Los Omega-3 en enfermedades físicas
Hemos tenido
oportunidad de comprobar en algunos de los estudios revisados, que los
beneficios para la prevención y el tratamiento de algunas enfermedades deriva
de las propiedades directas de los Omega-3, o de su acción indirecta compensando
y neutralizando los efectos negativos del exceso de Omega-6. A continuación analizaremos
más detenidamente, los beneficios que pueden aportar en enfermedades físicas
concretas, repasando brevemente algunas de las principales investigaciones
realizadas, no sin antes efectuar una pequeña reflexión: -Debemos tener en
cuenta que los datos estadísticos son siempre limitados en su aplicación real.
Cuando se experimenta con personas, puede ocurrir que las diferencias
individuales no puedan ser controladas totalmente, contribuyendo ello, a que
ocasionalmente se produzcan resultados estadísticamente discrepantes o
contradictorios. En muchos estudios no se diferencia si las personas de la
muestra se conforman pasivamente, o por el contrario luchan y movilizan sus
propias defensas físicas y mentales más allá de lo que hacen otras. Por esa
razón, en medicina no siempre dos más dos son cuatro. Y por esa razón también,
debemos obrar con cautela cuando se analizan los resultados de las
investigaciones y las estadísticas, teniendo en cuenta que son datos relativos,
pero no absolutos, orientadores pero no determinantes a nivel individual-.
Los
Omega-3 en trastornos cardiovasculares
Los problemas cardiovasculares se han
convertido en la primera causa de muerte en la sociedad moderna. Es justo pues,
empezar por ellos.
En un estudio comparativo de la dieta de
50 esquimales que se realizó en el año 1976, y que fue publicado en el año 1980
por The American Journal of Clinical
Nutrition (10), se observó que los esquimales tenían menos problemas
cardiovasculares que otras poblaciones. En ese mismo año 1980, los científicos
daneses Kromann y Green comprobaron que en Groenlandia, los esquimales tenían
una prevalencia de accidente cardiovascular que era ocho veces menor a la de
los esquimales que habían ido a vivir a Dinamarca, hallando la causa de esta
diferencia en los altos niveles de Omega-3 presentes en la sangre de los
esquimales que no habían emigrado, debido a su alto consumo de pescado.
A
partir de entonces se empezó a investigar más intensamente el posible beneficio
de los Omega-3 en la prevención de la arteriosclerosis y problemas
cardiovasculares, dado que estos trastornos se estaban convirtiendo en la mayor
plaga para el mundo moderno.
Las investigaciones que se realizaban,
iban confirmando estas propiedades una tras otra, publicándose en todas las
revistas científicas del mundo. Por ejemplo, el año 1982 en el Journal of Nutrition Science of Vitaminologye
(11), se hacían eco de los estudios que confirmaban que la
alta longevidad de los japoneses y su baja prevalencia de las enfermedades
cardiovasculares, se debían al alto consumo de ácidos grasos Omega-3 en su dieta,
a través del consumo de pescado. O como en 1989, cuando la revista científica Lancet (12) confirmaba tras una investigación realizada por
científicos, que la ingesta moderada de pescado (dos o tres veces a la semana),
aportaba una reducción significativa en la mortalidad de pacientes que habían
sufrido un infarto de miocardio.
Pero como suele suceder en el ámbito
científico, unas investigaciones eran más amplias que otras, tenían objetivos y
resultados distintos, utilizaban diferentes diseños, hipótesis y criterios
evaluadores, de forma que los resultados no siempre eran del todo concordantes,
fiables y concluyentes. Así las cosas, el equipo investigador danés de la Research Department of Human Nutrition, Royal Veterinary and Agricultural University, en
Frederiksberg (13), realizó en 1999 un metaanálisis –que es un análisis
de análisis en el que se estudian y homogeneizan las características de diseño
y resultados de distintos estudios e investigaciones realizados anteriormente-,
mediante el cual pudieron comprobar, que efectivamente, el consumo de pescado
reducía de forma eficaz y real el riesgo de la mortalidad por accidente
coronario, especialmente en aquellas poblaciones de alto riesgo, como por
ejemplo la norteamericana.
