En
el cáncer
Epidemiológicamente –o sea, mediante la
realización de extensos estudios de salud en poblaciones humanas-, se ha
constatado que el cáncer es menos común en zonas donde se consumen grandes
cantidades de animales marinos, considerándose responsable de ello, a los
ácidos grasos poliinsaturados Omega-3 como el EPA y el DHA. Es por esta causa
que las mujeres japonesas, que comen mucho pescado, tienen una proporción muy
baja de cáncer, mientras que por su parte, los hombres japoneses también tienen
una tasa de cáncer de próstata también menor a la media. Igual ocurre si nos
referimos a cánceres de estómago e intestino. También se ha comprobado que la
quimioterapia es más eficaz cuando en la dieta del enfermo hay una mayor
proporción de Omega-3. Con estas nociones previas, iniciamos el repaso sobre
los probados beneficios de los Omega-3 sobre el cáncer.
Un curioso fenómeno fue observado en un
estudio realizado con 660 pacientes japoneses en el año 1989 (47). En occidente hay un porcentaje mucho más elevado de cánceres
de próstata que en Japón, sin embargo, se comprobó en japoneses menores de 50
años, que tenían microtumores en la próstata que no se habían desarrollado, en
una proporción similar a la media occidental. Este hallazgo sugirió que la diferencia
podría estar en que el mayor consumo de Omega-3 entre los japoneses, aunque no
evitaba el inicio de microtumores, reforzaba su sistema inmunitario e impedía
el desarrollo del cáncer.
El año 1989, el Department of Medicine, New England Medical Center Hospital, en Boston
(48), comprobó que
un exceso de Omega-6 producía reacciones de oxidación, provocando respuestas
inflamatorias, al tiempo que verificaron que los Omega-3 reducían esta
inflamación, así como su efecto inhibidor sobre la producción de interleuquina
IL-1 y del factor de necrosis tumoral.
En posteriores investigaciones, se
comprobó asimismo, que las dietas ricas en Omega-6 promueven la génesis
tumoral, mientras que las dietas ricas en Omega-3, compensan la desproporción
de aquellos y se convierten en un factor importante para evitar el desarrollo y
la progresión de varios tipos de cánceres, dado que la mayoría de cánceres son
condiciones inflamatorias en las que el mediador proinflamatorio interleuquina
IL-8, producido por las células inmunes, desempeña un papel significativo,
habiéndose verificado que en estos casos se encuentra en unos niveles más
elevados, promoviendo además la formación de angiogénesis, es decir, la
formación de vasos sanguíneos nuevos patológicos, que proveen al tumor de oxígeno
y nutrición, favoreciendo de esta forma la proliferación celular y la
metástasis.
Efectivamente, este efecto inhibidor de
la angiogénesis fue comprobado entre otras, en una investigación de la Division of Nutrition and Endocrinology, American
Health Foundation, en Nueva York (49). Este centro
ya había realizado estudios anteriores en los que había comprobado
investigando con ratones, que los Omega-3 retardaban la progresión del cáncer
de próstata (50).
Científicos de la Universidad de Indiana (51), demostraron en el año 2004, que los Omega-3 tienen
una doble facultad muy beneficiosa. Por una parte previenen la muerte celular
programada –llamada técnicamente apoptosis-, especialmente la muerte prematura
de las células cardiacas, neuronales y retinianas, pero por otra parte se
muestran apoptóticas en las células cancerosas, es decir, que aceleran su
muerte. Estos científicos recomendaron los Omega-3 como tratamiento complementario
del cáncer debido a esta capacidad apoptótica para la célula cancerosa, unida a
su capacidad antiinflamatoria. Además, los Omega-3 son muy útiles por su acción
antidepresiva, especialmente el EPA, -cuestión que trataremos detalladamente
más adelante-, y que es un trastorno que habitualmente aparece de forma
concurrente con el cáncer, o incluso se desencadena con la misma comunicación
del diagnóstico al paciente, contribuyendo a empeorar más el pronóstico de la
enfermedad.
En diversas investigaciones, se ha
comprobado parte de este mecanismo apoptótico, en concreto la importante acción
de las células NK –“natural killer”, o células asesinas naturales-, que son
unos linfocitos que forman parte substancial de nuestro sistema inmunitario.
