domingo, 31 de marzo de 2013

ALZHEIMER - PREVENCIÓN NATURAL



El número de afectados por Alzheimer está aumentando imparablemente. Las previsiones sobre esta terrible enfermedad aseguran que se duplicará en los próximos veinte años, hasta llegar a la cifra de más de 67 millones de personas en todo el mundo. Actualmente supone el 50% de las personas afectadas por la ley de dependencia en nuestro país. Pero, a pesar de la tremenda importancia y dramatismo de esta realidad, conocida por las personas que están directa o indirectamente afectadas o relacionadas con ella, familiares y profesionales, es sistemáticamente ignorada por el resto, de forma que suelen acordarse de ella solamente cuando se celebra el Día Mundial del Alzheimer… y poco más, debido, precisamente, a una perspectiva alienante de los problemas y a la creencia, muy humana, de que a nosotros no nos va a pasar. Sin embargo, las evidencias aseguran que todos participamos, sin querer, en esta especie de ruleta rusa: el Alzheimer.  


Esta demencia, grave, injusta y degradante, obliga a preguntamos si de verdad no podemos hacer algo para prevenirla. Pero al haber una arraigada percepción de que su aparición no depende de nosotros mismos, se convierte en una pregunta molesta y políticamente incorrecta, soliéndose mirar hacia otro lado para no tener que responderla. Pero, por su importancia y, por dignidad humana, estamos obligados a buscar respuestas más allá de posturas cómodas o de discursos oficiales.
El problema parte, como en muchas otras enfermedades importantes de nuestro tiempo, de que no se conocen sus causas. Se barajan diversas teorías explicativas, víricas, tóxicas (aluminio), genéticas…, pero ya se le reconoce un carácter multifactorial en su etiología, en la que interaccionan distintos factores de carácter endógeno y exógeno. La principal consecuencia de ello es que, al no conocer sus causas, es mucho mayor la dificultad para hallar remedios. Así, el fármaco capaz de prevenir, modificar o curar el Alzheimer se hará esperar aún bastante tiempo.
Estas dificultades otorgan mayor importancia al diagnóstico precoz, en el que se ha conseguido avances significativos, como medio que permite aplicar cuanto antes los distintos tratamientos existentes y ayudar a retrasar la progresión de la enfermedad y/o aliviar o reducir ciertos síntomas, aunque sea de forma paliativa. Si se detectan problemas de memoria, de desorientación o incongruencias en un familiar o en la propia persona, vale mucho la pena acudir al especialista para descartar la enfermedad o para empezar a tomar medidas de apoyo. En este contexto son muy positivos los tratamientos neuropsicológicos y actividades realizadas en talleres con participación colectiva, que estimulan el apoyo cognoscitivo y las sinapsis nerviosas, pues el cerebro es un órgano con una gran plasticidad, de forma que cuanto más lo utilicemos más lo reforzamos, favoreciendo una mayor supervivencia de las neuronas y terminaciones nerviosas. Por el contrario, su falta de estímulo favorece o acentúa el deterioro cognitivo. Los ejercicios mentales retrasan su aparición, mientras que una vez instalada la enfermedad, las terapias de psicoestimulación consiguen retrasar el paso entre los diversos estadios de gravedad de la  enfermedad. Asimismo, se ha comprobado que un mayor nivel educativo y los estímulos sensoriales de una vida social activa favorecen una menor frecuencia del Alzheimer en la población. No debemos confundir, sin embargo, la detección precoz, importantísima, con lo que verdaderamente es la prevención, especialmente la prevención primaria, es decir, la realización de acciones encaminadas a reducir o eliminar los factores que pueden causar la enfermedad, antes de que ésta aparezca.
Técnicamente, el Alzheimer es una amiloidosis. Pertenece a un grupo de enfermedades de causa desconocida que se caracterizan por el depósito de un material denominado amiloide en los espacios extracelulares de diversos órganos y tejidos. En el caso del Alzheimer se producen lesiones neuropatológicas que se manifiestan como depósitos proteínicos localizados preferentemente en el hipocampo y en las áreas parietotemporales de la corteza cerebral que, lentamente, van produciendo una pérdida fatal de las funciones mentales. Se ha observado que los desencadenantes del desprendimiento del amiloide de la membrana celular pueden ser producidos mayormente por un sistema inmunitario alterado, infecciones víricas o trastornos circulatorios en el cerebro. Este amiloide aparece en el cerebro de los enfermos de Alzheimer cuando las membranas celulares han perdido su estabilidad y se han ido destruyendo las sinapsis o zonas de contacto entre las células nerviosas. Las membranas de las células nerviosas constituyen un impedimento para las proteasas, que fragmentan en pequeñas partículas los materiales albuminosos de donde salen los amiloides y, por ello, cuando la membrana pierde su estabilidad aparece amiloide en el cerebro.