Por su parte, el Department of Nephrology, Aalborg Hospital (14), comprobó en el 2001, que los Omega-3 reforzaban la
frecuencia del ritmo cardíaco, lo protegían de las arritmias, confirmando además,
que reducía las posibilidades de muerte súbita cardiaca.
Los estudios iban acumulándose, hasta
que en el año 2005, ante tal avalancha de investigaciones con resultados positivos,
la Organización Mundial de la Salud (OMS) no tuvo más remedio que recomendar
oficialmente, la ingesta de ácidos grasos Omega-3, en especial EPA y DHA, para
la prevención de las enfermedades cardiovasculares. Hay que tener muy en cuenta,
que la propia OMS ha previsto que en el año 2020, las enfermedades
cardiovasculares serán la primera causa de muerte y de incapacidad en el mundo.
Por lo tanto, cumplir o no esta recomendación resultará crucial, dentro de unos
años, para millones de personas.
Pero
siguiendo en el ámbito de las recomendaciones, la American
Heart
Association/American College of Cardiology y la European Society of Cardiology, también sugirieron la ingesta de 1g/día de los dos
ácidos grasos Omega-3, el EPA y el DHA, para la prevención secundaria cardiovascular
–se llama así al tratamiento posterior a un infarto de miocardio- y para la
prevención de la muerte súbita de causa cardiaca. Asimismo, para reducir los
niveles elevados de triglicéridos, recomendó tomar entre 2g y 4g de Omega-3 al
día. Y aún otra recomendación más reciente, realizada por el Department of Cardiovascular Diseases,
Ochsner Medical Center, de Nueva Orleans en 2009 (15). Según sus estudios, realizados con más de 40.000
participantes, para asegurar una eficiente protección cardiovascular es
necesario ingerir diariamente un mínimo de 500mg de EPA+DHA como prevención
primaria, en aquellas personas sin enfermedad subyacente conocida, y un mínimo
de 800mg a 1.000mg como prevención secundaria, en aquellas personas con
enfermedad coronaria conocida, o infarto de miocardio.
La Japan Eicosapentaenoic Acid -EPA- Lipid Intervention Study, más conocida como JELIS (16), es el más amplio y exhaustivo estudio efectuado con Omega-3,
realizado durante 4,6 años, con 18.600 pacientes japoneses, hombres y mujeres,
afectados de hipercolesterolemia, con antecedentes de enfermedad de la arteria
coronaria y otros con episodios de infarto de miocardio. El procedimiento de esta
investigación consistió, tras dividir aleatoriamente a los participantes en dos
grupos, en administrar estatinas como monoterapia al primer grupo, que sería el
grupo de control –las estatinas son medicamentos para bajar el colesterol-, o
administrando estatinas más E-EPA, a razón de 1,8g/día, al segundo grupo, que
seria el grupo experimental EPA.
Al finalizar el estudio se pudo
comprobar en los resultados, que añadir E-EPA como complemento a los tratamientos
con estatinas, reducía los efectos cardíacos adversos, tanto en la prevención
primaria, es decir, antes de que aparezca un proceso patológico grave, como en
la prevención secundaria, cuando ya se ha manifestado dicho proceso. Además, se
comprobó que el E-EPA administrado, había reducido el riesgo de enfermedades
coronarias en un 53%, los infartos de miocardio en un 19%, la angina de pecho
en un 24% y la recaída del ictus, en un 20%. Las conclusiones de los
investigadores fueron claras. Una de ellas es que se puede reducir el riesgo de
enfermedad coronaria en la población occidental, especialmente en individuos
con antecedentes de infarto de miocardio, complementando los tratamientos médicos
convencionales con una ingesta adicional de E-EPA, ya que los efectos de éste
se añaden a los de las estatinas, sin que se alteren los niveles de las lipoproteínas.