Resulta que cuando estas células detectan virus, bacterias o células cancerosas,
los atacan penetrando en su interior gracias a la “perforina”, e introducen sus “granzima”, que es la que
activa los mecanismos de autodestrucción programados, rompiendo posteriormente
el núcleo de la célula cancerosa (52), (53). Pues bien, algunos estudios tan importantes como el
realizado en Japón, por el Saitama Cancer
Centre Research Institute (54), en el que se hizo un seguimiento de cohortes durante
11 años, demostró que cuanto mayor es la actividad de los glóbulos blancos NK,
y consiguientemente mayor es la actividad del sistema inmunitario, menores son
los riesgos de sufrir cáncer y mayores las posibilidades de supervivencia.
Asimismo, se demostró la evidencia de que una baja actividad de las células NK,
lo que equivale a una baja actividad de las defensas naturales, favorece el
desarrollo de la metástasis (55).
Otro hecho constatado es que las
células inmunes son sensibles a nuestros sentimientos, y reaccionan
positivamente ante estados emocionales de alegría y paz, mientras que un
sentimiento de impotencia y falta de lucha se contagia también al sistema
inmunitario, y éste no lucha. Por eso cuando una enfermedad concurre al mismo
tiempo con depresión, el pronóstico de la enfermedad es siempre peor.
En el Centro de Investigación Biomédica de Pennington, Lousiana State
University (56), se llevó a cabo una investigación en la que se
complementó con Omega-3, el tratamiento de quimioterapia convencional de
diversos tipos de cánceres, incluidos los de pulmón, colon, mama y próstata. El
resultado fue que la recuperación mejoró cuando la dieta incluía Omega-3, por
lo que concluyeron que su utilización como suplemento es una alternativa útil
para obtener un mejor resultado, retrasando o previniendo la recurrencia del
cáncer, así como para aquellos pacientes con problemas hacia la toxicidad de
los tratamiento estándar. El Dr. Hardman, considera que el consumo de Omega-3 después
de la terapia adecuada, puede retrasar o detener el crecimiento de las células
en la metástasis, aumentando la longevidad de los pacientes y mejorando su
calidad de vida (57).
Por su parte, el Dr. De Lorgeril, en su estudio titulado Mediterranean dietary pattern in a
randomized trial. Prolonged survival and possible reduced cancer rate (58), realizado durante cuatro años sobre más de 600 pacientes,
comprobó que una dieta mediterránea rica en Omega-3, además de ser
cardioprotectora, también reduce el riesgo de cáncer, dando como resultado un
61% menos de muertes por cáncer en el grupo experimental en comparación con el
de control. ¿Impresionante, no?
Otra investigación sumamente interesante
que refuerza la anterior, fue realizada en el año 2008 por el Department of Pathology, University of Pittsburgh School of
Medicine, bajo el título Cyclooxygenase-2-derived
prostaglandin E2 activates beta-catenin in human cholangiocarcinoma cells:
evidence for inhibition of these signaling pathways by omega 3 polyunsaturated
fatty acids (59). En ella se confirmó
que el EPA y el DHA eran eficaces tanto en la prevención como en el tratamiento
del cáncer, mientras que el AA no lo era, ya que evitan la proliferación de las
células cancerosas gracias a la reducción de una proteína, la betacatenina,
responsable del crecimiento celular en tumores, acción propiciada por mediación
de las células T, además de inducir la apoptosis o muerte celular programada de
las células cancerosas.
Esta investigación se realizó con
células cancerígenas de carcinoma
hepatocelular, responsables de la
gran mayoría de los cánceres de hígado, y también con células tumorales de
colangiocarcinoma, que es un tipo de cáncer especialmente agresivo, obteniendo
resultados positivos en ambos casos. Los responsables del estudio, afirmaron a
modo de conclusión, que el tratamiento con Omega-3 parecía ser eficaz y seguro
para el abordaje terapéutico de la quimioprevención y tratamiento del cáncer de
hígado y del colangiocarcinoma.