En la Cumbre Mundial de la ONU celebrada en Nueva York en 2011 para impulsar la prevención de las enfermedades no contagiosas, se corroboró que la mayoría de enfermedades crónicas y degenerativas son evitables (o prevenibles) mediante la adopción de hábitos saludables, especialmente con una dieta equilibrada y la realización de ejercicio físico de manera regular y, según estudios epidemiológicos realizados en todo el mundo, la proporción de personas mayores afectadas por Alzheimer ha aumentado más fuertemente en países de ingresos bajos y medios. No se explica la causa de ello y, aunque inicialmente se puede relacionar con el nivel sanitario del país, no resulta difícil hacerlo también con la calidad de la dieta alimenticia. La hipótesis sería: ¿a menor disponibilidad económica peor alimentación y más Alzheimer? Parece factible. Pero, ¿cuál sería esta “peor alimentación”? ¿“Comida basura”, exceso de grasas saturadas o hidrogenadas, productos industriales elaborados con ingredientes de baja calidad, exceso de conservantes y contaminantes, baja ingesta de alimentos ricos en Omega-3 como el pescado azul, mayor consumo de cereales refinados, azúcares y productos edulcorados, favoreciendo el sobrepeso y la obesidad, trastornos cardiovasculares o diabetes de tipo 2, que pueden aumentar las posibilidades de sufrir Alzheimer o empeorarlo?
Se ha comprobado en distintos estudios, que las probabilidades de padecer Alzheimer aumentan en más del 50%, cuando se tienen niveles de colesterol muy por encima de 200 mg/dl de forma sostenida en el tiempo. Asimismo, en la Universidad de Pittsburg se demostró que la hipertensión arterial reduce el riego sanguíneo cerebral, aumentando la vulnerabilidad del cerebro a los efectos de la enfermedad, sugiriendo estos resultados, que la hipertensión contribuye a su desarrollo. En este contexto, es sabido que el tabaco es un factor de riesgo, de igual modo que lo es el sedentarismo.
En una investigación francesa realizada con más de 8.000 personas se pudo comprobar que el consumo diario de frutas y verduras estaba asociado a la disminución del riesgo de toda causa de demencia en personas genéticamente predispuestas. Ello muestra la importancia del consumo regular y suficiente de antioxidantes en la dieta, en forma de frutas y verduras, capaces de neutralizar los radicales libres que promueven el estrés oxidativo proveniente de contaminantes externos o de una alimentación inadecuada y que destruyen las membranas de las células nerviosas. El tejido cerebral es especialmente sensible a los radicales libres debido a su alto consumo de oxígeno, abundante contenido de lípidos y relativa escasez de enzimas antioxidantes en comparación con otros tejidos, de forma que las neuronas van acumulando el daño oxidativo. Por eso es tan importante que la alimentación sea rica en antioxidantes, carótenos, vitamina B, C, D y E, muy especialmente esta última, que ha demostrado en diversas investigaciones que retrasa el progreso de la enfermedad. Su utilización en forma de complementos nutricionales no puede desdeñarse. Dentro de este ámbito suplementario y natural podemos fijarnos, por ejemplo, en la carnosina, un dipéptido que se halla en el tejido muscular, esquelético y en las neuronas cerebrales, cuya tasa se va perdiendo gradualmente en el transcurso de nuestro ciclo vital, por lo que su ingesta en forma de suplemento puede mejorar y alargar la salud de estos tejidos, según se ha observado en diversas investigaciones. Tiene también propiedades antioxidantes y disminuye la glicolisación producida por el exceso de azúcar en la sangre, protegiendo así a las proteínas de la degradación que causa dicho azúcar y a los capilares cerebrales. También puede resultar muy útil y beneficioso el Ginkgo Biloba para mejorar la circulación cerebral, el cual, además de otras propiedades, es antioxidante.