Hay que tener en cuenta que la investigación se realizó sobre ciudadanos
japoneses, los cuales consumen habitualmente Omega-3 a través del pescado, en una
cantidad aproximadamente 8 veces mayor que un ciudadano típico de la cultura
occidental, por lo que era fácil deducir que en poblaciones con menor consumo
de pescado, el efecto protector podía ser aún mayor.
Otra conclusión fue que el E-EPA actúa
positivamente induciendo la reducción de las placas arteriales inflamadas. Y
otra más, también importantísima, que los efectos del E-EPA se manifiestan al
cabo de muy poco tiempo de haber iniciado la terapia, independientemente de la
dieta, y también con independencia de si se trata de prevención primaria o
secundaria. Todo ello reforzó aún más si cabe, la clarísima conveniencia de la
utilización de suplementar la dieta con Omega-3 (17).
La Unidad de Lípidos de la Fundación Jiménez
Díaz y el Departamento de Nutrición de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense
de Madrid (18), confirmaron
por su parte, en el año 2004, que el consumo habitual de EPA y DHA, disminuye
el riesgo de muerte súbita y previene las arritmias. Estimaron, que muchas de
las muertes por causa coronaria son consecuencia de la inestabilidad eléctrica
del músculo del miocardio, que genera un paro cardíaco -fibrilación ventricular-,
y que las propiedades antiarrítmicas de los Omega-3 se deben precisamente, a la
capacidad de estos ácidos grasos para estabilizar la contracción de la célula
muscular cardiaca. Asimismo, sus propiedades antitrombóticas eran patentes, ya
que contribuyen a la disminución de la agregación plaquetaria que se produce en
los vasos sanguíneos, mejorando la función endotelial o capacidad vasodilatadora,
y evidenciando su beneficiosa acción en la isquemia coronaria o disminución del
flujo sanguíneo.
Por su parte, la
Escuela de
Graduados de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Hiroshima (19), estudió en el año 2008 la prevalencia del síndrome
metabólico –que es una condición caracterizada por la acumulación de múltiples
factores de riesgo para la aterosclerosis-, haciendo una comparación entre el
japonés nativo, y el japonés americano. Después de realizar la investigación
con 416 japoneses nativos de Hiroshima, y 574 japoneses de Los Ángeles, hallaron
una prevalencia en los nativos, del 13,9% en el caso de los hombres, y del 2,7%
en las mujeres, mientras que en el grupo de “japoneses americanos”, la
prevalencia fue de 32,7% en los hombres, y del 3,4% en las mujeres. Hubo diferencias muy
significativas en los hombres, pero no así en las mujeres. Ello vino a demostrar,
que la “occidentalización” del estilo de vida, aumentaba la prevalencia del
síndrome metabólico entre los hombres “japoneses americanos” en relación con
los japoneses nativos.
En algunas ocasiones, los trabajos científicos
realizados también han estudiado la asociación entre varias enfermedades. Por
ejemplo, la artritis reumatoide se asocia con un mayor riesgo cardiovascular,
por lo que la Unidad de Reumatología del Royal Adelaide Hospital
(20), realizó una investigación para demostrar que el aceite
de pescado reducía los síntomas de la artritis reumatoide, al mismo tiempo que
los de riesgo cardiovascular. Con un programa que incluía quimioterapia para
pacientes con artritis reumatoide temprana, se distribuyó un grupo de control,
que siguió el tratamiento estándar, y otro grupo que tomó EPA. Pues bien, al
cabo de 3 años, se examinaron los resultados y se comprobó que en el grupo EPA,
la presencia de AA (ácido araquidónico) fue un 30% menor en las plaquetas, y un 40% menor en las
células mononucleares. Asimismo, que el tromboxano B2 también fue un 35%
inferior, y la prostaglandina E2 un 41% menos –recordemos que se trata de
eicosanoides negativos-. Los pacientes del grupo EPA, tuvieron cambios
favorables en los lípidos en sangre, mientras que el grupo de control no los
tuvo. La remisión de síntomas fue del 72% en el grupo EPA, y solo del 31% en el
grupo de control. En base a estos resultados, los investigadores concluyeron el
estudio confirmando, que el aceite de pescado reducía el riesgo cardiovascular
en pacientes con artritis reumatoide, al tiempo que también era beneficiosa
para ésta.