Sin embargo, no siempre todos los
Omega-3 tienen siempre un efecto totalmente positivo, ni los Omega-6 son siempre
absolutamente perjudiciales, ya que como se explicó al principio del libro,
todos son importantes y positivos en pequeñas cantidades, siendo la clave, el
equilibrio entre ambos. Pues bien, en este sentido resulta revelador un estudio
realizado por la Nutritional Epidemiology Branch, Division of Cancer Epidemiology and
Genetics, National Cancer Institute, National Institutes of Health, Department
of Health and Human Services, en Bethesda (60). Se
propusieron confirmar que los Omega-3 inhiben y los Omega-6 estimulan el riesgo
de cáncer de próstata, y con este objetivo, se evaluaron prospectivamente la
asociación entre la ingesta de Omega-3 y Omega-6 por separado, en concreto de ALA,
EPA, DHA, AA, y el riesgo de cáncer de próstata.
El estudio incluyó una cohorte de 47.866
hombres de Estados Unidos, con edades comprendidas entre 40 y 75 años, sin
antecedentes de cáncer. Empezó en 1986, y duró 14 años. Durante el seguimiento,
surgieron 2.965 nuevos casos de cáncer de próstata, de los cuales, 448 fueron
cánceres en estado avanzado. El resultado de la investigación fue que el ALA
–recordemos que es un Omega-3-, no se relacionaba con el riesgo total de cáncer
de próstata, pero sin embargo, este ácido graso, que se encuentra
abundantemente en la carne y productos lácteos, se relacionó mediante su
ingesta multivariada en la alimentación, con el riesgo de cáncer avanzado. Por
su parte, el EPA y el DHA, se relacionaron con un menor riesgo de cáncer de
próstata avanzado, y en cuanto al AA, no se mostró relación con el riesgo de
cáncer de próstata. La conclusión fue que el aumento de la ingesta diaria de
ALA, puede aumentar el riesgo de cáncer de próstata avanzado, mientras que por
el contrario, la ingesta de EPA y DHA puede reducir el riesgo total y de cáncer
de próstata avanzado. Es decir, el ALA, un Omega-3, puede resultar finalmente
pernicioso según la composición de la alimentación, y en cambio, el AA, un
Omega-6, no mostró dicha acción. Estos resultados evidencian en cierto modo,
que aún no se conoce suficientemente los mecanismos íntimos y la importancia de
todos los ácidos grasos esenciales, y que por lo tanto, existen lagunas
importantes aún por resolver. Pero además, la cuestión se complica cuando
tenemos en cuenta que existen muchas variedades de cáncer, y que por lo tanto,
esta diversidad combinada con la variabilidad que puede darse tanto
interindividualmente como intraindividualmente, dificulta la generalización de
los procesos.
Según los resultados de estas investigaciones,
parece pesar más la influencia beneficiosa de los Omega-3 sobre el cáncer ya
desarrollado, que no de los Omega-6, que aparecen como más decisivos e influyentes
en la iniciación y desarrollo gradual del mismo. Esta explicación a modo de
hipótesis que quedaría por demostrar, se resumiría en que el exceso de Omega-6
ejerce una mayor influencia en la promoción inicial de los estados
proinflamatorios, provocando al principio trastornos autoinmunes más leves como
pueden ser eccemas, asmas o artritis, mientras que cuando esta situación se
prolonga durante años, los trastornos pasan a un nivel más elevado y
consolidado en los tejidos orgánicos, provocando mayor complicación y caos,
como en el cáncer. Es decir, cuando el exceso de Omega-6 ha hecho su trabajo
destructor, y se llega a un elevado nivel de desorganización celular, aunque se
añada más cantidad de Omega-6, ya no se aprecia variación en el estado
inflamatorio de los tejidos orgánicos y la respuesta autoinmune, por lo menos
de forma rápida, mientras que los Omega-3, sí aportan una mejora ostensible en la
situación, siempre que no hayan otras causas o que la gravedad de la situación
lo impidan, como puede que ocurra en aquellas personas que no manifiestan
mejora significativa alguna.
Otra importantísima investigación llevada
con mujeres de Signapur (61), podría ayudar a comprender un poco mejor todo esto.
