Los
Omega-3 combinados con terapias bioenergéticas
Hemos
podido comprobar cómo los Omega-3 actúan muy beneficiosamente en la prevención
y en el tratamiento natural y complementario de problemas físicos, mentales y
emocionales. Pero nos queda aún otro cartucho en la recámara, y no es ni más ni
menos que el hecho de que sus cualidades pueden ser aprovechadas para mejorar
la eficacia de algunas terapias alternativas de tipo bioenergético, de tal forma
que conjuntamente pueden aportar un mayor beneficio, posibilitando la obtención
de resultados verdaderamente espectaculares.
No obstante,
hay que aclarar que no existen prácticamente investigaciones sobre ello, y por
lo tanto, disponemos solamente de la experiencia personal de algunos terapeutas
que lo han verificado en sus tratamientos, así como de la capacidad lógico
deductiva que podemos aplicar indirectamente a algunas de las investigaciones
existentes realizadas con otros objetivos, intentando comprender cuáles pueden
ser los factores que influyen o intervienen en la interacción entre los Omega-3
y las terapias bioenergéticas.
Acupuntura, homeopatía, flores de Bach, reiki…
La acupuntura y la homeopatía son
técnicas terapéuticas de tipo bioenergético,
muy conocidas y que cada día son más utilizadas en todo el mundo. Pero
existen otras muchas bajo esta denominación genérica, como pueden ser las flores
de Bach, reiki, meditación, terapia de la polaridad, etc. Según de qué técnica
se trate, los canales y niveles de actuación pueden ser muy distintos, pero
todas tienen en común que sus esfuerzos se dirigen a conseguir un equilibrio
bioenergético que vaya acompañado de un estímulo de las fuerzas curativas del
propio organismo, para conseguir así, sanar diferentes trastornos o
enfermedades.
IMPORTANTE
A partir de este momento, nos
referiremos a las terapias bioenergéticas, por sus iniciales, “TBE”.
En función del nivel vibracional o
técnica empleada, las reacciones curativas del organismo respecto al estímulo
bioenergético realizado, pueden variar desde superficiales, suaves y
temporales, hasta muy potentes, profundas y duraderas. Pero independientemente
de ello, cuando se acierta la estrategia o formula terapéutica adecuada, se deberían
producir unos óptimos resultados. Sin embargo, la realidad es que existen
factores personales y ambientales, tanto físicos como emocionales o
energéticos, que a menudo pueden interferir en la sutil acción estimuladora de la TBE, así como en la respuesta posterior
del organismo, de tal manera que los resultados pueden ser irregulares, o
incluso nulos.
Entre los factores físicos que pueden
interferir en una buena respuesta a las TBE, están aquellos producidos
directamente por la bebida, comida o ingesta de sustancias químicas o medicamentosas.
Esta circunstancia, perfectamente conocida por los terapeutas, les lleva generalmente
a aconsejar a sus pacientes que no tomen sustancias estimulantes como alcohol,
café, té, o eviten productos con mentol, drogas o fármacos, mientras dure el
tratamiento.
Pero además del riesgo de interferencia por
ingesta, también nos podemos encontrar con que el propio estado orgánico y patológico
del paciente, a la vez que determina la estrategia y formula terapéutica a
emplear, también puede limitar la propia respuesta orgánica. Y es lógico, si el
sustrato biológico –al que podríamos llamar también sustrato “material”- del
organismo, no permite una buena transmisión e interpretación adecuada de las
vibraciones y las instrucciones energéticas recibidas, o bien tiene los
mecanismos de respuesta vital deprimidos, bloqueados, deteriorados o
disminuidos, la reacción curativa orgánica puede verse seriamente comprometida,
disminuyendo o anulando los posibles efectos beneficiosos del tratamiento.