Observamos en este estudio, la
confirmación de la existencia de el nexo común entre estos trastornos
aparentemente distintos, lo que nos reafirma en la importancia fundamental del
equilibrio Omega-6/3 en la génesis de patologías aparentemente muy diferentes
entre si, de tal forma que mediante los Omega-3, en este caso concreto EPA, se
puede obtener mejora en todas ellas ya que comparten este nexo causal común.
Otras investigaciones han estudiado los
efectos protectores cardiovasculares de una nutrición tipo dieta mediterránea
enriquecida con Omega-3. Un importante trabajo se llevó a cabo con 600
pacientes infartados, seguidos durante una media de 46 meses (21). El resultado fue espectacular, pues todos los
riesgos cardiovasculares, tanto de fallecimiento, muerte cardiaca, nuevo
infarto y demás complicaciones coronarias, se redujeron entre un 50% y un 70%
en función de sus complicaciones específicas.
El Gruppo
Italiano per lo Studio della Sopravvivenza nell’Infarto miocárdico GISSI-, ha realizado importantísimas investigaciones que han sido publicadas en
The Lancet (22). En el año 1999, publicaron un ensayo, en el que
participaron 11.324 pacientes que habían sobrevivido a un infarto de miocardio.
Se les administró 1g diario de EPA + DHA, durante 3 años y medio. Pues bien, al
cabo de ese tiempo, los resultados constataron una reducción de la mortalidad
por problemas cardíacos, en un 30%, mientras que la mortalidad súbita debida a
problemas del ritmo ventricular, se había reducido en un 45%. En el año 2008,
realizaron otro ensayo (23) en el que
administraron 1g diario de Omega-3 -EPA+DHA- de forma aleatoria a la mitad de
6.975 pacientes con insuficiencia cardiaca crónica, y placebo a la otra mitad,
durante en periodo de 3,9 años. Al cabo de este tiempo, se verificó que había
un 9% menos de muertes en el grupo Omega-3 que en el grupo placebo, y un 8% menos
de ingresos hospitalarios.
En el Toyama University Hospital (24), realizaron una investigación en la que administraron
1,8g diario de EPA a un grupo de 9.326 pacientes –que sería el grupo
experimental EPA-, mientras que a 9.319 pacientes se les administró placebo
–que sería el grupo de control placebo-. Al cabo de 5 años, se comprobó en los
pacientes que habían sufrido infartos, que en el grupo EPA hubo un episodio de
repetición del 6,8 por ciento, mientras que en el grupo placebo las
repeticiones subieron hasta el 10,5 por ciento, además de observarse en el
grupo EPA una bajada del colesterol y de las arritmias. Lógicamente, los
investigadores concluyeron que el EPA era beneficioso para la salud
cardiovascular. Fíjense los lectores –porque a veces los números pueden
desorientar-, que la diferencia entre el 6,8 por ciento y el 10,5 por ciento de
cada grupo, aparentemente pequeña, en realidad significa un 35% menos de
posibilidades de sufrir una repetición de infarto si se tomaba EPA con respecto
a si no se tomaba. En ese mismo año, el Current
Vascular Pharmacology (25) (26), publicó que de entre todas las propiedades
cardiovasculares de los Omega-3, la más clara acción beneficiosa a corto plazo,
es su capacidad para prevenir la muerte súbita cardiaca.