Se investigaron los efectos de cada uno de los ácidos grasos en el cáncer de
mama, en un estudio prospectivo de 35.298 mujeres entre 45 y 74 años, que
fueron reclutadas entre los años 1993 y 1998. Después de ir realizando los
estudios, a finales del año 2000 se finalizó la prueba, reportando los 314
casos de incidente de cáncer de mama que se habían producido. Los resultados
mostraron que no había asociación entre los Omega-6 y el riesgo de cáncer de
mama, pero sin embargo, sí se vio un aumento significativo del riesgo en
aquellas mujeres que consumían niveles bajos de Omega-3. ¿Confirmaría esto la
hipótesis anterior, aunque sólo fuera parcialmente?
Sea como fuere, el beneficio de tomar suplementos
de Omega-3 en el cáncer está claro, mientras que cuando se ha llegado a un nivel
elevadísimo de daño orgánico, la disminución de Omega-6 apenas aporta mejoras
evidentes y rápidas, pero puede ser indispensable para una posible recuperación
del enfermo, porque si continuamos manteniendo los hábitos que promocionaron la
situación patológica, ¿cómo podemos pretender que deje de producirse y cambie
la situación?
Está claro que los Omega-6 y el cáncer,
tienen una clara relación causa-efecto, influyendo en su patogenia y
desarrollo, de forma que estos ácidos grasos actúan como promotores
proinflamatorios, afectando al sistema inmunitario. Por ese motivo se utiliza
cada vez más por parte de los centros médicos especializados, para predecir el
tiempo de supervivencia en los cánceres, la medición de los agentes inflamatorios
en el cuerpo, en lugar de basarse en el propio estado del paciente, el cual puede
inducir a engaño aparente. También se está haciendo cada día más evidente, la
necesidad de contrarrestar este estado inflamatorio mediante modificaciones de
la dieta, incluyendo especialmente entre otros nutrientes, los Omega-3 (62), dado que el sistema farmacológico de reducir las
inflamaciones, si bien en momentos puntuales pueden ser muy necesarios y útiles,
tal como se ha demostrado en distintas investigaciones (63), incluso con aspirinas, tienen el problema de que
paralelamente provocan importantes efectos secundarios (64).
En
la diabetes tipo 2
Según el Atlas de las cardiopatías y accidentes cardiovasculares, editado por
la Organización Mundial de la Salud, España es uno de los países con más
prevalencia de personas que sufren diabetes asociada al riesgo cardiovascular.
Estamos hablando pues, de un problema de vital importancia en la salud pública,
y de gravísimas consecuencias para muchísima gente. En el año 2005, cerca de
1,1 millones de personas en todo el mundo, murieron por causas relacionadas con
la diabetes.
Dicho esto, hemos de saber también que
una de las características generales de los diabéticos tipo 2 -llamada también
“diabetes del adulto”-, es que antes
de ser diagnosticados como tales, suelen atravesar una larga etapa
prediabética, de la que casi nadie es consciente, y en la que silenciosamente se
va desarrollando la enfermedad, debido mayormente, al consumo excesivo de
carbohidratos refinados, de bebidas con edulcorantes y aditivos artificiales
totalmente antinaturales, capaces de desconcertar a nuestro propio organismo,
de grasas saturadas, etc.
Pues bien, este exceso de azúcares que
se suele ingerir, dificulta la actividad de la enzima delta-6 desaturasa –una
enzima cuya función es la de facilitar las transformaciones de los distintos
ácidos grasos de nuestro organismo-, provocando así, la rotura del equilibrio
entre eicosanoides positivos y eicosanoides negativos, y a su vez, propiciando
un terreno favorable a desequilibrios hormonales -eje insulina-glucagon-. Dicho
de otro modo, los picos de insulina que
se originan por una ingesta alta de carbohidratos, activan las
desaturasas, de forma que el Omega-6 se
metaboliza hasta AA –o sea, produciendo eicosanoides negativos- en lugar
de detenerse en GLA –que aportaría eicosanoides
positivos-. Ello comporta la promoción de una situación proinflamatoria,
y de ahí se derivan desequilibrios circulatorios, inflamatorios o incluso
inmunológicos, tal como se constató recientemente en un estudio científico
realizado en el Joslin Diabetes Center,
de Boston (65), en el que se estudió el comportamiento de las
células T reguladoras, que abundan en el tejido adiposo abdominal en las
personas con peso normal, observando que en las obesas, y también en las
diabéticas, su presencia está muy reducida o ausente, provocando resistencia a
la insulina.