Así pues, para que los estímulos de las
TBE tengan una mejor reacción orgánica, y por lo tanto, una mayor eficacia y
resultado final, es necesario potenciar y facilitar la respuesta biológica de este
sustrato material del organismo, mediante la mejora de la comunicación e
interpretación que hace el propio organismo de las instrucciones energéticas
recibidas. De esta manera, la fuerza vital –que recibe varios nombres, como “Prana”,
o “Qi”-, puede manifestarse y canalizarse mejor. Pero al mismo tiempo que se
provoca esta mejora “transmisora”, es necesario que la potenciación que se
realice no tenga en modo alguno un carácter de hiperactivación forzada, como
puede ocurrir con ciertos fármacos, que pueden interferir en la terapia, sino
que debe ser lo suficientemente suave como para favorecer el proceso natural y
permita una mayor eficiencia neurotransmisora, sin interferir en el sutil
efecto de la TBE,
ni en el sensible equilibrio energético del organismo. Y por supuesto, sin
añadir ningún empeoramiento físico o mental al que ya pudiera existir.
Pues bien, las numerosas investigaciones
científicas y experiencias empíricas existentes sobre la capacidad natural potenciadora
y rehabilitadora de las funciones neurotransmisoras que tienen los ácidos
grasos Omega-3, como componentes esenciales de las membranas celulares,
permiten establecer de forma fundamentada y razonada, la hipótesis de que su
utilización como complemento natural en las TBE puede mejorar
significativamente los resultados terapéuticos de éstas. Evidentemente, habría
que realizar estudios que lo confirmen, pero de momento, nos limitaremos a
comprobar estas razones, en base a los conocimientos de los que ya disponemos.
Según Le
Laboratoire de Biologie Medicale de París (2), es
necesaria la ingestión de Omega-3 -EPA y DHA- para mantener en buen estado el
equilibrio fosfolípido y la fluidez de las membranas celulares, permitiendo una
buena modulación de las actividades enzimáticas, productoras y receptoras de
los neurotransmisores. Es decir, los Omega-3 facilitan la adecuada modulación,
producción e inhibición de los neurotransmisores, y mejorando la sinapsis
nerviosa. Esto facilita aquellas reacciones celulares estimuladas directa o
indirectamente mediante las TBE, de forma que éstas hallan una mejor y mayor respuesta
al ser sus instrucciones mejor transmitidas, y potencialmente mejor interpretadas.
Además, es muy importante tener en cuenta que esta potenciación con Omega-3, se
produce desde su función y acción totalmente natural, sin provocar interferencias
ni empeoramiento físico o mental, condición fundamental para ser compatible con
las TBE.
Pero por si no fuera suficiente esta
facilitación funcional, derivada de la capacidad para restablecer y mejorar la
neurotransmisión y las sinapsis nerviosas, se ha constatado además, que también
puede facilitar posibles regeneraciones estructurales del organismo, inducidas
por las propias capacidades autocurativas y reparadoras de éste, de forma espontánea
o bioenergéticamente provocadas mediante la aplicación de las distintas
técnicas terapéuticas.
Analicemos este fenómeno seguidamente,
pero teniendo en cuenta que debido a la especial naturaleza de las TBE, las
cuales muchas veces se escapan del control metodológico racionalista, necesita
ser interpretado de una forma más cualitativa, no fijándose solamente en la
interpretación cuantitativa, fría y estadística de los resultados. Hay que
saber valorarlos de forma holística, para deducir, comprender, o incluso
intuir, su verdadero papel en el proceso curativo natural. Es decir, no es
suficiente utilizar solamente el razonamiento lógico-deductivo sobre lo que se
ve, sino que es necesario hacerlo también sobre lo que no se ve pero se
intuye. No olvidemos que estamos hablando de conceptos bioenergéticos, los
cuales constituyen un corpus sistémico claramente definido para el terapeuta
especializado, pero que la tecnología actual y el conocimiento científico
actual no se hallan aún en condiciones de comprender de forma totalmente
racional y experimental.
Empecemos por recordar, por su relevancia
e importancia dentro del mundo médico y psiquiátrico -dado que las TBE en su
mayoría tienen una gran relación con el estado emocional del paciente-, los
resultados del metaanálisis que realizó un subcomité de expertos seleccionado
en el año 2006 por la Asociación de Psiquiatría Americana -APA- (98), en él se demostró
definitivamente que los Omega-3, especialmente el EPA y en menor medida el DHA,
aportaban un beneficio en trastornos emocionales y mentales, de forma más
manifiesta y especial en la depresión y la esquizofrenia, recomendando su uso
como complemento preventivo y terapéutico de los trastornos mentales y
emocionales. Pues bien, éste y otros muchos estudios realizados, publicados en
The American Journal Psychiatry (100), han contribuido a que por parte de muchos profesionales
de la salud se esté revisando la verdadera naturaleza etiológica de algunos
trastornos mentales y emocionales, acercándolos cada vez más a la filosofía y
las estrategias terapéuticas bioenergéticas y psicológicas, en detrimento de
los tratamientos puramente farmacológicos. Este hecho es mucho más importante
de lo que puede parecer en un principio, pues significa que se está abriendo
una puerta a la esperanza de conseguir consolidar un concepto de salud y de
terapia más avanzado, diferenciado de los derivados de las antiguas doctrinas
galénicas y de la influencia organicista.
