LOS METALES TÓXICOS DAÑAN NUESTRO CUERPO Y NUESTRA MENTE
La acumulación de
metales pesados es tóxica para nuestro organismo debido a que éste no puede
eliminarlos bien y alteran el metabolismo celular. Se introducen en el
organismo a través de diferentes vías: aire, agua potable, alimentos, utensilios
de cocina, envases, productos farmacéuticos y de estética o cuidado corporal, amalgamas
y prótesis, así como en determinadas actividades profesionales e industriales.
Pueden afectar, de forma aguda o crónica, a nuestro sistema nervioso central,
riñones, hígado, pulmones, piel, huesos…
Se denomina metales pesados
a aquellos elementos químicos que poseen un peso atómico y un peso específico
de rango superior. Se encuentran en forma natural en la corteza terrestre y se
pueden convertir en contaminantes si su distribución en el ambiente se altera excesivamente
mediante actividades humanas o naturales excepcionales. Su presencia en el
medio ambiente, especialmente debido a la contaminación y utilización en
diferentes productos de consumo, ha aumentado en las últimas décadas, por lo que
su presencia en nuestro organismo también se ha incrementado. Una vez emitidos,
principalmente debido a la actividad industrial y minera, pueden permanecer en
el ambiente durante cientos de años, contaminando el suelo y acumulándose en
las plantas y los tejidos orgánicos. Además, su concentración en los seres
vivos aumenta a lo largo de la cadena alimentaria.
Lo que los hace tóxicos son,
en general, las concentraciones en las que pueden presentarse, pues, en
realidad, muchos de ellos son necesarios en pequeñas proporciones para que
nuestro organismo funcione adecuadamente. Son altamente reactivos y actúan
robando electrones a diferentes estructuras celulares generando radicales
libres de forma continua, que a su vez, dañan otras moléculas o estructuras
para restituir los suyos propios. Este proceso entra entonces en un círculo
vicioso produciendo daños en toda sustancia o estructura celular. En nuestro organismo estos metales se acumulan en las
grasas y los huesos y no pueden eliminarse por lo que su efecto es permanente y
acumulativo. La intoxicación por acumulación puede provocar cefaleas, fatiga,
anemia, falta de concentración, infertilidad, mareo, gastritis, daño renal,
mala coordinación… Por su afinidad química con el sistema nervioso, podemos
considerarlos, además, auténticas neurotoxinas. Incluso los niños recién
nacidos están cada vez más afectados por metales pesados, hecho que puede
favorecer la aparición gradual de trastornos cognitivos y otras alteraciones
metabólicas e inmunológicas.
Los metales pesados tóxicos
más conocidos son el mercurio, el plomo y el cadmio. Según la Agencia de Protección
Ambiental de los Estados Unidos (USEPA), los elementos que pueden resultar
tóxicos son: Arsénico, cromo, cobalto, níquel, cobre, zinc, plata, cadmio,
mercurio, titanio, selenio y plomo. Entre ellos podemos destacar, por su
importancia y efectos nocivos a nivel crónico, los siguientes:
-Aluminio:
Se ha establecido una relación directa de altos niveles de aluminio en niños,
con un bajo rendimiento escolar.
-Antimonio:
Dolores de cabeza, debilidad, depresión.
-Arsénico:
Su presencia aumentada produce disminución en los niveles de glóbulos rojos y
blancos, así como alteraciones cutáneas (puntos blancos en la piel) y
pulmonares. Puede dañar al sistema nervioso central, con entumecimiento,
hormigueo, espasmos… Afecta al hígado, provocando cirrosis y afectar también al
riñón. Inhibe al sistema inmune. Puede favorecer la aparición de cáncer
pulmonar, de vejiga y aparato reproductor femenino.
-Berilio:
Produce graves complicaciones pulmonares, conocida como beriliosis.
-Cadmio:
Causa fracturas y deformación de hueso, endurecimiento de arterias e
hipertensión, glaucoma, infertilidad masculina y cáncer de próstata.
-Plomo:
Perturba la biosíntesis de hemoglobina, aumento de la presión sanguínea, perturbación
del sistema nervioso, déficit atencional, cefaleas, irritabilidad, temblores,
parestesias, alteraciones renales y hepáticas, inflamaciones pulmonares, disminuye
el calcio en los huesos, contribuye a la diabetes, infertilidad masculina.
-Mercurio:
Daña el sistema nervioso, perjudica el desarrollo del feto, ansiedad, insomnio,
síndrome de cansancio, pérdida de cabello, inapetencia, hiperactividad de los
niños, vértigo, temblores, dolores de cabeza, estomatitis, eretismo, problemas
de audición y visión, problemas tiroideos y alteraciones sexológicas.
-Níquel:
Aumenta las posibilidades de desarrollar cánceres de próstata, pulmón, nariz y
laringe, así como asma y bronquitis crónica, alteraciones del peso, irritación
de la piel,
También el
cobalto, el cromo, el cobre, el manganeso, el estaño y el talio tienen una gran
incidencia.
Pero, ante
esto ¿qué podemos hacer? Evidentemente es necesario aumentar, a nivel general y
global, el control de contaminación por metales pesados en las diferentes vías
productoras y de entrada que afectan a la población. A nivel individual podemos
prevenir e intentar evitar, dentro de lo posible, la entrada de metales pesados
en nuestro organismo y, por otro lado, promover mecanismos de eliminación y desintoxicación,
especialmente mediante técnicas de quelación, es decir, mediante procesos
químicos naturales que promueven la eliminación de metales pesados al unirlos a otros
elementos afines, estimulando su eliminación conjunta. La quelación persigue la
desintoxicación del organismo de los metales, pudiendo realizarse por vía oral
o venosa. La primera es más lenta, suave y totalmente natural, mientras que la segunda puede ser
más rápida pero requiere de una mayor vigilancia y un control estricto,
debiendo ser realizada por personal médico especializado en medicina biológica.
No podemos terminar este texto sin llamar a la reflexión en el sentido de que
cualquier mejora en la salud pasa necesariamente por cambiar algunos hábitos de
vida, naturalizándolos y armonizándolos. Es decir, no podemos contentarnos con
aplicar remedios de forma puntual y aislada, sino realizar cambios y mejoras
naturales más profundas como parte de un proceso más amplio que permita
prevenir y asegurar una mayor calidad de vida y bienestar. Por eso debemos
mejorar nuestra alimentación en general, consumir más productos ecológicos y
suplementarla adecuadamente con vitaminas, minerales, antioxidantes…, realizar
ejercicio físico de forma regular, combatir el estrés y la ansiedad,
promoviendo la relajación y la higiene mental, así como eliminar el consumo de
sustancias tóxicas, tabaco, alcohol…
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