Este equipo científico afirmó que había
que empezar a pensar en la diabetes como una enfermedad inmunológica, en lugar
de una enfermedad metabólica como se ha pensado hasta ahora, así como en
potenciar las propiedades antiinflamatorias de las células T. Como vemos, este
estudio no hace más que confirmar lo que ya habíamos visto hasta ahora, que la
diabetes de tipo 2, al igual que otras enfermedades tiene en su base
patogénica, un nexo común producido por el exceso de ácido araquidónico que
promueve una situación proinflamatoria sostenida en el tiempo, y que por lo
tanto, aunque se desarrolla y se mantiene por vía metabólica, favorecida por el
exceso de Omega-6, genera luego una situación que llega a provocar cambios
inmunitarios, desencadenando en las personas genéticamente predispuestas, insulinorresistencia
y diabetes de tipo 2.
Un factor fundamental para comprender la
importancia de la composición de los ácidos grasos de las membranas celulares,
es este síndrome de resistencia a la insulina –la insulinorresistencia-, una importante
alteración que forma parte del llamado síndrome metabólico, que propicia la
aparición de la diabetes-2. Consiste en la dificultad de unión entre la insulina
secretada por el páncreas y los receptores celulares, dependiendo esta
dificultad, de la plasticidad o rigidez de la membrana celular, y teniendo en
estos casos, una menor capacidad de unión de la insulina con su receptor, lo
que conlleva una mayor resistencia a la insulina, provocando finalmente un
aumento de azúcar en la sangre. Por consiguiente, es necesario mejorar la
fluidez de la membrana celular rebajando los ácidos grasos saturados, que la
tornan rígida, así como los Omega-6 directos, o producidos indirectamente por
el exceso de hidratos de carbono, y aumentar al mismo tiempo, la ingesta de Omega-3.
La obesidad suele ser una de las
constantes más habituales en los diabéticos-2. En una investigación efectuada
con ratas, llevada a cabo por el Institute
for Cellular and Molecular Biology and the Division of Nutritional Sciences,
The University of Texas, en Austin (66), se comprobó que al grupo que se le administró
Omega-3 añadido a su alimentación, las ratas mostraron al final de estudio,
estar un 25% más delgadas que las del otro grupo al que se le dio exactamente
la misma cantidad de calorías, pero sin Omega-3. –confirmamos así, que cuando
alguien dice que los Omega-3 le engordan, no es cierto, aunque pueda parecerlo
o indirectamente favorecerla si se combina con hábitos alimenticios inadecuados-.
Asimismo, se comprobó que existía una importante relación entre la alimentación
de los últimos meses de gestación y lactancia, y el desarrollo posterior de la
obesidad.
Efectivamente, otra investigación también
realizada también con ratones en el año 2003 (67), corroboró que demasiado Omega-6 y poco Omega-3 en
periodos vitales como son los últimos meses de gestación y la lactancia,
favorecía la adipogénesis –desarrollo excesivo de adipocitos, que son acumuladores
de lípidos-, y por lo tanto, se favorecía la futura obesidad.
Algunas investigaciones han demostrado
que las mujeres con diabetes mellitus –que es la diabetes de tipo 1 insulinodependiente-,
tienen un mayor riesgo de incidencia de cáncer de endometrio y de mama.
Recordemos no obstante, que lejos de la apariencia de tratarse de enfermedades
totalmente distintas, pueden surgir del nexo común proinflamatorio que favorece
el exceso de Omega-6, y lo único que ocurre en estos casos, es que esta
relación se hace más evidente (68).