La investigación que ya hemos visto en
el apartado de depresión, que se realizó en la Escuela Imperial de la Universidad
de Medicina de Hammersmith (109), en la que se agregó E-EPA al tratamiento convencional
de un paciente severamente deprimido, con tendencia al suicidio y con una
historia de siete años de síntomas depresivos continuos, y que tuvo como resultado
una mejora clínica evidente y sostenida en el plazo de un mes de todos los síntomas
de la depresión, incluyendo la fobia social, resulta de vital importancia fijarnos
en que a los nueves meses de tratamiento se observó de que se habían producido
cambios estructurales en el volumen de los ventrículos laterales, los cuales se habían
reducido, recuperando tejido cerebral, concluyendo el Dr. Puri, responsable de la
investigación, que el EPA puede estimular las células madres del cerebro para
producir nuevas células nerviosas. Esto es importantísimo: -¡estimulación
natural de las células madres del cerebro, capaces de producir nuevas células
nerviosas de forma espontánea!-
Y a pesar de que ese caso no puede
considerarse representativo al tratarse de un solo sujeto, sí lo puede ser si
lo reunimos y comparamos con otros casos en que también se han verificado
mediante resonancia magnética, cambios estructurales cerebrales facilitados por
la ingestión de EPA (111). Una vez,
puede ser casualidad, dos también, pero a partir de tres ya nos encontramos con
una pauta, con algo que nadie puede decir que sea casualidad, aunque no se
conozca exactamente su mecanismo íntimo. Pues
bien, esta capacidad de los Omega-3 como estimulantes y facilitadores de la
rehabilitación de células nerviosas y estructuras cerebrales, es una función
que nos interesa sin ninguna duda, para vehiculizar la recuperación de la salud
que pretenden las TBE, como inductoras de procesos autocurativos o regenerativos.
Otra investigación que interesa recordar,
es la realizado por el Department of
Psychiatry, University of Pittsburgh, School of Medicine (118), en la que mostraba cómo los Omega-3 consumidos en la dieta,
podían provocar cambios anatómicos beneficiosos en las zonas del cerebro
reguladoras de las emociones, después de someter 55 personas sanas a sendas
resonancias magnéticas para determinar el volumen de materia gris en regiones
concretas del cerebro, relacionándolo con la ingesta de Omega-3 en sus dietas,
cuyo resultado fue que quienes ingerían más Omega-3, evidenciaban un mayor
volumen de materia gris, y por tanto una mayor presencia neuronal,
especialmente en la zona cortico-límbica, circunstancia que sin duda puede
favorecer una mejor respuesta del sistema nervioso central, una propiedad que
es compatible y de gran utilidad para cualquier TBE.
En el año 2008 se publicó en The Journal of the Alzheimer’s Association, una
investigación realizada por el Department
of Brain and Cognitive Sciences, Massachusetts Institute of Technology, en Cambridge (157), que
comprobó que mediante la ingesta oral de DHA se conseguía promover la síntesis
de nuevas sinapsis cerebrales que compensaban la característica pérdida
sináptica de los enfermos de Alzheimer ú otras enfermedades neurodegenerativas,
y también de utilidad en casos de lesión vascular o accidente cerebrovascular. Por
lo tanto, podemos entender que esta investigación enlaza y coincide fundamentalmente
también con las anteriores, en el sentido de que un Omega-3, en este caso el
DHA, “de alguna manera” facilita y promueve procesos regenerativos que
responden a las fuerzas autocurativas del organismo.