En el estudio francés antes mencionado, se comprobó también que el consumo semanal de pescado se asociaba a la reducción del riesgo de padecer Alzheimer, observándose que el uso habitual de aceites ricos en Omega-3 revelaba una sensible disminución del riesgo de padecer demencias, mientras que el consumo habitual de aceites ricos en Omega-6, las aumentaba claramente. En este sentido debemos recordar que la Asociación de Psiquiatría Americana (APA), recomendó en el año 2006, la ingesta diaria Omega-3 como prevención y complemento en el tratamiento de trastornos mentales y emocionales.
Los ácidos grasos poliinsaturados Omega-6 se encuentran en exceso en la dieta occidental, mientras que a su vez hay carencia de Omega-3. Ello produce un perjudicial desequilibrio a favor de los Omega-6 de tal forma que se ingieren 10, 15, 20 0 25 veces más cantidad de éstos que de Omega-3, cuando como máximo se debería ingerir solamente 3 veces más del primero. Este exceso provoca que el organismo tenga demasiado ácido araquidónico (Omega-6) y, que de él se derive la producción excesiva de citoquinas e interleuquinas favorecedoras de procesos inflamatorios crónicos, enfermedades autoinmunes y degenerativas. Debe reducirse, por lo tanto, la ingesta de Omega-6, que se hallan mayormente en el aceite y semillas de cártamo, girasol, maíz, sésamo, cacahuete, en productos elaborados que llevan estas grasas más baratas como ingredientes, así como en algunas carnes de animales alimentados intensivamente. Tomar mayor cantidad de Omega-3 contribuye también a reducir esta diferencia, Los Omega-3 se hallan especialmente en el pescado azul, tipo arenque o sardina, salmón, caballa, en las nueces, semillas de soja, de colza o de lino, existiendo la opción adicional, rápida y cómoda, de tomar complementos de Omega-3 de alta pureza.
Aunque en el Alzheimer no se observa una inflamación clara y directa en la anatomía patológica, sí hay evidencias de una inflamación más sutil en las placas seniles, habiéndose observado en estudios epidemiológicos evidencias de influencias inflamatorias al haberse constatado que existe una menor prevalencia de Alzheimer en pacientes con ingesta habitual de antiinflamatorios debido a la presencia de enfermedades reumáticas. Además, los enfermos de Alzheimer tienen una mayor propensión a desarrollar tumores, signo que alerta de que puede coexistir un cierto nivel de inflamación general. De ahí la conveniencia de ingerir mayor cantidad de Omega-3, con propiedades antiinflamatorias, sin olvidar que está también indicado para la prevención y el cuidado cardiocirculatorio, siendo beneficioso en casos de colesterol e hipertensión.
En una investigación que duró casi cuatro años, realizada en Chicago y publicada en 2003, se observó que los participantes que consumían pescado una o más veces por semana tenían un 60% menos de riesgo de sufrir la enfermedad, en relación con aquellos que nunca o raramente comían pescado. Comprobaron que el ácido graso Omega-3 que tenía mayor importancia en ello era el DHA. Es conveniente matizar que también interesa ingerir una cierta cantidad de EPA, otro Omega-3, pues es vital para una buena permeabilidad de la membrana celular, combatir el estrés, así como para el equilibrio emocional de la persona, especialmente para contrarrestar la posible depresión del propio enfermo. En el año 2008 se publicó, en The Journal of the Alzheimer’s Association, una investigación que verificó que mediante la ingesta oral de DHA se conseguía promover la síntesis de nuevas sinapsis cerebrales que compensaban la característica pérdida sináptica de los enfermos de Alzheimer.
Realizar ejercicio físico regularmente facilita una mejor oxigenación cerebral, fortalece y mejora el sistema cardiocirculatorio, ayuda a eliminar sustancias de desecho y tóxicas a través de la sudoración, combate trastornos metabólicos como el colesterol, el azúcar, el sobrepeso y la obesidad, y fortalece al organismo en su conjunto, especialmente el sistema inmunológico, permitiendo una mejor defensa ante posibles infecciones y enfermedades.
Si consideramos que la mayor parte de enfermedades son procesos defensivos del organismo ante factores que alteran su equilibrio, en su mayoría hábitos antinaturales que, de mantenerlos durante años, provocan reacciones inflamatorias crónicas del organismo, pudiendo desembocar en afecciones autoinmunes o degenerativas. Y si sabemos cuáles son los principales factores de riesgo, prevenir el Alzheimer de forma natural no solo es posible, sino una obligación que debemos asumir.