Otros estudios, como el titulado Dietary glycemic load, carbohydrate, sugar,
and colorectal cancer risk in men and women (69), han demostrado que un alto consumo de glucosa, fructosa
y sacarosa, se relacionaba con un mayor riesgo de sufrir cáncer colorrectal
entre los hombres, mientras que no aumenta en las mujeres, las cuales tienen
una mayor tendencia a otros tipos de cáncer, tal como hemos visto en el párrafo
anterior, así como también, una mayor propensión al cáncer de páncreas, según
un estudio realizado en Estados Unidos en el año 2005 (70). Existen por lo tanto, diferencias de género en
cuanto a la prevalencia de los diferentes tipos de cáncer.
Una investigación prospectiva se llevó a
cabo, para relacionar el consumo de pescado con el riesgo de cardiopatía
coronaria y la mortalidad entre pacientes diabéticos tipo 2. Se analizaron los
datos entre los años 1980 y 1996, de más de cinco mil enfermeras diagnosticadas
con esta enfermedad. Los resultados fueron concluyentes, pues se pudo comprobar
que un mayor consumo de pescado con Omega-3, se asociaba con una menor
incidencia en la cardiopatía coronaria y la mortalidad total entre las mujeres
diabéticas (71).
Como ya han leído al principio, los
diabéticos tienen un elevado riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares. En
este sentido, la revista Diabetes Care
(72), informó que el aceite de pescado altamente
purificado E-EPA, reducía varios factores de riesgo cardiovascular en diabéticos
con síndrome metabólico de tipo 2, según un estudio realizado en un centro
médico y hospital de Tokio, en el que se dividió a los participantes en dos
grupos, los cuales recibieron todos una dieta estándar adecuada para la
enfermedad cardiovascular. Un grupo recibió además de la dieta, 1,8 g/día de
E-EPA durante tres meses, y el otro grupo siguió tomando solamente la dieta.
Antes y después del tratamiento midieron el índice de masa corporal -IMC-, la
concentración en el suero de EPA y de AA, así como los triglicéridos, el
colesterol y algunas de sus subclases. Pues bien, al finalizar el estudio, en
el grupo EPA, el nivel de EPA en el suero era más elevado, mientras que el de
AA había disminuido, y por lo tanto, el ratio AA/EPA, -proporción Omega-6/3-, se
había equilibrado favorablemente, además de observar que todos los factores de
riesgo cardíaco habían bajado sensiblemente en comparación con el grupo de
control con la dieta solamente, y que correlacionaba positivamente con
reducciones de colesterol y triglicéridos. Los autores concluyeron que los
resultados demostraban que el EPA altamente purificado, reduce potencialmente
el desarrollo de arteriosclerosis coronarias en los pacientes con el síndrome
metabólico.
Otra interesantísima investigación referida
a la arteriosclerosis (73), fue llevada a cabo con 81 japoneses con diabetes
tipo 2. Se les asignó aleatoriamente al grupo tratado con 1,8g/día de E-EPA –que
era el grupo experimental-, o al grupo de control. Utilizando técnicas de
ultrasonido, se evaluó el estado de las arterias antes y después del estudio,
midiendo el grosor de la arteria carótida y la velocidad de la onda del pulso
en la arteria braquial-tobillo. Al cabo de dos años, 60 pacientes terminaron el
estudio, 30 del grupo EPA, y 30 del grupo de control. Los resultados mostraron
una disminución significativa del grosor de la arteria en el grupo EPA, en
comparación con los del grupo de control. La velocidad de la onda del pulso también
mejoró perceptiblemente en el grupo EPA respecto al grupo de control. Concluyeron
los autores que según estos resultados, el E-EPA puede recuperar la
arteriosclerosis y la angiopatía en diabéticos de tipo 2.
Este estudio complementa otros que
demuestran también, que el E-EPA normaliza la función de las células
endoteliales (74). Esta circunstancia resulta de vital importancia, tal
como demostró la Universidad de Southampton (75), cuando comprobó que los trozos liberados de las placas
en las arterias, causan la mayor parte de los infartos de miocardio y
cerebrales, ya que al liberarse, pueden viajar hasta el cerebro y bloquear los
vasos sanguíneos que le proporcionan riego.
Con esta muestra de estudios, se visualiza
claramente el beneficio general que pueden aportar los Omega-3 a los diabéticos de tipo 2.