Es evidente por consiguiente, que el EPA
y el DHA pueden ser potentes aliados de las TBE al potenciar la fuerza
autocurativa y regeneradora del organismo a nivel celular, resultando especialmente
útil en aquellos casos en que la energía vital se encuentre por debajo de los
límites deseables, y sea necesario ayudar a inducir la regeneración orgánica, o
en los que se pretenda promover una reacción más enérgica o potente.
En un estudio llevado a cabo por el Department of Physiology, University, en
Goteborg (166), se
comprobó que la acupuntura excita los receptores de las células nerviosas, así
como también, que el ejercicio y la propia acupuntura producen descargas
rítmicas en las fibras nerviosas. Se puede deducir fácilmente, que para que se
produzca en mejores condiciones esta actividad eléctrica de las células
nerviosas que estimula la acupuntura, la membrana celular debe hallarse en las
mejores condiciones neuromoduladoras previas posibles, de forma que si cuenta
con el adecuado aporte de los nutrientes esenciales indispensables para
realizar una óptima neurotransmisión eléctrica, se llevará a cabo mucho mejor
estas descargas, facilitando así, que la acción de la acupuntura sea más
efectiva.
Otro
estudio significativo era el titulado Ethyl-EPA in
Houtington disease: a double-blind, randomize, placebo-controlled trial,
que se realizó también en el Hospital de
Hammersmith (159), con pacientes con enfermedad de Huntington en estado
avanzado (grado III). Después de 6 meses, todos los pacientes del grupo E-EPA
habían mejorado la escala UHDRS que se utilizó para valorar su estado, mientras
que en el grupo placebo habían empeorado. Las exploraciones de IRM cerebrales
-imagen por resonancia magnética-, mostraron la atrofia progresiva cerebral en
el grupo placebo, mientras que en el grupo E-EPA esta asociación resultó
invertida, concluyendo los investigadores que el E-EPA tiene efectos benéficos
en la enfermedad y cambios visualizables en el IRM.
Comprobamos en este caso, una vez más,
las posibilidades de mejora neurofuncional y motora que promueve el EPA, tanto
a nivel funcional como estructural, y vemos también claramente como en la
enfermedad de Huntington, las propiedades de los Omega-3 pueden facilitar la
prolongación y ampliación del beneficio terapéutico que tiene la acupuntura en
su ya efectivo tratamiento de este tipo de enfermedades.
Como también hemos visto anteriormente,
los científicos de la Universidad de Indiana (51), demostraron que los Omega-3 previenen la muerte
celular programada –llamada apoptosis- de las células, y especialmente la
muerte prematura de las células cardíacas, neuronales y retinianas, pero al
mismo tiempo son apoptóticas de las células cancerosas, es decir, que inducen
la muerte de dichas células cancerosas. Si los Omega-3 son capaces de influir
en la programación celular de forma tan selectiva, actuando a favor de nuestra
salud, reforzando nuestro sistema inmunitario, es evidente que tienen una
capacidad natural para facilitar y ejecutar los procesos autocurativos a nivel
celular, y esta capacidad es precisamente la que se busca potenciar mediante
las terapias bioenergéticas, cuando se estimulan los mecanismos autocurativos
del organismo. Su complementariedad por lo tanto, es evidente.
Hemos de pensar por consiguiente, que no
sólo existe una gran afinidad entre los Omega-3 y las terapias bioenergéticas,
sino que su utilización conjunta puede sin duda alguna, potenciar los beneficios
terapéuticos perseguidos. Incluso cuando se utilizan técnicas como la
meditación Zen, que aunque a alguien le pueda parecer imposible, por si misma
puede ser capaz de influir materialmente sobre células cancerosas, tal como se
pudo observar en una investigación realizada en el año 2003 por el Department of Applied Chemistry, National
Chiao Tung University, en Taiwan (167), cuando un maestro budista zen influyó mentalmente
sobre unas células de cáncer de próstata in vitro, logrando reducir su tasa de
crecimiento. Visto esto, nos tenemos que preguntar si realmente hay algo que
sea imposible cuando hablamos de nuestro cuerpo y nuestra mente.
