lunes, 4 de marzo de 2013

LOS METALES TÓXICOS DAÑAN NUESTRO CUERPO Y NUESTRA MENTE

La acumulación de metales pesados es tóxica para nuestro organismo debido a que éste no puede eliminarlos bien y alteran el metabolismo celular. Se introducen en el organismo a través de diferentes vías: aire, agua potable, alimentos, utensilios de cocina, envases, productos farmacéuticos y de estética o cuidado corporal, amalgamas y prótesis, así como en determinadas actividades profesionales e industriales. Pueden afectar, de forma aguda o crónica, a nuestro sistema nervioso central, riñones, hígado,  pulmones, piel, huesos…

 

Se denomina metales pesados a aquellos elementos químicos que poseen un peso atómico y un peso específico de rango superior. Se encuentran en forma natural en la corteza terrestre y se pueden convertir en contaminantes si su distribución en el ambiente se altera excesivamente mediante actividades humanas o naturales excepcionales. Su presencia en el medio ambiente, especialmente debido a la contaminación y utilización en diferentes productos de consumo, ha aumentado en las últimas décadas, por lo que su presencia en nuestro organismo también se ha incrementado. Una vez emitidos, principalmente debido a la actividad industrial y minera, pueden permanecer en el ambiente durante cientos de años, contaminando el suelo y acumulándose en las plantas y los tejidos orgánicos. Además, su concentración en los seres vivos aumenta a lo largo de la cadena alimentaria.

Lo que los hace tóxicos son, en general, las concentraciones en las que pueden presentarse, pues, en realidad, muchos de ellos son necesarios en pequeñas proporciones para que nuestro organismo funcione adecuadamente. Son altamente reactivos y actúan robando electrones a diferentes estructuras celulares generando radicales libres de forma continua, que a su vez, dañan otras moléculas o estructuras para restituir los suyos propios. Este proceso entra entonces en un círculo vicioso produciendo daños en toda sustancia o estructura celular. En nuestro organismo estos metales se acumulan en las grasas y los huesos y no pueden eliminarse por lo que su efecto es permanente y acumulativo. La intoxicación por acumulación puede provocar cefaleas, fatiga, anemia, falta de concentración, infertilidad, mareo, gastritis, daño renal, mala coordinación… Por su afinidad química con el sistema nervioso, podemos considerarlos, además, auténticas neurotoxinas. Incluso los niños recién nacidos están cada vez más afectados por metales pesados, hecho que puede favorecer la aparición gradual de trastornos cognitivos y otras alteraciones metabólicas e inmunológicas.

Los metales pesados tóxicos más conocidos son el mercurio, el plomo y el cadmio. Según la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (USEPA), los elementos que pueden resultar tóxicos son: Arsénico, cromo, cobalto, níquel, cobre, zinc, plata, cadmio, mercurio, titanio, selenio y plomo. Entre ellos podemos destacar, por su importancia y efectos nocivos a nivel crónico, los siguientes:

-Aluminio: Se ha establecido una relación directa de altos niveles de aluminio en niños, con un bajo rendimiento escolar.

-Antimonio: Dolores de cabeza, debilidad, depresión.

-Arsénico: Su presencia aumentada produce disminución en los niveles de glóbulos rojos y blancos, así como alteraciones cutáneas (puntos blancos en la piel) y pulmonares. Puede dañar al sistema nervioso central, con entumecimiento, hormigueo, espasmos… Afecta al hígado, provocando cirrosis y afectar también al riñón. Inhibe al sistema inmune. Puede favorecer la aparición de cáncer pulmonar, de vejiga y aparato reproductor femenino.

-Berilio: Produce graves complicaciones pulmonares, conocida como beriliosis.

-Cadmio: Causa fracturas y deformación de hueso, endurecimiento de arterias e hipertensión, glaucoma, infertilidad masculina y cáncer de próstata.

-Plomo: Perturba la biosíntesis de hemoglobina, aumento de la presión sanguínea, perturbación del sistema nervioso, déficit atencional, cefaleas, irritabilidad, temblores, parestesias, alteraciones renales y hepáticas, inflamaciones pulmonares, disminuye el calcio en los huesos, contribuye a la diabetes, infertilidad masculina.

-Mercurio: Daña el sistema nervioso, perjudica el desarrollo del feto, ansiedad, insomnio, síndrome de cansancio, pérdida de cabello, inapetencia, hiperactividad de los niños, vértigo, temblores, dolores de cabeza, estomatitis, eretismo, problemas de audición y visión, problemas tiroideos y alteraciones sexológicas.

-Níquel: Aumenta las posibilidades de desarrollar cánceres de próstata, pulmón, nariz y laringe, así como asma y bronquitis crónica, alteraciones del peso, irritación de la piel,

También el cobalto, el cromo, el cobre, el manganeso, el estaño y el talio tienen una gran incidencia.

Pero, ante esto ¿qué podemos hacer? Evidentemente es necesario aumentar, a nivel general y global, el control de contaminación por metales pesados en las diferentes vías productoras y de entrada que afectan a la población. A nivel individual podemos prevenir e intentar evitar, dentro de lo posible, la entrada de metales pesados en nuestro organismo y, por otro lado, promover mecanismos de eliminación y desintoxicación, especialmente mediante técnicas de quelación, es decir, mediante procesos químicos naturales que promueven la eliminación de metales pesados al unirlos a otros elementos afines, estimulando su eliminación conjunta. La quelación persigue la desintoxicación del organismo de los metales, pudiendo realizarse por vía oral o venosa. La primera es más lenta, suave y totalmente natural, mientras que la segunda puede ser más rápida pero requiere de una mayor vigilancia y un control estricto, debiendo ser realizada por personal médico especializado en medicina biológica.

No podemos terminar este texto sin llamar a la reflexión en el sentido de que cualquier mejora en la salud pasa necesariamente por cambiar algunos hábitos de vida, naturalizándolos y armonizándolos. Es decir, no podemos contentarnos con aplicar remedios de forma puntual y aislada, sino realizar cambios y mejoras naturales más profundas como parte de un proceso más amplio que permita prevenir y asegurar una mayor calidad de vida y bienestar. Por eso debemos mejorar nuestra alimentación en general, consumir más productos ecológicos y suplementarla adecuadamente con vitaminas, minerales, antioxidantes…, realizar ejercicio físico de forma regular, combatir el estrés y la ansiedad, promoviendo la relajación y la higiene mental, así como eliminar el consumo de sustancias tóxicas, tabaco, alcohol…

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