jueves, 28 de marzo de 2013

JONATAN Y SU ESQUIZOFRENIA




Este es un caso que incluí en mi libro Omega-3 La salud inmediata, referente a la relación entre Omega-3 y esquizofrenia.
Los doctores  A.J. Richardson, de la Universidad de Oxford, y B.K. Puri, del Hospital de Hammersmith, trataron a un paciente de 30 años, afectado de esquizofrenia y dislexia  con alucinaciones auditivas diarias, que tuvo su primer brote a los 19 años y durante 10 años mantuvo el modo típico de vida de un joven con esquizofrenia y parado, en un suburbio de Londres. Las imágenes de IRM –imagen por resonancia magnética-, mostraban que sus ventrículos cerebrales aumentaban lentamente de tamaño,  indicando una pérdida progresiva de tejido cerebral.
El paciente empezó a tomar 2 g  de EPA (un omega-3) al día. A las 8 semanas sus delirios y alucinaciones habían desminuido y se sentía más despierto. El aspecto de su piel y pelo había mejorado, así como en todos los grados de las escalas psiquiátricas. La dislexia también mejoraba, y todo ello sin efecto adverso alguno. A los 12 meses ya no aparentaba ser una persona con esquizofrenia, y a los 3 años volvió a la universidad. Nuevas imágenes de su cerebro revelaron una reducción del tamaño de los ventrículos y un aumento del tejido cerebral.
Aunque este sea un caso personal, no se trata de algo aislado, sino que en este mismo hospital se han ido desarrollando y mejorando las técnicas de IRM, permitiendo constatar esos beneficios estructurales en la toma de Omega-3, además de sus beneficios funcionales, en otros casos. Estos efectos beneficios de los ácidos grasos poliinsaturados para esta afección mental, fueron también corroborados en el año 2006 por la Asociación de Psiquiatría Americana, máxima autoridad mundial de la psiquiatría, tras realizar un metanálisis que verificó los resultados de varios estudios realizados con anterioridad.
Pero no caigamos en el error de pensar que el Omega-3 es la panacea. Puede resultar de gran ayuda, pero este trastorno es mucho más complejo, de carácter multifactorial y, por lo tanto, debe ser tratado y supervisado adecuadamente por especialistas.
Otro factor, importantísimo, en el desencadenamiento y mantenimiento de esta enfermedad,  puede ser el consumo de sustancias tóxicas. Las estadísticas han demostrado que la mayor parte de jóvenes que sufren esquizofrenia tienen antecedentes de consumo tóxico. Por eso, cuando la enfermedad ya está instalada, se debería insistir muchísimo en llevar una vida más sana. Sin embargo, la realidad es que precisamente, la mayoría de estas personas hacen lo contrario de lo que en realidad necesitan. El tabaco es un ejemplo. En un estudio realizado en el año 2012 en Cataluña, se comprobó que la tasa media de fumadores en la población estaba sobre el 29% y disminuyendo, en cambio, en las personas con trastornos mentales, incluyendo la esquizofrenia, llegaba casi al 80%.

miércoles, 13 de marzo de 2013

UN NUEVO IMPRESCINDIBLE: APRENDER A CUIDARSE



De forma natural y armónica, por supuesto.
Una educación dirigida preferentemente a conseguir habilidades para trabajar en empresas ha propiciado, en las últimas décadas, un desconocimiento general sobre nosotros mismos y, consecuentemente, cierta incapacidad para aprovechar positivamente nuestras propias capacidades autocurativas, así como el autoconocimiento imprescindible para gestionar de forma positiva nuestras emociones, nuestras conductas, nuestros hábitos…, con los que podríamos prevenir y evitar muchos de los trastornos y enfermedades que nos aquejan.
Pero  llegan tiempos de cambio y, la prevención y el autocuidado se van a convertir en imprescindibles en nuestras vidas si queremos vivir en salud y preservar nuestro bienestar físico y mental. De ahí que una de las mejores inversiones que podemos realizar, por no decir la mejor, es aprender a cuidarnos de forma natural. Nuestro cuerpo no tiene recambio.
En base a ello, he creado dos talleres básicos y fundamentales dirigidos a personas adultas que estén interesadas en iniciarse en la prevención y el cuidado natural de su salud, o en la prevención y mejora natural de los trastornos de ansiedad generalizada, desgraciadamente cada vez más comunes, y que pueden ser la puerta de entrada de trastornos y enfermedades aún mucho más importantes.
Son talleres muy útiles y prácticos que os aconsejo de todo corazón.  Si queréis más información o conocer el programa, podéis solicitarlo a: psiconaturopatía@hotmail.com