Y hablando de acciones a corto plazo, otra
más. El Department of Medicine,
University of Western Australia, and the West Australian Heart Research
Institute, en Perth (27), realizó en
el ámbito ambulatorio durante el año 1999,
un estudio doble ciego controlado por placebo, comparando los efectos que
sobre la presión arterial y la frecuencia cardiaca, podían ejercer el DHA, EPA
y el aceite de oliva como placebo. Pues bien, los resultados mostraron que el
DHA tenía un efecto reductor más rápido y significativo sobre la presión
arterial y la frecuencia cardiaca en 24 horas, que el EPA y el placebo. En el 2009,
otro estudio (28) confirmó asimismo, el notable papel de los Omega-3 en
la mejora de la hipertensión en dislipémicos, diabéticos y ancianos, con la
excelentísima ventaja que supone poder rebajar entonces la cantidad de fármacos
administrada a este tipo de pacientes.
Para finalizar este clarificador viaje
cardiovascular, fijemos la atención en un estudio especial de casos y controles
realizados en Seattle en el año 2007 (29) (30). Se comprobó, relacionando análisis sanguíneos con la
salud cardiaca de varios pacientes, que los individuos con 6,5% de ácidos
grasos Omega-3 en las membranas de los eritrocitos de su sangre, presentaban un
impresionante 90% menos de riesgo de muerte súbita de tipo cardíaco, en
comparación con aquellos tenían un nivel un 3,3% de Omega-3, lo que vino a significar,
que el nivel de Omega-3 en la sangre se relaciona en el riesgo de sufrir un
paro cardíaco, de forma que si elevamos su consumo tenemos muchísimas menos
posibilidades de sufrir un ataque.
En
colitis ulcerosas, enfermedad de Crohn
Los trastornos o inflamaciones
intestinales han aumentado en los últimos años en la población. El cáncer de
colon es uno de los más frecuentes. ¿Qué misterio esconde este fenómeno que
afecta a una zona de nuestro cuerpo, el sistema digestivo, que lógicamente es
una de las partes orgánicas más directamente relacionada con lo que comemos?
Veamos qué ocurre cuando se implican los Omega.
En el año 1990, el Departamento de Medicina de Mount Sinai School of Medicine, en
Nueva York (31), realizó un
ensayo abierto de 10 pacientes con colitis ulcerosa moderada, en los que había
fracasado el tratamiento farmacológico convencional con esteroides. Se les
suministró 2,7g/día de EPA, dividido en tres tomas diarias, durante 8 semanas. Los
resultados mostraron que siete pacientes obtuvieron una notable mejoría, y la
dosis de esteroides que tomaban pudo reducirse en cuatro de los cinco pacientes
tratados con prednisona –un corticoesteroide que también se utiliza en el asma,
lupus o artritis reumatoide-, mientras que tres pacientes obtuvieron poca o ninguna
mejora, pero ninguno empeoró. En el estudio se constató además, que todos los
pacientes habían tolerado el bien aceite de pescado, sin provocar ninguna
alteración en los análisis de sangre rutinarios. Estos resultados mostraron
claras ventajas y ninguna desventaja en la administración de Omega-3 a estos enfermos, en este
caso EPA, verificando que es un producto seguro.
