las normas, creencias, valores culturales, sucesos
históricos, modelos sociales o económicos, que afectan e influyen de forma
genérica, a todos los niveles anteriores que envuelven a la persona.
Todos estos niveles conforman unos escenarios que influirán en el
desarrollo potencial de la persona mediante distintas acciones, ya sean
educativas, nutritivas, protectoras, facilitándolo o dificultándolo en función
de las distintas características, interacción e interconexión entre ellos. La
interacción de todos estos contextos ambientales contribuye a configurar los
instrumentos cognitivos y emocionales desde los cuales las personas nos
acercamos al mundo en que vivimos, ya sea mediante patrones lingüísticos,
esquemas representacionales, hábitos de salud, etc.
En la práctica clínica de trastornos como la ansiedad, se
constata cómo un gran número de casos tiene sus raíces en comportamientos
automatizados en la infancia, dentro del núcleo familiar. Debemos tener en
cuenta que los componentes cognitivos de la persona comprenden sus creencias,
ideas, valores y conocimientos sobre los que se fundamenta su conducta. Estos
componentes, han sido configurados mediante su interacción con los distintos
sistemas de su entorno. Por lo tanto, no son componentes inamovibles, sino que
pueden ser modificados, siendo además, bastante accesibles. También pueden ser
modificables los componentes afectivos, que permiten evaluar de forma positiva
o negativa los estímulos del entorno, afectando al estado anímico, emocional o
motivacional, los cuales a su vez, pueden promover comportamientos positivos o
negativos que pueden tener a la larga, repercusiones importantes en la salud. Y
en muchas ocasiones, cuando una enfermedad ya hace tiempo que se ha
desarrollado, nadie se acuerda de la relación causa-efecto que tuvieron
circunstancias afectivas anteriores que quedaron sin resolver…
Este modelo ecológico es una herramienta conceptual que permite
integrar holísticamente conocimientos y examinarlos desde una óptica sistémica,
permitiendo elaborar estrategias de intervención, tanto en la comunidad, como
en la persona. Sus bases se encuentran en los trabajos de Freud, Lewin, G.H.
Mead, Vigostky, Otto Rankc, Piagiet, Fisher…, aunque fue la experiencia
personal de Bronfenbrenner lo que le llevó a considerar la verdadera
importancia del contexto social y de la fenomenologia. Así, la orientación
ecológica en la intervención comunitaria tiene por objeto de trabajo la interacción
de la persona y su ambiente desde un nivel macro, viendo a la persona en
permanente desarrollo y concibiendo éste como un cambio perdurable en el modo
que percibe su ambiente y se relaciona con él. A nivel micro no obstante, la
relación persiste igualmente, pero el encuadre se efectúa a través de la propia
persona hacia su entorno. Un entorno capaz de producirle felicidad o
infelicidad, satisfacción o frustración, bienestar o malestar, salud o
enfermedad. Por lo tanto, analizar e intervenir en los factores situacionales e
individuales que median en los procesos adaptativos o inadaptativos de la
persona y que le pueden crear tensiones psicológicas que más adelante se pueden
convertir en psicopatológicas, puede tener efectos decisivos en el desarrollo personal
y social de la persona, así como en su bienestar físico, mental y emocional.
La toma de conciencia sobre la importancia del intercambio
permanente entre nosotros y nuestro entorno físico o social como productor de
nuestras realidades, es decir, ser consciente de que la persona no es un
producto pasivo del ambiente, sino que mantiene un intercambio dinámico con él,
es vital para comprender que modificando y cambiando nuestra forma de pensar y
nuestro comportamiento, podemos prevenir y mejorar nuestro bienestar físico,
psicológico y social, lo que equivale a decir nuestra salud. Debemos erradicar
gradualmente la creencia de que no podemos hacer nada ante problemas que
atribuimos sistemáticamente a factores externos, cuando en realidad, sí lo
podemos hacer. Se trata de distorsiones cognitivas automatizadas que podemos
cambiar. En ocasiones, quizás no podamos evitar una situación negativa
proveniente de nuestro exosistema, pero sí podemos cambiar nuestra forma de
gestionarla y resolver positivamente sus consecuencias potenciando nuestras
habilidades y capacidades internas. Además, nuestra respuesta puede influir
también positivamente en nuestro entorno, produciéndose un proceso de
retroalimentación que va construyendo nuevas realidades a todos los niveles, individual,
familiar o social. Físico y mental.
En los últimos años se ha producido un aumento gradual de la
sensibilidad social hacia la conservación y mejora del entorno ecológico, y se
ha observado asimismo, cómo esta sensibilidad ha propiciado cambios en
políticas ambientales, constatándose que las personas pueden modificar e
intervenir de forma importante en el entorno, propiciando cambios sociales que
repercuten en cambios de comportamiento a todos los niveles. Pero esta
sensibilidad social parte del cambio individual. Así, observamos que el cambio
individual tiene consecuencias a nivel personal y social, es decir, a nivel de
micro y macrosistema. Dice Daniel Goleman en su obra Inteligencia Ecológica, “… desarrollar nuestra inteligencia
ecológica no es más que tomar decisiones que nos permitan recuperar el contacto
con lo que verdaderamente somos, lo que mejora nuestra salud física y
emocional”. ¿Lo ven? Salud y ecología. Ecología y salud. Física y
emocional. Emocional y física.
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