Los resultados de estos estudios y de muchos
otros, permiten deducir razonablemente, que la acción facilitadora de las
funciones moduladoras de la neurotransmisión y la sinapsis nerviosa por parte
de los Omega-3, que permiten la ejecución de estos procesos celulares básicos y
fundamentales para conseguir reacciones curativas de forma autónoma, pueden
también reforzarlas cuando son inducidas paralelamente mediante la estimulación
bioenergética, potenciando los mecanismos regeneradores y autocurativos naturales.
Esta evidente utilidad de los Omega-3 en
la facilitación de la respuesta bioenergética, a tenor de las investigaciones
expuestas, y con el fin de mejorar la eficacia y reforzar los resultados de la
terapia bioenergética, se puede instrumentar mediante la ingesta diaria entre 1g
y 2g de Omega-3 en cápsulas de alta concentración, y que contengan una
proporción aproximada de 2:1 de EPA y DHA, especialmente en aquellos casos en los
que se pretenda tratar problemas o enfermedades de naturaleza predominantemente
física o estructural. Pero en caso de que el paciente muestre como síntoma
principal un trastorno emocional, o bien, éste sea un síntoma secundario pero provoca
comportamientos que repercuten de forma decisiva en la salud física, entonces
será preferible utiliza el EPA solo, o mejor incluso si es posible, E-EPA.
Lo ideal es comenzar a tomar Omega-3 una
semana antes del inicio del tratamiento bioenergético, con el fin de preparar
al organismo para una mejor reacción, pero si esto no es factible, se empieza
conjuntamente. Es aconsejable tomar Omega-3 durante todo el tiempo en que se
estime que la TBE
está actuando de forma activa, con el fin de potenciar su acción hasta el final.
Conclusiones
de la primera parte
Esta primera parte del libro ha permitido a los
lectores, conocer las propiedades básicas de los Omega-3, su importancia para
nuestra salud, y su eficacia en la prevención y mejora de algunas enfermedades,
especialmente de tipo crónico y degenerativo. Asimismo les habrá facilitado la
reflexión sobre algunos aspectos curiosos, poco conocidos o mal explicados de
estas enfermedades, al mismo tiempo que habrán visto que los Omega-3 no son un
simple producto de moda, sino unos nutrientes esenciales y excepcionales, que
han sido estudiados científicamente desde hace años, pero que por razones de
interés comercial e industrial, sus beneficios no han sido suficientemente
divulgados, ni su utilización mínimamente aplicada.
Sintetizaremos ahora a modo de conclusión, algunos de los aspectos que podrían
considerarse más relevantes, resumidos en cinco puntos.
En
primer lugar, se ha demostrado que la alimentación es un factor fundamental en
la génesis y mantenimiento de muchas enfermedades importantes, tanto físicas
como mentales. Mejorar la alimentación por consiguiente, es la mejor forma de
conservar la salud, el procedimiento más seguro para prevenir estas
enfermedades, y el sistema más eficaz para proporcionar al organismo las
herramientas nutritivas necesarias para que su sistema inmunitario pueda
realizar sus funciones a pleno rendimiento y de forma positiva.
En
segundo lugar, se ha constatado que el estilo de alimentación occidental es
rico en Omega-6 y deficitario en Omega-3, cuando lo saludable sería que
estuvieran igualadas las dos proporciones. Este exceso de Omega-6, y más concretamente
de AA, comporta consecuencias muy negativas para la salud, ya que favorece el
lento pero paulatino aumento de la
agregación plaquetaria, la vasoconstricción, la proliferación celular, la
depresión del sistema inmune o las inflamaciones orgánicas. Ello propicia que
con los años aparezcan problemas cardiovasculares, alergias, diabetes,
artritis, cáncer, etc., que en modo alguno pueden ser atribuibles al proceso
normal de envejecimiento, y por lo tanto, debe ser un objetivo inapelable
corregir este desequilibrio nutricional Omega-6/3.
En tercer lugar hemos comprobado que la
eficacia de los Omega-3, que además de ser básicos y esenciales para la
funcionalidad y estructura de las membranas celulares, de la neurotransmisión
nerviosa, o para le correcta formación y funcionamiento del cerebro, tienen una
acción compensadora y contraria a los Omega-6, que pueden neutralizar hasta
cierto punto sus negativos efectos, así como mejorar o resolver ciertas
enfermedades por sus propiedades directas.
