Los
datos epidemiológicos que periódicamente proporciona la OMS respecto a los trastornos
mentales se presentan sombríos. Muestran cómo desde hace tiempo éstos son la
segunda causa de incapacitación social en el mundo desarrollado, cuya previsión
para el año 2020 es que supongan el 15% de las incapacidades por enfermedad y
accidente. La depresión, por su parte,
será la segunda causa de baja laboral en Europa en dicho año, mientras que en
el 2030 llegará a la primera posición. El gasto farmacéutico y el coste laboral
que suponen son de primer orden, aparte del inmenso sufrimiento que supone a personas
y familias.
Pero
a veces podemos ver algo de luz en la oscuridad. Cada vez hay más profesionales
de la salud que ven los trastornos mentales y emocionales bajo una perspectiva biopsicosocial,
distanciándose del enfoque biomédico que todo lo patologiza y todo lo medica.
Dicha perspectiva enfatiza que además de causas biológicas, son muy importantes
las psicológicas y las sociales, por lo que aboga por una mayor prevención y
educación social, y no tanta medicación. Las investigaciones que se realizan
respecto a las terapias psicologías están aportando también una clara evidencia
de su eficacia, por lo que deberán ser cada vez más utilizadas si se quiere
evitar que se cumplan los sombríos pronósticos de la OMS.
Como
psicólogo y psicopatólogo he podido comprobar cómo la mayoría de trastornos
mentales y emocionales son “constructos” que, más que responder a causas de
orden orgánico, responden a problemas de desadaptación de la persona respecto a
su entorno. Problemas que, por lo general, se forman durante la etapa de
crecimiento de la persona, configurando unas creencias y unos pensamientos limitantes
que marcarán su comportamiento futuro. La buena noticia es que cuando la
persona comprende que la mayoría de sus inseguridades, miedos, fobias…, no son
realmente “suyos”, sino “aprendidos”, se puede empezar a deconstruir y cambiar
la situación, aumentando su autoconocimiento y despojándose gradualmente de lo
que no es suyo, haciendo emerger su verdadera esencia y personalidad.
Pero
hay más, en los últimos años ha aparecido un nuevo concepto que puede aportar
más luz a millones de personas. Se trata de las personas altamente sensibles
(PAS), highly sensitive person (HSP)
en inglés. Es un concepto aún poco
conocido en España, pero libros como EL DON DE LA SENSIBILIDAD, de Elaine Aron, o LA ALTA SENSIBILIDAD, de Karina Zegers, han contribuido a que este
concepto haya sido conocido por miles de personas. ¿De qué se trata? Se
considera que entre un 15% y un 20% de la población tiene alta sensibilidad, o
lo que es lo mismo, unas facultades sensoriales y cognitivas más desarrolladas,
y en otros muchos casos una mayor sensibilidad emocional y espiritual. Son
facultades que ya existen en la infancia, pero que por lo general no son
adecuadamente apreciadas ni encuentran la forma de ser expresadas positiva y
socialmente, lo que suele acarrear problemas de variada índole a la persona en
las distintas etapas del ciclo vital, pudiendo incluso a desarrollar un
importante sufrimiento y trastornos emocionales que pueden llegar a ser
diagnosticados como patológicos, cuando en realidad todo parte del
desconocimiento e incomprensión de esa singularidad individual.
El
concepto de alta sensibilidad aporta luz a esas personas, y cuando toman
consciencia de su verdadera condición, de sus capacidades, de sus límites, así
como de los inconvenientes que conlleva su singularidad, y por lo tanto, de la
causa real de sus problemas, se encuentran en el punto de partida ideal y
necesario para poder cambiar y mejorar su situación. Ser sensible no ha de ser
un problema ni una enfermedad, sino un don que hay que conocer y comprender.
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