 


martes, 12 de marzo de 2013

LOS SECRETOS DEL OMEGA-3


Los espectadores de televisión ven en su pantalla anuncios que hablan de los efectos benéficos de los ácidos grasos Omega-3 para el sistema cardiovascular. Sin embargo este beneficio no es más que la punta del iceberg, pues sus beneficios se extienden a la prevención y mejora de inflamaciones intestinales, articulares, alergias, asma, psoriasis, diabetes, cáncer…, patologías muy diferentes entre si, tratadas por especialistas también muy distintos y, sin embargo, todas ellas comparten como factor común los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3. ¿Cuál es el secreto? En el año 2009 escribí un libro titulado “Omega-3 La salud inmediata”. Basado en él, os iré revelando, periódicamente, algunas de las investigaciones que avalan su utilización preventiva y terapéutica en diversas patologías. 
Todo empezó en los años 70 al observar que los esquimales sufrían menos problemas cardiovasculares que otras poblaciones. Se comparó a aquellos que emigraron a otros países con los que permanecían en su propia tierra, comprobando que los que habían marchado llegaban a tener ocho veces más posibilidades de sufrir un accidente cardiovascular que los que se habían quedado, atribuyéndose la diferencia al consumo de pescado. A partir de ahí se fueron sucediendo investigaciones en todo el mundo y ya, en el año 1982, se publicaban resultados de estudios que confirmaban que la alta longevidad de los japoneses y su baja prevalencia de enfermedades cardiovasculares, se debían al alto consumo de ácidos grasos Omega-3 en su dieta, través del consumo de pescado.
Los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3, son unos lípidos que se encuentran mayormente en el pescado azul –arenque, sardina, caballa, atún, bonito, salmón…-, así como en algunas semillas vegetales, siendo considerados nutrientes esenciales porque el organismo humano no puede sintetizarlos y debe ingerirlos mediante la alimentación. Son componentes fundamentales de las membranas celulares, determinando su fluidez y flexibilidad, e interviniendo, entre otras funciones, en la formación de algunas hormonas, en el buen funcionamiento del sistema inmunitario, en la correcta formación de la retina o de las neuronas.
Un aspecto importantísimo que se debe precisar es que los dos grupos de ácidos grasos poliinsaturados esenciales más importantes son los Omega-6 y los Omega-3, siendo ambos necesarios para importantísimas funciones de nuestro organismo. Sin embargo, los Omega-6 en su mayor parte, originan unas sustancias parecidas a las hormonas –llamadas eicosanoides negativos- que tienen propiedades inflamatorias, coagulantes y vasoconstrictoras, mientras que de los Omega-3 se derivan eicosanoides positivos, con propiedades antiinflamatorias, anticoagulantes y antivasoconstrictoras. Se deben ingerir ambos nutrientes para disponer así de los eicosanoides necesarios para poder actuar según sus necesidades, manteniendo su equilibrio.
Diversas investigaciones han mostrado que la proporción idónea entre Omega-6 y Omega-3 debe ser de 2:1 a favor de los primeros. De esta forma, el organismo dispone de recursos inflamatorios suficientes y que, en justa medida, son recursos reguladores a disposición del sistema inmunitario. Sin embargo, nos encontramos con un fenómeno generalizado en la mayoría de poblaciones que siguen el modelo de dieta occidental, en la que la proporción entre Omega-6 y Omega-3 es de 10:1 o 15:1. En Estados Unidos podemos encontrar incluso proporciones que llegan a 50:1. Estas dietas, excesivamente ricas en Omega-6 y pobres en Omega-3, sumen al organismo en un estado proinflamatorio permanente y, aunque la inflamación es un recurso defensivo fundamental, cuando se alarga en el tiempo puede provocar graves problemas de salud.