Posteriormente, en California (32), se llevó a
término una investigación de título Fish
oil fatty acid supplementation in active ulcerative colitis: a double-blind,
placebo-controlled, crossover study, realizada con pacientes afectados de
colitis ulcerosa activa leve o moderada, en los se había observado que sus
niveles de leucotrieno B4 en la mucosa rectal habían aumentado, contribuyendo
a la diarrea y a la inflamación, y correlacionando así, con la severidad de la
enfermedad. La hipótesis a confirmar era en principio, que los Omega-3 como
inhibidores de la síntesis de los leucotrienos podían ser beneficiosos para la
colitis ulcerosa. En el estudio, controlado con placebo y a doble ciego, se
administró durante 8 meses a 11 pacientes, suplementos dietéticos con aceite de
pescado, que proporcionaba alrededor de 4,2g/día de Omega-3. Pues bien, al
término de la investigación, la media de índice de actividad de la enfermedad
disminuyó un 56% en los pacientes que recibieron aceite de pescado, y sólo un 4%
en los pacientes con placebo, confirmándose el beneficio de los Omega-3. Pero no
hubo sin embargo, diferencias estadísticamente significativas en las
puntuaciones histopatológicas del nivel del leucotrieno B4 en la mucosa
colónica. Todos los pacientes toleraron bien la ingestión de aceite de pescado,
y no se mostró ninguna alteración en los análisis de sangre rutinarios. Ningún
paciente empeoró, y los antiinflamatorios pudieron reducirse o eliminarse en 8
pacientes (72%) del grupo Omega-3. Los investigadores concluyeron que, efectivamente,
el aceite de pescado mejoraba el estado de la colitis ulcerosa, pero no se
asoció con una reducción significativa de la producción en la mucosa del
leucotrieno LTB4.
Este resultado, aporta por una parte la
evidencia de que los Omega-3 poseen propiedades que influyen directamente en la
mejora de enfermedad, pero por otra parte, muestra la gran dificultad de conseguir
reducir los niveles orgánicos de los eicosanoides negativos –en ese caso el
leucotrieno LTB4-, lo que nos muestra la necesidad de prevenir los daños que
causa, disminuyendo la ingesta de Omega-6.
Por su parte, en el Department of Pediatrics, Juntendo University, School of Medicine, en
Tokio (33), se investigó también la utilidad del E-EPA en niños de
entre 8 y 16 años con colitis ulcerosa en remisión. Se constató que una dosis
de 1,8g/día de E-EPA era bien tolerada y sin ningún efecto secundario durante
dos meses. La investigación permitió comprobar además, que no había diferencias
significativas en los resultados de laboratorio en cuanto a la puntuación
histológica antes y después de la
mucosa, pero sí que hallaron diferencias significativas en el nivel de
EPA en los eritrocitos de las membranas, que era más alto, y una disminución
del leucotrieno LTB4, que interviene en la producción de citoquinas
proinflamatorias. Vemos que al igual que en la anterior investigación, no se
produjo reducción de los leucotrienos a nivel histológico –es decir, a nivel de
tejido intestinal-, pero sí que lo hizo en la sangre. Esto nos confirma que
recuperar los daños físicos que afectan los tejidos es dificultosos y
requiere proporcionalmente un tiempo tanto más largo cuanto más extenso haya
sido el tiempo que ha estado expuesto este tejido a los efectos dañinos de los
eicosanoides negativos derivados de los Omega-6, mientras que las mejoras
funcionales o sintomáticas, pueden ser muy evidentes en un plazo de tiempo
infinitamente más corto e inmediato.
En el año 2009 se llevó a cabo en el
Reino Unido, un macro estudio de cohortes de carácter prospectivo, titulado Linoleic Acid, a Dietary N-6 Polyunsaturated
Fatty Acid, and the Aetiology of Ulcerative Colitis - A European Prospective
Cohort Study (34), el cual se extendió a Suecia, Alemania, Dinamarca e
Italia, y abarcó a más de 200.000 pacientes, hombres y mujeres de 30 a 74 años. Pues bien, los
resultados fueron tan rotundos, que los responsables de la investigación
afirmaron que se había probado que los Omega-6, que se metabolizan en forma de
AA, tenían un papel predominante en la etiología y el aumento de riesgo de la
colitis ulcerosa. Es decir, confirmaron su más que probable responsabilidad en
la generación de la enfermedad.
Por su parte, el profesor
Ángel Gil, de la Universidad de Granada
(35), ya había recomendado también en el año 2003, el E-EPA
para pacientes con colitis ulcerosa, mientras que en el año 2005, unos estudios
realizados en Estados Unidos por investigadores
de la Universidad Harvard en Boston (36), posibilitaron
la identificación de un nuevo lípido bioactivo, la resolvina RvE1, de la que el
EPA es precursor, pudiendo comprobar que era muy beneficiosa en las
enfermedades inflamatorias crónicas intestinales, que son las que causan
ulceraciones e inflamaciones de diversas áreas del intestino, y cuya mayor
parte se clasifican como colitis ulcerosa, o enfermedad de Crohn.