En
retinopatías, degeneración macular
Entre el 30-40% de la composición de los
ácidos grasos en los fotorreceptores de la retina del ojo humano es DHA (76). Las evidencias muestran que este ácido graso
poliinsaturado, juega un papel muy importante en el desarrollo y función visual
del niño, y también a lo largo de la vida del adulto (77), siendo fundamental no solo para la correcta
formación de la retina, sino también del cerebro, así como para las funciones
neuronales cognitivas durante la etapa gestacional y postnatal (78). De ahí que hayan sido varios los autores que han comprobado
en sus estudios, la importancia de que el niño reciba en el periodo de
gestación y lactancia –a través de la propia madre-, la cantidad suficiente de
Omega-3, especialmente DHA (77).
No debe extrañar por lo tanto, que se haya
demostrado que existe una fuerte correlación entre unos niveles bajos de DHA en
pacientes con retinopatía, y la severidad de su enfermedad (79). El equipo de investigación del Department of Ophthalmology, Harvard Medical School, Children's
Hospital Boston, publicó en Nature
Medicine en el año 2007 (80), un estudio que demostró que los Omega-3 previenen la
aparición de problemas oculares, fundamentalmente la retinopatía, ya que ayudan
a controlar la angiogénesis, limitan el crecimiento anormal de los vasos
sanguíneos del ojo, y además suprimen el factor de necrosis tumoral alfa.
Por otra parte, la degeneración macular
de los ojos, es la principal causa de ceguera para las personas de más de 55
años de edad en el mundo occidental. Pues bien, en el año 2001, en Archives of Opthalmology (81), publicó un estudio realizado con más de 850
participantes, en el que se comprobó que una dieta lo más rica posible en
Omega-3, y al mismo tiempo más baja en Omega-6, se traducía en un menor riesgo
de sufrir degeneración macular. Otra investigación realizada por la London
School of Hygiene
& Tropical Medicine, y publicado por American Journal of Clinical Nutrition (82), comprobó que las personas que consumían al menos
300mg diarios de DHA y EPA, tenían un 70% menos probabilidades de tener
degeneración macular húmeda que aquellos que consumían menor cantidad. Y en
cuanto a la llamada degeneración macular seca, también un estudio realizado el
año 2008, en Maryland (83), demostró
que los Omega-3 contribuían a reducir positivamente el riesgo de progresión de
drusas bilaterales.
En
la esteatosis hepática no alcohólica, hepatitis C
La llamada enfermedad del hígado graso o
esteatosis no alcohólica, es una enfermedad que puede ser causa de cirrosis
hepática, y cuyo origen se estima que puede provenir de la obesidad, diabetes o
hiperlipemia. Pues bien, en una interesante investigación japonesa, titulada Highly purified eicosapentaenoic acid
treatment improves nonalcoholic steatohepatitis, publicada por el Journal of clinical
gastroenterology en el año
2008 (84), se comprobó la eficacia y seguridad del E-EPA con 23
pacientes afectados de esteatosis hepática, a los que se le administraron
2,7g/día de E-EPA durante 12 meses. Todos los pacientes completaron la prueba
sin efecto adverso y mostrando una aceptable tolerancia al E-EPA. Al cabo de
este tiempo, los niveles de alanina aminotransferasa habían mejorado
significativamente, y también los niveles de ferritina y tiroxina, los cuales
revelan el estrés oxidativo hepático. El peso, la glucemia, la insulina y la
concentración de la hormona adiponectina permanecieron sin cambios. Una biopsia
de hígado realizada posteriormente en 7 de los 23 pacientes, mostró mejoras en
6 pacientes, rebajando la esteatosis, la fibrosis hepática y la inflamación
lobular, por lo que se concluyó que el tratamiento con E-EPA resultaba tener
propiedades antiinflamatorias y antioxidantes, y parecía seguro y eficaz para
pacientes con esteatosis hepática no alcohólica.
En este mismo sentido se pronunciaron
los investigadores del Department of
Pathology, University of Pittsburgh School of Medicine (59), cuando en el año 2008 publicaron un trabajo sobre el
cáncer de hígado. Después de obtener unos resultados muy positivos con EPA y
DHA, sugirieron que podían ser un excelente medio para prevenir la esteatosis
hepática no alcohólica.