En cuarto lugar, podríamos fijarnos en
que no obstante se ha comprobado experimentalmente estas beneficiosas
propiedades de los Omega-3, algunos resultados parecen indicar que en según qué
condiciones, sujetos o enfermedades, no hay una uniformidad total de sus
efectos ni una regularidad en sus resultados, lo que dificulta una
generalización en su aplicación, evidenciando no obstante, una clara tendencia beneficiosa
en su conjunto, y que trato de explicar a continuación de la manera más sencilla
posible.
Ante todo, hay que diferenciar las
circunstancias y las consecuencias derivadas del exceso de Omega-6, de las que
son debidas a la falta de Omega-3, porque en muchas ocasiones, la frontera
entre ambas circunstancias no está clara, dificultando la comprensión de sus
consecuencias e importancia.
Si bien podríamos conocer la cantidad que
tenemos de cada uno de ellos a través de los análisis sanguíneos de cada
persona, estos valores no dejarían de ser solamente un reflejo temporal sujeto
a fluctuaciones y cambios, como muchos de los valores que nos dan los análisis
sanguíneos, que sirven para situarnos y orientarnos en un momento dado. Sin
embargo, lo que sería más importante es valorar durante cuánto tiempo y en qué
cantidad se ha estado produciendo este exceso o esta carencia, puesto que de ahí
se derivan proporcionalmente sus consecuencias dañinas en los diferentes
tejidos orgánicos y funciones.
Al tratarse habitualmente de unos
desequilibrios sostenidos durante largo tiempo, van provocando una situación
anómala que paulatinamente van afectando de forma insidiosa al sistema
inmunitario, provocando unos estados proinflamatorios casi continuados, y daños
orgánicos de mayor o menor intensidad según el caso, en función de la
interacción que se dé entre los factores constitucionales y los ambientales o
conductuales. Por lo tanto, el nivel de afectación orgánica vendrá dado por el
resultado de una secuencia lógica proporcional al tiempo que ha durado el desequilibrio
de los Omega, a las cantidades de éstos, y a la predisposición orgánica y
constitucional de cada persona.
Esto implicaría entre otras cosas, y
generalizo mucho, que se empieza con trastornos más leves –me refiero a que son
más leves en si mismos, no en sus posibles consecuencias a la larga si no son
corregidos debidamente-, como puede ser la presencia de colesterol o triglicéridos,
depresión, eccemas, trastornos que elevando el consumo de Omega-3 y
disminuyendo el de Omega-6, se pueden prevenir y corregir. Pero con un periodo
de tiempo más largo, si no se corrige el desequilibrio, van apareciendo
trastornos más graves, como arritmias, arteriosclerosis, inflamaciones
intestinales, alergias, asma, obesidad,
diabetes, que necesitan mayores cantidades de Omega-3 durante periodos más
largos de tiempo para tener un efecto terapéutico evidente y profundo, y una
modificación de los hábitos alimenticios y de vida. Si se persiste aún más en
el desequilibrio durante más tiempo todo se va complicando, los daños
estructurales se van haciendo mayores y sus posibilidades de regresión
disminuyen. Aparecen la hipertensión, colitis ulcerosa, psoriasis, artritis,
esquizofrenia…, Y para contrarrestar el daño provocado, las necesidades de
regular las cantidades de los Omega se hacen mayores y, por supuesto, se
requiere más tiempo, paciencia y constancia, pues se va haciendo cada vez más
difícil la regeneración y curación total. Si seguimos sin cambiar, o no se
cambia lo suficiente el metabolismo de los Omega y los hábitos de vida, con los
años pueden ir formándose algún tipo de cáncer o aparecer Alzheimer, que por
su propia complejidad y severidad ensombrecen seriamente el futuro de la
persona, y que requerirán mayores cantidades de Omega-3 para intentar neutralizar
sus efectos, ya sea ralentizando su crecimiento, o intentando su remisión si
cabe dentro de la posible.
