martes, 28 de enero de 2014

LA PSICOLOGÍA ECOLÓGICA Y LA INFLUENCIA DEL AMBIENTE



La Organización Mundial de la Salud definió oficialmente, en el año 1946, lo que se considera que es la salud: el estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad; y lo que suele llamar más la atención de dicha definición, es que se incluya el ámbito social como parte de la salud individual de la persona. Sin embargo, se trata de una verdad constrastada. 
De entre los muchÍsimos ejemplos que se podrían aportar para comprender mejor esta afirmación, en la que se relaciona el entorno social y la salud de la persona, he escogido uno al que le mantengo una especial consideración, ya que se demostró la importancia del soporte social en mujeres con cáncer de ovario y que habían sido intervenidas quirúrgicamente.
Una vez operadas, se hicieron pruebas y análisis para evaluar la relación entre cáncer y angustia, soporte social y células defensoras NK del sistema inmunitario. Los resultados obtenidos demostraron que los factores psicosociales como el soporte social, de forma positiva, y la angustia y el estrés, de forma negativa, influían de forma clara y contundente en la respuesta inmunitaria celular (células NK), y en el nivel del tumor.
El comportamiento de las personas y el ambiente se influyen mutuamente. Bajo esta premisa, la psicología ecológica estudia los cambios de conducta de la persona analizando el proceso de desarrollo del organismo, cuerpo y mente, en su relación e interacción con el entorno y el medio ambiente, tanto físico como social. La familia, los amigos, la escuela, la alimentación, los hábitos de salud, el trabajo, la cultura, las tradiciones, las instituciones, la economía, la calidad ambiental o las relaciones sociales entre otros, son factores que estimulan e intervienen en la formación de valores, habilidades, hábitos de conducta o estados emocionales, y que, en combinación con las características genéticas y constitucionales de cada uno, influyen decisivamente en nuestro desarrollo y evolución vital, en nuestro comportamiento, en quiénes somos, o en cómo nos encontramos. Inciden, a la corta o a la larga, en nuestro estado de salud, física y mental.
Por esa razón, no sólo es importante combatir las enfermedades cuando aparecen, sino que para prevenirlas y gozar de mejor salud, es vital tener en cuenta los efectos de los factores medioambientales de nuestro entorno que pueden incidir negativamente en el bienestar físico, mental y social, así como mejorar nuestra respuesta a dichos factores. Y de eso, precisamente, se cuida la psicología ecológica, llamada también psicología ambiental. Una disciplina que en los últimos años se ha ido decantando hacia una perspectiva más colectiva y social, como una psicología del desarrollo sostenible, trabajando con diversas disciplinas como la arquitectura, el urbanismo, la educación y la biología, actuando preferentemente estableciendo programas, y estando sus intervenciones centradas en el aprendizaje, la educación, el desarrollo personal y la acción comunitaria.
No obstante su aplicación a nivel macrosocial, este marco conceptual también resulta de gran utilidad a un nivel más individual, más personal, valorando en especial, la importancia y las consecuencias que tiene para la salud –física, mental y social-, la relación de la persona con su entorno, que como veremos se agrupa en sistemas, dando origen también a la denominación alternativa de psicología sistémica.
Urie Bronfenbrenner (1917-2005), una de las máximas figuras de la psicología ecológica del desarrollo y el cambio de conducta en el individuo, enfatizó que ésta se configura mediante el intercambio de la persona con el ambiente, de forma creciente y dinámica, siendo esta interacción individuo-medioambiente, bidireccional y recíproca, aunque si tenemos en cuenta entornos y contextos más amplios, en realidad el cambio es multidireccional (según la cultura de la persona, será diferente), multicontextual y multicultural. Su teoría ecológica permite entender la enorme influencia que tienen los ambientes en el desarrollo y conducta de la persona.
Este importantísimo psicólogo estadounidense, apostó por un modelo sistémico para representar el ambiente ecológico, al que dividió en distintos niveles estructurales y dinámicos que se superponen. El más básico es el llamado microsistema, que es el contexto primario o ámbito más próximo e inmediato a la persona, como la relación familiar con los padres, hermanos o pareja, el grupo de amigos, el aula de la escuela, el lugar de trabajo... En este nivel se asimilan los patrones de actividad, habilidades personales y comportamientos emocionales más fundamentales, incluyéndose los roles y las relaciones interpersonales que la persona experimenta a lo largo de su vida en un escenario concreto y específico que le es propio. Los microsistemas pueden funcionar como contextos efectivos y positivos de desarrollo humano o pueden desempeñar un papel destructivo o negativo en algunos casos. Por ejemplo, los conflictos familiares o la desestructuración, pueden dificultar el soporte que el niño requiere y favorecer comportamientos y trastornos negativos durante el resto de su vida.
El mesosistema es el nivel o el área correspondiente a la interrelación de dos o más entornos en los que la persona participa. El siguiente nivel es el exosistema, que incluye estructuras sociales como el la familia extensa, el barrio, la escuela, la empresa, el Ayuntamiento, las relaciones sociales informales o incluso la televisión, entre otras. Es decir, estructuras sociales que influyen en los microsistemas. O dicho de otro modo, contextos secundarios plenos de oportunidades, recursos y estímulos para implicarse en las actividades que ha aprendido en los contextos primarios.