Los Omega-6 se encuentran mayormente en semillas y aceite de girasol, cártamo, onagra, soja, sésamo, maíz… También hay carnes que lo contienen abundantemente, especialmente aquellas procedentes de animales alimentados intensivamente con derivados de semillas ricas en Omega-6. Los aceites con abundancia de Omega-6 suelen ser más económicos y por ello, más utilizados por la población. Lo mismo ocurre con los alimentos elaborados industrialmente. Por otro lado, el gran consumo de azúcares y carbohidratos aumenta aún más la presencia del llamado ácido araquidónico, que es el Omega-6 con mayor responsabilidad inflamatoria, debido a que modifican la actividad transformadora de algunos enzimas sobre los ácidos grasos, provocando una mayor presencia de eicosanoides negativos. Si a todo ello le unimos una baja o nula ingesta de Omega-3, tenemos como resultado este alarmante desequilibrio nutritivo que comporta consecuencias muy serias para la salud.
Se ha comprobado que el exceso de Omega-6 promueve la génesis tumoral, mientras que los Omega-3 compensan e incluso pueden neutralizar esta desproporción, convirtiéndose en un factor importante para evitar el desarrollo y la progresión de varios tipos de cánceres. Importantes investigaciones han demostrado que los Omega-3 son apoptóticos para las células cancerosas –aceleran su muerte-, respetando en cambio a las células sanas. Además, varios estudios han constatado que el cáncer es menos común en zonas como Japón, donde se consume mayores cantidades de animales marinos, considerándose responsables de ello a los Omega-3.
La cantidad de investigaciones que demuestran los beneficios de los Omega-3 en las patologías orgánicas anteriormente dichas es abrumadora. Pero no solo es importante en enfermedades físicas, sino que también lo es, y mucho, en trastornos mentales y emocionales, ya que su presencia es fundamental en el sistema nervioso. Estos efectos beneficiosos para la salud mental y emocional fueron confirmados en el año 2006 mediante un metaanálisis llevado a cabo por la Asociación Psiquiátrica Americana, máxima autoridad mundial en psiquiatría, que a la vista de los irrefutables resultados recomendó el consumo diario de Omega-3.
Un déficit de Omega-3 disminuye la permeabilidad de las membranas celulares, ya que la célula los reemplaza mayoritariamente por otras grasas que encuentra, teniendo como principal consecuencia severas mermas en la capacidad moduladora de la neurotransmisión y disminuyendo la sinapsis nerviosa, siendo el estrés al que se ven sometidas las sociedades modernas, lo que agrava aún más la situación, pues aumenta las necesidades de Omega-3 y hace más dramático su déficit.

lunes, 4 de marzo de 2013

LOS METALES TÓXICOS DAÑAN NUESTRO CUERPO Y NUESTRA MENTE

La acumulación de metales pesados es tóxica para nuestro organismo debido a que éste no puede eliminarlos bien y alteran el metabolismo celular. Se introducen en el organismo a través de diferentes vías: aire, agua potable, alimentos, utensilios de cocina, envases, productos farmacéuticos y de estética o cuidado corporal, amalgamas y prótesis, así como en determinadas actividades profesionales e industriales. Pueden afectar, de forma aguda o crónica, a nuestro sistema nervioso central, riñones, hígado,  pulmones, piel, huesos…

 

Se denomina metales pesados a aquellos elementos químicos que poseen un peso atómico y un peso específico de rango superior. Se encuentran en forma natural en la corteza terrestre y se pueden convertir en contaminantes si su distribución en el ambiente se altera excesivamente mediante actividades humanas o naturales excepcionales. Su presencia en el medio ambiente, especialmente debido a la contaminación y utilización en diferentes productos de consumo, ha aumentado en las últimas décadas, por lo que su presencia en nuestro organismo también se ha incrementado. Una vez emitidos, principalmente debido a la actividad industrial y minera, pueden permanecer en el ambiente durante cientos de años, contaminando el suelo y acumulándose en las plantas y los tejidos orgánicos. Además, su concentración en los seres vivos aumenta a lo largo de la cadena alimentaria.

Lo que los hace tóxicos son, en general, las concentraciones en las que pueden presentarse, pues, en realidad, muchos de ellos son necesarios en pequeñas proporciones para que nuestro organismo funcione adecuadamente. Son altamente reactivos y actúan robando electrones a diferentes estructuras celulares generando radicales libres de forma continua, que a su vez, dañan otras moléculas o estructuras para restituir los suyos propios. Este proceso entra entonces en un círculo vicioso produciendo daños en toda sustancia o estructura celular. En nuestro organismo estos metales se acumulan en las grasas y los huesos y no pueden eliminarse por lo que su efecto es permanente y acumulativo. La intoxicación por acumulación puede provocar cefaleas, fatiga, anemia, falta de concentración, infertilidad, mareo, gastritis, daño renal, mala coordinación… Por su afinidad química con el sistema nervioso, podemos considerarlos, además, auténticas neurotoxinas. Incluso los niños recién nacidos están cada vez más afectados por metales pesados, hecho que puede favorecer la aparición gradual de trastornos cognitivos y otras alteraciones metabólicas e inmunológicas.