Es evidente por lo tanto, que existe una
secuencia y unas pautas en la generación de estas enfermedades, aunque aparentemente
sean muy diferentes entre si y parezca que son independientes y cada una sale
cuando le da la gana. Si asimilamos que todas estas enfermedades, en la mayoría
de las ocasiones, tienen una base patogénica común debida a la persistencia del
efecto excesivo de los eicosanoides negativos derivados del desequilibrio entre
Omegas, comprenderemos mejor que con el tiempo las patologías se vayan
agravando y complicando si no se corrige el desequilibrio y la carencia que lo
causa. Por eso, podemos observar en muchas de las investigaciones que hemos
revisado, que la eficacia de los Omega-3 y la importancia del exceso de
Omega-6, está en función de las cantidades y del tiempo, pero principalmente,
del daño orgánico que hayan provocado éstos últimos, ya que será ese parámetro
el que permita o no, la reversibilidad de las patologías desarrolladas. De ahí
que lo más importante sea la prevención. Reducir el exceso de Omega-6 y
equilibrarlo con Omega-3, aumentando el consumo de éste, será lo más efectivo
para evitar verse más tarde a intentar arreglar lo que podíamos haber evitado
estropear. –Prevenir es mejor que curar-. Se ha dicho siempre.
En quinto lugar, que las beneficiosas
propiedades de los Omega-3, pueden proporcionar una mejora de salud casi
inmediata. Si habláramos de trastornos agudos, lo inmediato se interpretaría
como “ahora mismo”. La anulación inmediata de los síntomas, como la que
proporcionan una mayoría de medicamentos, corresponde a este sentido de la
inmediatez al que nos hemos acostumbrado. Pero cuando hablamos de enfermedades
crónicas, anular los síntomas acarrea que la enfermedad permanezca de forma
asintomática si no se corrigen las causas. Por eso, cuando nos referimos a
enfermedades que tienen un mayor recorrido en el tiempo, y que en la mayoría de
veces se cronifican, no podemos hablar de una curación “ahora mismo”, porque no
es posible y se necesita tiempo para el proceso curativo natural. Sin embargo,
los Omega-3 han demostrado que en un periodo de pocas semanas, según el tipo de
trastorno o enfermedad de tipo crónico, aportan mejoras importantes y reales en
la salud y no solamente a nivel sintomático. Y es por esa razón que se puede
afirmar, que los Omega-3 aportan “salud inmediata”. Y además, salud en el buen
sentido de la palabra, como veremos en la segunda parte del libro. Una salud
real, no una simple “ausencia de enfermedad” o de síntomas.
Y para
finalizar estas conclusiones generales, sería positivo reflexionar sobre el
hecho de que este recorrido que hemos realizado por los dominios de los Omega, no
ha sido un mero viaje literario, sino un repaso serio a algunas de las
numerosas investigaciones científicas que existen, y por consiguiente, nos ha proporcionado
un conocimiento fundamentado para comprender la necesidad de potenciar y
aumentar la ingesta de Omega-3 y reducir los Omega-6, aún cuando no se hayan
realizado todos los estudios e investigaciones posibles que permitan comprender
absolutamente todos sus mecanismos íntimos, los cuales quizá nunca llegaremos a
conocer. Tenemos que preguntarnos sinceramente: -¿por qué esperar más, con lo
que ya sabemos? ¿Qué sentido tiene mantener posturas tan escépticas y excesivamente
precavidas ante un complemento alimenticio de probado valor y eficacia, cuando
a veces, a pesar de los “rigurosos” protocolos previos, se lanzan fármacos sin
haberse asegurado totalmente de sus efectos adversos a medio y largo plazo, y
luego tienen que retirarlos? ¿Qué hacemos entonces con nuestras conciencias?
¿Hacia dónde miramos? Seamos realistas y honestos. Empecemos a mirar lo que
realmente nos conviene a las personas, a los seres humanos, y no mirar tanto a
lo que conviene a quienes manejan los hilos de la industria. Y no solamente porque
lo diga yo, también lo dicen algunos importantes científicos, como por ejemplo
el Dr. Cleland, del Royal Adelaide
Hospital (38), que juntamente con su equipo, se lamentaban de que a
pesar de que los beneficiosos efectos antiinflamatorios de los Omega-3 habían
sido suficientemente comprobados de forma científica, mediante estudios
aleatoriezados a doble ciego, y controlados con placebo, muchos médicos seguían
ignorando esta bioquímica en sus tratamientos terapéuticos, formulas,
principios de aplicación y modificaciones de la dieta, negando así, un beneficio
más que probado a sus pacientes.