En el año 1996, The England journal of medicine (37), publicó una investigación realizada con 78 pacientes
con la enfermedad de Crohn, en la que fueron divididos en dos grupos al azar,
administrándole al grupo experimental, 2,7g diarios de Omega-3 en cápsulas, y
placebo diario al grupo de control. Al cabo de un año los resultados mostraban
que el 59% de los pacientes del grupo Omega-3 mostraban remisión en la
enfermedad, mientras que sólo un 26% del grupo placebo habían mejorado.
Vemos
por lo tanto, que independientemente del mecanismo íntimo mediante el cual
actúen los Omega-3, la evidencia sobre el beneficio que aportan en este tipo de
patologías, en especial el EPA, así como buena tolerancia, está suficientemente
probado.
En
artritis reumatoide
En el año 2003, desde la Unidad de Reumatología del Royal Adelaide Hospital
(38), el
Dr. Cleland (39) se lamentaba de que a pesar de que los beneficiosos
efectos antiinflamatorios de los Omega-3 habían sido suficientemente
comprobados de forma científica, mediante estudios aleatoriezados a doble ciego
y controlados con placebo, consiguiendo evitar o disminuir los efectos de las
citoquinas proinflamatorias y la degradación del cartílago, muchos médicos
seguían ignorando esta bioquímica en sus tratamientos terapéuticos, formulas,
principios de aplicación y modificaciones de la dieta, negando así un
beneficio más que probado a sus pacientes.
Efectivamente, la eficacia de los Omega-3 en
la artritis reumatoide ha sido comprobada y reafirmada por diversas investigaciones
realizadas por prestigiosos doctores e instituciones, que han recomendado su
utilización. Por ejemplo, el Dr. Kremer, de la Division of Rheumatology, Albany Medical College, en
Nueva York (40), el cual demostró en el año 2000, que la ingesta
diaria de suplementos de Omega-3, concretamente EPA y DHA, combinados con los
medicamentos, mejoraban la artritis reumatoide. Por su experiencia profesional
e investigadora, valoraba en 3g/día la dosis mínima necesaria para obtener los
beneficios deseados, siendo en general bien tolerada y sin efectos tóxicos.
En el año 2007, la American
Heart Association/American
College of Cardiology y la European Society of Cardiology (41), recomendaba tomar 1g/día de Omega-3, para reducir la
rigidez matinal y la inflamación de las articulaciones en pacientes con artritis
reumatoide. Otros estudios demostraron asimismo, que una dosis de 2,6g/día o
más de EPA+DHA, reducía los síntomas de la artritis reumatoide después de 12
semanas, y que consumir una dosis mayor podía incluso reducir este período de
latencia (42). Precisaron también, que el mecanismo de mejora era
debido a una disminución de la inflamación debido a la capacidad del EPA de
inhibir las prostaglandinas de los Omega-6 –o sea, de inhibir eicosanoides
negativos de efectos proinflamatorios-.
En
el asma y bronquitis asmática
El exceso de Omega-6 y la falta de
Omega-3, según han demostrado diferentes investigaciones, no solo parece actuar
positivamente en el asma, sino también sobre el enfisema pulmonar y la bronquitis
crónica, especialmente la derivada del tabaquismo (43).