Los metales pesados tóxicos más conocidos son el mercurio, el plomo y el cadmio. Según la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (USEPA), los elementos que pueden resultar tóxicos son: Arsénico, cromo, cobalto, níquel, cobre, zinc, plata, cadmio, mercurio, titanio, selenio y plomo. Entre ellos podemos destacar, por su importancia y efectos nocivos a nivel crónico, los siguientes:

-Aluminio: Se ha establecido una relación directa de altos niveles de aluminio en niños, con un bajo rendimiento escolar.

-Antimonio: Dolores de cabeza, debilidad, depresión.

-Arsénico: Su presencia aumentada produce disminución en los niveles de glóbulos rojos y blancos, así como alteraciones cutáneas (puntos blancos en la piel) y pulmonares. Puede dañar al sistema nervioso central, con entumecimiento, hormigueo, espasmos… Afecta al hígado, provocando cirrosis y afectar también al riñón. Inhibe al sistema inmune. Puede favorecer la aparición de cáncer pulmonar, de vejiga y aparato reproductor femenino.

-Berilio: Produce graves complicaciones pulmonares, conocida como beriliosis.

-Cadmio: Causa fracturas y deformación de hueso, endurecimiento de arterias e hipertensión, glaucoma, infertilidad masculina y cáncer de próstata.

-Plomo: Perturba la biosíntesis de hemoglobina, aumento de la presión sanguínea, perturbación del sistema nervioso, déficit atencional, cefaleas, irritabilidad, temblores, parestesias, alteraciones renales y hepáticas, inflamaciones pulmonares, disminuye el calcio en los huesos, contribuye a la diabetes, infertilidad masculina.

-Mercurio: Daña el sistema nervioso, perjudica el desarrollo del feto, ansiedad, insomnio, síndrome de cansancio, pérdida de cabello, inapetencia, hiperactividad de los niños, vértigo, temblores, dolores de cabeza, estomatitis, eretismo, problemas de audición y visión, problemas tiroideos y alteraciones sexológicas.

-Níquel: Aumenta las posibilidades de desarrollar cánceres de próstata, pulmón, nariz y laringe, así como asma y bronquitis crónica, alteraciones del peso, irritación de la piel,

También el cobalto, el cromo, el cobre, el manganeso, el estaño y el talio tienen una gran incidencia.

Pero, ante esto ¿qué podemos hacer? Evidentemente es necesario aumentar, a nivel general y global, el control de contaminación por metales pesados en las diferentes vías productoras y de entrada que afectan a la población. A nivel individual podemos prevenir e intentar evitar, dentro de lo posible, la entrada de metales pesados en nuestro organismo y, por otro lado, promover mecanismos de eliminación y desintoxicación, especialmente mediante técnicas de quelación, es decir, mediante procesos químicos naturales que promueven la eliminación de metales pesados al unirlos a otros elementos afines, estimulando su eliminación conjunta. La quelación persigue la desintoxicación del organismo de los metales, pudiendo realizarse por vía oral o venosa. La primera es más lenta, suave y totalmente natural, mientras que la segunda puede ser más rápida pero requiere de una mayor vigilancia y un control estricto, debiendo ser realizada por personal médico especializado en medicina biológica.

No podemos terminar este texto sin llamar a la reflexión en el sentido de que cualquier mejora en la salud pasa necesariamente por cambiar algunos hábitos de vida, naturalizándolos y armonizándolos. Es decir, no podemos contentarnos con aplicar remedios de forma puntual y aislada, sino realizar cambios y mejoras naturales más profundas como parte de un proceso más amplio que permita prevenir y asegurar una mayor calidad de vida y bienestar. Por eso debemos mejorar nuestra alimentación en general, consumir más productos ecológicos y suplementarla adecuadamente con vitaminas, minerales, antioxidantes…, realizar ejercicio físico de forma regular, combatir el estrés y la ansiedad, promoviendo la relajación y la higiene mental, así como eliminar el consumo de sustancias tóxicas, tabaco, alcohol…