Finalmente, el macrosistema se traduce como el ambiente ecológico y contexto más amplio que abarca mucho más allá de la situación inmediata de la persona. En él se incluyen las normas, creencias, valores culturales, sucesos históricos, modelos sociales o económicos, que afectan e influyen de forma genérica, a todos los niveles anteriores que envuelven a la persona.
Todos estos niveles conforman unos escenarios que influirán en el desarrollo potencial de la persona mediante distintas acciones, ya sean educativas, nutritivas, protectoras, facilitándolo o dificultándolo en función de las distintas características, interacción e interconexión entre ellos. La interacción de todos estos contextos ambientales contribuye a configurar los instrumentos cognitivos y emocionales desde los cuales las personas nos acercamos al mundo en que vivimos, ya sea mediante patrones lingüísticos, esquemas representacionales, hábitos de salud, etc.
En la práctica clínica de trastornos como la ansiedad, se constata cómo un gran número de casos tiene sus raíces en comportamientos automatizados en la infancia, dentro del núcleo familiar. Debemos tener en cuenta que los componentes cognitivos de la persona comprenden sus creencias, ideas, valores y conocimientos sobre los que se fundamenta su conducta. Estos componentes, han sido configurados mediante su interacción con los distintos sistemas de su entorno. Por lo tanto, no son componentes inamovibles, sino que pueden ser modificados, siendo además, bastante accesibles. También pueden ser modificables los componentes afectivos, que permiten evaluar de forma positiva o negativa los estímulos del entorno, afectando al estado anímico, emocional o motivacional, los cuales a su vez, pueden promover comportamientos positivos o negativos que pueden tener a la larga, repercusiones importantes en la salud. Y en muchas ocasiones, cuando una enfermedad ya hace tiempo que se ha desarrollado, nadie se acuerda de la relación causa-efecto que tuvieron circunstancias afectivas anteriores que quedaron sin resolver…
Este modelo ecológico es una herramienta conceptual que permite integrar holísticamente conocimientos y examinarlos desde una óptica sistémica, permitiendo elaborar estrategias de intervención, tanto en la comunidad, como en la persona. Sus bases se encuentran en los trabajos de Freud, Lewin, G.H. Mead, Vigostky, Otto Rankc, Piagiet, Fisher…, aunque fue la experiencia personal de Bronfenbrenner lo que le llevó a considerar la verdadera importancia del contexto social y de la fenomenologia. Así, la orientación ecológica en la intervención comunitaria tiene por objeto de trabajo la interacción de la persona y su ambiente desde un nivel macro, viendo a la persona en permanente desarrollo y concibiendo éste como un cambio perdurable en el modo que percibe su ambiente y se relaciona con él. A nivel micro no obstante, la relación persiste igualmente, pero el encuadre se efectúa a través de la propia persona hacia su entorno. Un entorno capaz de producirle felicidad o infelicidad, satisfacción o frustración, bienestar o malestar, salud o enfermedad. Por lo tanto, analizar e intervenir en los factores situacionales e individuales que median en los procesos adaptativos o inadaptativos de la persona y que le pueden crear tensiones psicológicas que más adelante se pueden convertir en psicopatológicas, puede tener efectos decisivos en el desarrollo personal y social de la persona, así como en su bienestar físico, mental y emocional.
La toma de conciencia sobre la importancia del intercambio permanente entre nosotros y nuestro entorno físico o social como productor de nuestras realidades, es decir, ser consciente de que la persona no es un producto pasivo del ambiente, sino que mantiene un intercambio dinámico con él, es vital para comprender que modificando y cambiando nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento, podemos prevenir y mejorar nuestro bienestar físico, psicológico y social, lo que equivale a decir nuestra salud. Debemos erradicar gradualmente la creencia de que no podemos hacer nada ante problemas que atribuimos sistemáticamente a factores externos, cuando en realidad, sí lo podemos hacer. Se trata de distorsiones cognitivas automatizadas que podemos cambiar. En ocasiones, quizás no podamos evitar una situación negativa proveniente de nuestro exosistema, pero sí podemos cambiar nuestra forma de gestionarla y resolver positivamente sus consecuencias potenciando nuestras habilidades y capacidades internas. Además, nuestra respuesta puede influir también positivamente en nuestro entorno, produciéndose un proceso de retroalimentación que va construyendo nuevas realidades a todos los niveles, individual, familiar o social. Físico y mental.
En los últimos años se ha producido un aumento gradual de la sensibilidad social hacia la conservación y mejora del entorno ecológico, y se ha observado asimismo, cómo esta sensibilidad ha propiciado cambios en políticas ambientales, constatándose que las personas pueden modificar e intervenir de forma importante en el entorno, propiciando cambios sociales que repercuten en cambios de comportamiento a todos los niveles. Pero esta sensibilidad social parte del cambio individual. Así, observamos que el cambio individual tiene consecuencias a nivel personal y social, es decir, a nivel de micro y macrosistema. Dice Daniel Goleman en su obra Inteligencia Ecológica, “… desarrollar nuestra inteligencia ecológica no es más que tomar decisiones que nos permitan recuperar el contacto con lo que verdaderamente somos, lo que mejora nuestra salud física y emocional”. ¿Lo ven? Salud y ecología. Ecología y salud. Física y emocional. Emocional y física.