Por su parte, la hepatitis C, una de las
variedades de hepatitis vírica existente, que sólo en España afecta a casi un
millón de personas, aunque no todos desarrollan la enfermedad, y que puede
conducir a sufrir cirrosis, cáncer de hígado, insuficiencia hepática y muerte,
se suele tratar con fármacos antivirales e interferón, desapareciendo los virus
de la sangre aproximadamente en un 54% de los pacientes, pero con importantes
efectos secundarios por intolerancia. Pues bien, en la Universidad de Nara (85), se estudió un grupo de 24 pacientes de hepatitis C
crónica, que estaban tratándose con una combinación de interferón alfa-2b
pegilado, ribavirina, 300mg de vitamina E y 600mg de vitamina C. Se dividieron
en dos grupos, el de control, con 12 individuos que siguieron con el mismo
tratamiento, y el grupo EPA, con 12 individuos a los que se les administró
además del tratamiento habitual, 1,8g/día de E-EPA. La investigación se mantuvo
durante 48 semanas. A las 12 semanas de empezar el tratamiento, la enzima
alanina aminotransferasa del suero, se normalizó en 8 de 12 pacientes del grupo
EPA, y en 6 del grupo de control. Los linfocitos T helper -Th1- -que son unas
células colaboradoras para maximizarlas capacidades defensivas de nuestro
sistema inmunitario-, decrecieron después de 4 semanas en el grupo de control,
pero no en el grupo EPA. Los niveles de Th1/Th2 fueron incrementados en 9 de 12
pacientes en el grupo EPA, y en 3 de 12 pacientes en el grupo de control en 8
semanas. A la vista de los resultados, los autores sugirieron que la
suplementación de EPA puede ser muy útil en la terapia para la hepatitis C
crónica.
En
la dermatitis, psoriasis
En el
Centro de Dermatología y Andrología de la Universidad Justus-Liebig,
en Giessen (86), se llevó a
cabo en el año 1988, una importante investigación a doble ciego y
aleatoriezada, participando paralelamente 8 centros europeos y 83 pacientes
hospitalizados con psoriasis crónica grave. Divididos los pacientes en dos grupos
aleatoriamente, se les administró por vía intravenosa durante 14 días, una
preparación de Omega-3 a
un grupo, mientras que al otro grupo se les administró Omega-6. Los resultados
llevaron al equipo investigador, a la conclusión de que la administración intravenosa
de Omega-3 era eficaz en el tratamiento de la placa de psoriasis crónica,
estando relacionado este efecto con la generación de eicosanoides positivos con
efectos antiinflamatorios.
Esta misma institución (87) realizó en el año 2002, una investigación con
pacientes con dermatitis atópica, en los que se había observado un aumento de
AA, con la intención de verificar si el EPA podía tener un efecto
antiinflamatorio debido a su antagonismo con el AA. Para ello, se realizó un
estudio doble ciego, aleatoriezado y controlado con placebo, en 22 pacientes
hospitalizados con dermatitis atópica moderada a severa, durante 10 días.
Fueron divididos al azar, en dos grupos. En uno se les administró Omega-3, y al
otro grupo Omega-6, mientras que el tratamiento tópico se limitó a emolientes.
La enfermedad fue evaluada a diario con puntuación de eritema, infiltración,
descamación y apreciación subjetiva del paciente. Además, se controlaron los
parámetros de los ácidos grasos en plasma y en la membrana de las células
sanguíneas, así como la activación de linfocitos.
Al término de la
investigación, 20 pacientes completaron el ensayo, y en ambos grupos de
observaron mejoras, pero la mejora a partir del sexto día, obtuvo una mayor
puntuación en el grupo Omega-3 en comparación con el Omega-6. El ácido
araquidónico libre en el plasma, no cambió sustancialmente en los dos grupos,
mientras que el EPA libre en el plasma aumentó, y se equilibró la proporción
AA/EPA de las membranas en el grupo EPA. Los linfocitos no obtuvieron
variación. Los investigadores concluyeron que el Omega-3 es muy eficaz a corto
plazo, en la mejora de la severidad de la dermatitis atópica.
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