domingo, 3 de marzo de 2013

LA ANSIEDAD YA NO ES LO QUE ERA

  
Pero la ansiedad ya no es lo que era. Ha mutado. Ha perdido su imagen romántica. Como el mundo. Actualmente es sinónimo de trastorno psicopatológico…, y cada vez hay más. Según la Organización Mundial de la Salud, en poco más de 15 años, la depresión será la primera causa de incapacidad en todo el mundo, por encima de enfermedades como las cardiovasculares o el cáncer. Impresionante, ¿verdad? Pero resulta que en la práctica clínica se constata que hay un trastorno aún más frecuente que la depresión: LA ANSIEDAD, siendo ésta, en muchas ocasiones, la antesala de la propia depresión. La ansiedad es, potencialmente, una verdadera pandemia, incentivada por la gran cantidad de estímulos negativos y exigencias de la sociedad actual.
La clave de que la ansiedad no esté en lo alto del “podio” patológico mundial es porque está infradiagnosticada y, por supuesto, insuficientemente tratada. Es un trastorno que muchas veces se confunde con una manera de ser nerviosa…, que te preocupas por todo... Supone un derroche excesivo de recursos y deterioro de nuestro organismo. Beber alcohol, comer exageradamente, o tomar fármacos, son formas cómodas y fácilmente accesibles para sentirse temporalmente liberada de preocupaciones, pero sin que en modo alguno constituyan una solución a la causa del problema, porque ésta no se afronta, sino que se evade, con lo que el peligro de agravación subsiste y se retroalimenta de forma constante, convirtiéndose en compañera inseparable de nuestra vida... Un continuo de sufrimientos, muchas veces innecesarios. Porque hay formas de mejorarla y de solucionarla.
Pero, ¿cuál es la causa o causas que la incentivan? Para comprenderlo en toda su magnitud, deberíamos entender en primer lugar que, la ansiedad, antes de ser un problema de salud, ha sido un problema educativo. Porque nos han educado para aprender cosas “productivas”, habilidades para trabajar, o para saber cómo funciona el último modelo de cualquier aparato. Es decir, aprendemos cosas externas. Pero no hemos aprendido a entender ni a dominar nuestra propia mente. No la conocemos. Somos analfabetos de nosotros mismos. Por ello, tenemos serias dificultades para entender y controlar nuestras emociones, pensamientos y conductas, llegando a un punto en el que, un mecanismo fisiológicamente beneficioso, adaptativo y transitorio, como es la ansiedad, indispensable para cuando nos encontramos en peligro, ya que estimula todos nuestros sistemas internos para luchar y sobrevivir, se convierte en perjudicial cuando se dispara sin causa real y se mantiene demasiado tiempo sin motivo, generando preocupaciones excesivas, persistentes e incontrolables alrededor de una amplia gama de sucesos o actividades, con una intensidad, duración o frecuencia desproporcionadas en relación a la probabilidad o impacto real del acontecimiento temido. 
Estas preocupaciones suelen basarse en el miedo a perder el control de la situación, o a querer tenerlo todo controlado, resultándole muy difícil a la persona controlar este estado de alarma y de constante preocupación, generándole a su vez, síntomas como inquietud, impaciencia, nerviosismo, miedo difuso, gran fatigabilidad, dificultades de concentración, quedarse en blanco, irritabilidad, tensión muscular, opresión pectoral, ataques de pánico, ahogo, palpitaciones, temblores, sudores, alteraciones del sueño… Y lo peor puede llegar después si no se corrigen estos problemas pues, la ansiedad, como resultado de una situación estresante para la persona, puede ser la puerta de entrada a otros problemas o trastornos como fobias, obsesiones, depresión o trastornos metabólicos y alimenticios, que a su vez, pueden provocar males aún mayores, incluso el suicidio. 
Las preocupaciones, las necesidades de afecto o los problemas emocionales, no se arreglan bebiendo ni comiendo. Lo cierto es que en la gran mayoría de casos de ansiedad resulta imprescindible la ayuda psicológica para conseguir cambiar esa dinámica, y dotar a la persona de una mayor capacidad de autocontrol y gestión emocional, de resolución de problemas, aumento de habilidades sociales, de la autoestima, de la autoconfianza, etc. También para que la persona comprenda que la mayoría de sus creencias y atribuciones son erróneas, e incluso, que sus miedos no son suyos, sino de otras personas que han influido de forma importante en la formación de su carácter, sus hábitos y costumbres. Distintas técnicas psicológicas, junto con un entrenamiento en relajación e incluso con el cambio de hábitos alimenticios y suplementación natural, pueden ayudar de forma clara y definitiva a que la persona con ansiedad pueda llegar a despojarse de este sufrimiento y encarar la vida con alegría y confianza.