El año 2005 la Human Performance and Exercise Biochemistry Laboratory, Department of Kinesiology,
Indiana University (44), tras reflexionar sobre el hecho de que a pesar del
progreso que se ha hecho en el tratamiento del asma, la prevalencia y la carga
de esta enfermedad había seguido aumentando, y además de ello, aunque los
medicamentos suelen ser eficaces, pueden tener efectos secundarios importantes,
quisieron investigar si las terapias alternativas podrían disminuir las dosis
farmacológicas, y reducir así, el coste de esta enfermedad para la salud
pública. Partiendo de la evidencia de que los factores dietéticos podían
desempeñar un papel preponderante en el aumento de la incidencia de asma en las
sociedades occidentales, debido al exceso de Omega-6 en la dieta, que tiene
efectos proinflamatorios, realizaron un estudio titulado Protective
Effect of Fish Oil Supplementation on Exercise-Induced Bronchoconstriction in
Asthma. Analizaron los
efectos de una ingesta suplementaria de Omega-3 sobre el asma y la
broncoconstricción inducida por el ejercicio físico, sometiendo a investigación
un grupo de 16 deportistas asmáticos con broncoconstricción, los cuales fueron
divididos en dos grupos, administrándoles aleatoriamente suplementos de aceite
de pescado o placebo durante 3 semanas.
Al finalizar el estudio se observó que el
grupo experimental, el que había tomado aceite de pescado, mejoró la función
pulmonar y previno que se produjera broncoconstricción después de la
realización de los ejercicios, mostrando al mismo tiempo, una notable reducción del estrechamiento en
las vías respiratorias, así como también, una disminución en el uso de los
medicamentos broncodilatadores. Vistos estos resultados, la conclusión fue que
la suplementación dietética con Omega-3 podía ser una modalidad de tratamiento muy
beneficiosa y viable para la prevención y tratamiento de esta enfermedad,
pudiendo contribuir además, a rebajar su prevalencia y la carga económica que
supone para la sanidad pública.
Y ya que hablamos de prevención,
precisamente ésta fue el objetivo principal de una interesantísima
investigación que se llevó a cabo en la Maternal Nutrition Group, Department of Epidemiology Research, Statens Serum Institut, de
Copenhagen, en el año 2008 (45), confirmando
sus resultados, que no hay mejor inversión en la salud, que la prevención. El estudio fue el que sigue.
Se realizó con más de 500 mujeres
embarazadas, con la intención de comprobar si la ingesta de Omega-3 durante el
embarazo a partir de la semana 30 podría tener efectos inmunomoduladores
futuros en el niño, y afectar a la descendencia del riesgo de asma. Se inició
en el año 1990, con una muestra de 533 mujeres con embarazos normales, en torno
a las 30 semanas de gestación, que fueron asignadas aleatoriamente en tres
grupos. El primer grupo de 266 mujeres recibió
2,7g/día de Omega-3, en el segundo grupo, 136 mujeres recibieron aceite
de oliva, y en el tercer grupo, 131 mujeres recibieron placebo sin aceite,
hasta el último día de gestación.
Pues bien, 16 años después, en agosto de
2006, de entre los 531 niños nacidos vivos, 528 fueron identificados, y se
comprobó que 523 seguían vivos en aquella fecha. Entre éstos últimos, había 19
niños que habían recibido diagnóstico de asma, y 10 más diagnóstico de asma
alergia asmática. Se observó que había una reducción del 63% de la tasa de
riesgo de asma y de un 87% en el riesgo de alergia asmática en el grupo
Omega-3 respecto al grupo aceite de oliva, por lo que los investigadores concluyeron
que el aumento en la ingesta de Omega-3 en la última etapa del embarazo, tiene
un importante potencial profiláctico en relación con el asma de los niños, y
por tanto podía ser utilizado con ventaja para prevenirla.
Además de ello, en caso de que los niños
ya hayan desarrollado asma bronquial, también los suplementos de Omega-3 han demostrado
su eficacia, tal como se comprobó en el estudio llevado a cabo con 29 niños en
el año 2000 (46). Los resultados mostraron una significativa mejora en
los síntomas del asma en los niños que tomaron Omega-3, así como una ausencia
total de efectos secundarios.
Con estos datos, seguro que las madres y
futuras madres lectoras, ya saben qué tienen que preguntar al pediatra.
¿Verdad?
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