La
realidad es que no vivimos solos ni aislados. No podemos olvidarnos del resto
de la sociedad. Necesitamos a los demás y ellos nos necesitan a nosotros. Ese
sentimiento de individualismo que distingue nuestra sociedad actual, debe
cambiar por bien de todos. Porque aunque no lo parezca, todos vamos en el mismo
barco, y no hay nada mejor que ayudarnos los unos a los otros para llegar a
buen puerto. Por eso debemos pensar más solidaria y colectivamente, así como en
qué puede hacerse para que el máximo de gente pueda beneficiarse de los conocimientos
sobre los ácidos grasos Omega y sus grandes y demostradas ventajas. Bajo mi
opinión, las grandes líneas de actuación a nivel institucional y social, deberían
basarse en los siguientes puntos:
• Desarrollar
y aplicar una normativa sobre la alimentación de los animales destinados al
consumo humano, para regular las prácticas de engorde que promueven que
contengan un exceso de Omega-6, -y de paso, también de hormonas y medicamentos-,
ya que éstos, pueden pasar posteriormente al consumidor.
• Ampliar
y aumentar el control sobre los ingredientes utilizados en la elaboración industrial
de muchos productos alimenticios, para evitar también un exceso de Omega-6, de
grasas saturadas, de azúcares, así como de aditivos y conservantes químicos
cuyos efectos no están totalmente contrastados a largo plazo, con el objetivo
de reducir las cantidades a niveles que nunca puedan ser perjudiciales tras un
consumo sostenido largamente en el tiempo.
•
Prohibir la venta de productos alimenticios elaborados industrialmente, que no
sean totalmente saludables y adecuados para los niños y adolescentes, igual que
se hace con el tabaco y con el alcohol. Lógicamente, deberían establecerse unos
parámetros claros y rigurosos sobre lo que se considera realmente saludable o
no, en una normativa mucho más clara y exigente que la actual. Es decir, muchos
productos elaborados que actualmente “se tolera” que lo puedan consumir los
niños, en realidad no deberían tolerarse, porque los daños que ocasiona a largo
plazo, son muy importantes. En este aspecto, tendríamos que ser mucho más
activos y rigurosos, porque la salud futura de los niños y jóvenes, depende de
su alimentación actual.
• Promocionar
la dieta mediterránea enriquecida con Omega-3, en la población.
•
Enseñar en las escuelas los hábitos nutritivos saludables, facilitando y
estimulando su cumplimiento, empezando especialmente con los niños y niñas más
pequeños, con el fin de lograr su acostumbramiento, y generar una futura
normalización de estos hábitos en la sociedad, de forma natural y gradual.
•
Proporcionar al personal sanitario un buen conocimiento y formación, sobre los
hábitos alimenticios más aconsejables, y apoyándoles en su labor divulgativa.
Facilitarles además, los conocimientos adecuados sobre los Omega-3, para que
puedan recomendar y potenciar su consumo en la dieta de sus pacientes, así como
para aconsejar la toma de suplementos de Omega-3 en aquellos casos en que
consideren que pueden aportar un plus de mejora necesario para su salud.
•
Protocolizar entre la clase médica, la conveniencia de utilizar inicialmente
los Omega-3 en aquellos trastornos y enfermedades en los que éstos han
demostrado un papel beneficioso, como paso previo o conjunto, al tratamiento
con fármacos, con el objetivo de evitar la medicación superflua o innecesaria,
o mejorar la acción de ésta.
Alguna de
estas propuestas podrá parecer excesiva a algunos de ustedes, pero les aseguro
que sólo es cuestión de planteárselas, ya que si se tienen claros cuáles son
los objetivos para mejorar la salud de la población, poco a poco se van
ajustando y naturalizando los distintos mecanismos para implantar cualquier
política de protección de la salud, y lo que hoy puede parecer algo inverosímil
o desproporcionado, puede evolucionar de tal manera, que mañana puede ser visto
como algo “normal”. Piensen por ejemplo, en cómo se consideraba socialmente el
acto de fumar hace 50 años, y cómo se considera en la actualidad, o cómo
entonces ninguna ley lo regulaba o prohibía, y ahora sí. Evolucionamos. Pero procuremos
que sea en la dirección correcta.
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